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Testimonio

"Desde los atentados no salgo a la calle con túnica; ves a la gente cómo te mira y te duele"

Abderrahmane, un marroquí que vive en Gandia, narra el estigma que siente la comunidad musulmana cuando se producen atentados como los de Cataluña

"Desde los atentados no salgo a la calle con túnica; ves a la gente cómo te mira y te duele"

Acuden cada día al trabajo, llevan a sus hijos al colegio y compran en los supermercados. Pasean por la calle Major y se sientan en los parques a charlar mientras sus pequeños se divierten en los juegos infantiles. Su vida es normal, como la de cualquiera, sin embargo, se ven obligados, casi cada día, a justificarse, a tener que dar la cara para demostrar que la religión, que sus creencias, no tienen absolutamente nada que ver con hechos como los ocurridos la pasada semana en Barcelona y Cambrils. Estos atentados y todo lo acaecido después, amplificado por las redes sociales, ha obligado a algunos miembros de la comunidad musulmana de Gandia a tener que ser más discretos. «Desde los atentados no me pongo la túnica. No por miedo, porque estos cobardes que atentan contra las personas no van a lograr meternos el miedo, sino porque sales a la calle y la gente te señala, te mira, habla a tus espaldas. Y eso te hace mucho daño».

Lo dice, con profunda tristeza, Abderrahmane Ait Si Bihi Ouakrim, marroquí de 40 años que lleva casi 20 viviendo en España, muchos de ellos en Gandia. Ha sido miembro de la junta directiva de la mezquita más importante de la ciudad, aunque ahora solo es un fiel más que acude a rezar. Repudia los atentados y dice que en su comunidad se sienten «víctimas» cada vez que hay una acción terrorista. «La frustración es doble. Primero porque sufres por los heridos y fallecidos y después porque, pase donde pase, como musulmán te pueden relacionar con los atentados y nuestra religión no tiene nada que ver con esto», explicaba ayer a Levante-EMV.

Condena el atentado y asegura que el terrorismo yihadista es «una lacra contra la que entre todos tenemos que hacer algo».

Completamente integrado en Gandia, donde vive con su mujer y sus hijos, asegura que ha habido días en que le ha costado hasta salir de casa para no sentirse señalado. «En muchas ocasiones lloro y, pese a que llevo toda mi vida aquí y tengo la nacionalidad española, pido a Dios regresar a mi país para no tener que sufrir esto cada día», señalaba. También asegura estar «harto» de tener que hacer «un esfuerzo para que la gente se quede contenta, para demostrar que el islam no tiene nada que ver con el terrorismo». Como ejemplo dice que «yo veo a un vasco y no se me ocurre pensar que es de ETA, no tiene que justificar lo que ha hecho esa banda. Yo soy musulmán y estoy orgulloso de mis creencias, sabiendo que ninguna religión apoya la violencia».

«Te sientes siempre cuestionado. Nadie te habla pero te atacan con la mirada, con comentarios y, a mí, eso me mata mil veces al día», señala Abderrahmane. «A lo mejor tú estás más en contra de estos actos cobardes que esa persona que te señala», enfatiza.

Control en las mezquitas

Este hombre recalca, eso sí, que se trata de «una minoría» y explica que también han recibido acciones «muy agradables» por parte de vecinos de la mezquita. Cuenta que en una ocasión el edificio sufrió pintadas discriminatorias «y un vecino, sin decir nada, las intentó limpiar». Son gestos que, asegura, le reconfortan.

Sobre la actividad en las mezquitas, asegura que existe «mucha confusión» entorno a estos espacios de culto. Explica que las autoridades mantienen un control constante de lo que ocurre en ellas gracias a la información que, periódicamente, facilitan a los agentes los propios gestores de los templos. «Cuando una persona lleva dentro el rencor y quiere hacer el mal y piensa en hacer cosas malas, lo lógico es que lo haga en la oscuridad, no en las mezquitas».

Dice que si en ellas hay algún extremista, «antes de que lo detecten las autoridades lo van a rechazar los propios musulmanes, la propia comunidad». Y es que, añade, «la mayoría de gente tiene a su familia en este país, es nuestro país, tenemos a nuestros hijos que han nacido aquí y van al colegio. Yo o cualquier miembro de la comunidad podría estar en un lugar donde se produzca un atropello o donde alguien se inmole», apostillaba. Por ello, insiste, los musulmanes «somos los más interesados en que esta gente no entre en las mezquitas; Yo no estoy dispuesto a que me insulten por culpa de estos zumbados».

Explica que cuando se construyó el templo de la calle Abat Sola, se hizo con los ventanales muy grandes por los que, quien pasa por la calle, puede ver qué se hace dentro. «Fue un acto simbólico, una forma de decir que no tenemos nada que esconder».

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