Esa magia de los solsticios...

Esa magia de los solsticios...

Discurría el año 274 d. de C cuando el emperador Aureliano consagró en el centro del célebre Campus Agrippae de la eterna Roma un templo bajo la advocación del «Sol Invictus». La fecha de celebración debía ser el 12 de diciembre del calendario juliano o, lo que es lo mismo, el 25 de diciembre de nuestro calendario gregoriano. Es así como nació la festividad del «Natalis Sole Invictus» dentro de otra festividad mayor que eran la Saturnales romanas. Herederas estas, por cierto, de una tradición celta. Años más tarde, con una Roma ya cristianizada después del Edicto de Milán en el cual Constantino y Licinio declararon la libertad de culto, únicamente se tenía que cambiar los nombres de las fiestas y ya está. Fue así como en el año 354 de nuestra era el Papa Liberio aprovechó las festividades del nacimiento de este Sol Invictus para poner la del hijo de Dios. Aunque, si se tiene que hacer caso de las Escrituras, este nacimiento tuvo lugar supuestamente hacia el verano.

¿Cuántas fiestas se han celebrado al lo largo y ancho de todo el mundo conocido cerca del solsticio de invierno y por qué? Nombres como Hannukah, Log Kraton, Shab-e Yaldá, Dwali, Ashura, Sankranti, el mismo Natalis Soles Invictus que acabamos de mencionar unas líneas más arriba o la Navidad que celebramos ayer se extienden como un manto para dar sentido a una explicación muy clara y es que, con este solsticio, comienza el invierno: la época más cruda, cruel e inclemente del año. Las noches largas, la gelidez, las cosechas .

Estas festividades, en realidad, no hacían otra cosa que intentar dar entrada con alegría a la que sería la parte más dura del año. Cosa parecida, por cierto, es el origen del carnaval con respecto a la Cuaresma, aunque por lo que se pasaba mal aquí era por las restricciones morales más que por las inclemencias climáticas.

Ahora, sin irnos por otros derroteros, vamos a centrarnos un poco más en la Navidad. Lo que se intenta celebrar en esta época del año es el nacimiento de Cristo, que tampoco tuvo lugar en el siglo I con comúnmente se piensa, ya que si Jesús fue perseguido por el rey Herodes el Grande (por cierto, curiosos estos adjetivos tan grandilocuentes que reciben el nombre de epítetos épicos) este murió unos 7 años antes aproximadamente. Otro detalle son los animales que estaban en el Portal. La mula y el buey son elementos del culto isíaco (De Isis, diosa egipcia) añadidos a la escena del Nacimiento. Es muy probable que no estuviesen presentes en el lugar y que la tradición oral y posterior reinterpretación iconográfica cristiana los añadiera. El motivo por el cual estos elementos se enlazan con tanta facilidad con la cultura judía es por los lazos de unión entre Judea i Egipto, y de aquí, la aceptación de los motivos sacros que fueron de Isis a María. Otra cuestión interesante sería la de los Reyes Magos pero esa la dejaremos para el Caligrama que coincida con la celebración de la Epifanía. Continuando con esta temática navideña, otro elemento totalmente arraigado en la cultura católica es el montaje del Belén. Para buscar su sustrato tenemos que irnos al año 1223 y a la ciudad italiana de Asís, donde nació San Francisco, no el Borja, sino al que le debe su nombre: el Poverello. Durante la noche del 24 de diciembre de dicho año, decidió reproducir en una caverna próxima a Greccio el nacimiento de Jesús. Poco a poco, esto fue adquiriendo importancia en todos los territorios itálicos – recuerden que los belenes napolitanos son bastante famosos- y, desde aquí, se fue extendiendo por toda Europa. En el año 1465 se fundaría en París un taller dedicado única y exclusivamente a la elaboración de estas figuras.

San Nicolás es un personaje bastante arraigado en nuestra cultura y cada vez con más intensidad bajo los apelativos de Santa Claus, Papa Noel, etc. En realidad, su festividad tiene lugar el 6 de diciembre pero la larga tradición que le confiere a este santo el hecho de entregar juguetes en países como Bélgica, Luxemburgo o los Países Bajos hicieron unir ambas festividades y, poco a poco, una parte importante del mundo sufrió un proceso de aculturación por el cual la hizo suya. San Nicolás, en realidad, vivió en Turquía, y lejos de vestir de rojo y llevar gorro, su indumentaria correspondía a la de un obispo, ya que ocupó este cargo en la ciudad de Mira. Durante su vida fue un gran protector de la infancia y, uno de los milagros que se le otorgan fue el de decirle a unas jóvenes que iban a ser obligadas a prostituirse por causas económicas que cada noche pusieran unos calcetines cerca de la chimenea y que él los llenaría de monedas de oro. Podemos deducir que, por leyendas como esta, hemos adaptado la historia.

Un lugar donde suele dejar los regalos este hombre es en el famoso árbol de Navidad. La tradición le otorga a San Bonifacio – evangelizador de los territorios que ahora ocupan gran parte de Alemania – el hecho de cortar árboles consagrados al dios pagano Thor y plantar en su lugar pinos que simbolizaran la luz de Cristo por tener estos las hojas perennes. Más tarde, mucho más tarde, sería el príncipe Alberto de Sajonia Coburgo-Gotha, marido de la reina Victoria de Reino Unido, quien lo volvió a recuperar. En el caso concreto de España sería Sofia Troubetzkoy, noble de origen ruso casada con José Osorio y Silva, marqués de Alcañice, quien los implementaría por estos lares teniendo constancia que el primer árbol de Navidad se plantó en el desaparecido palacio de los Alcañices, que estaría situado por el paseo del Prado.