la vida de nadie

Todavía recuerdas ese calor del vientre materno. Ese fluido denso que te cobijaba protegiéndote de un exterior hostil que por tu neonata ignorancia desconocías. Tal fuese, ese momento, ese que ninguno de nosotros recordamos, el único que tú recuerdas felizmente. Luego vino el llanto y el frío, y luego, esta vida que de forma arbitraria te tocó vivir.

Tu nombre es Nadie porque te negaron sin apenas preguntarte tu identidad como mujer. Te la negaron porque se considera pecado que puedas sentir placer en un acto que, si fuera pecado deísta, simplemente se te hubiera negado de forma física en esa creación a su imagen y semejanza. Pero no, el pecado siempre ha estado creado por nosotros. Hemos sido los que hemos marcado una serie de reglas y normas antinaturales para regir un mundo al que siempre se la ha negado la libertad. O bien en forma de gobiernos totalitarios o bien manipulando un cuerpo que no nos pertenece. Como el tuyo, Nadie.

Aquella tarde jugabas en ese instante paralizado que son los paisajes de Kenia. El cielo vestía esos típicos arreboles que no es otra cosa que cuando la atmósfera de barniza de ese pigmento rosado que agraciadamente ilumina cualquier superficie que se preste. De igual manera, esa luz, acariciaba tu dulce rostro. Porque eras una niña todavía. Vivías en esa flor de la vida constante en la que viven los niños. Esos días eternos que se estiran como hilos que, al pasar de los años, cada vez se vuelven más ínfimos.

Tu padre te cogió. No dudaste irte con él. Es tu padre. Se supone que está ahí para protegerte. Él, junto a tu madre, te crearon. Ningún mal puede proceder de él. Su mano fuerte, áspera, disipó cualquier duda. Por un momento, volviste a sentir esa protección del vientre materno que antaño recordabas. Parecía, por un instante, que la vida se volvía a agraciar contigo. Si es que puede haber gracia para una mujer en una sociedad tan sumamente paternal como la que vivías.

Lo que quería tu padre, en realidad, ahora lo comprendes. Él y los otros mutilaron tus partes más escondidas, aquellas que tu madre recelosamente te cubría y estigmatizaba como si fuesen el mismísimo nido de Satán. Te hicieron lo que se conoce como una ablación de clítoris. Lo hicieron con el único propósito de alterar tus órganos sexuales para que no sintieras placer y controlar así tu sexualidad. Para que el día que te cases puedas vivir íntegramente por/para un hombre a la imagen y semejanza de tu padre. Para convertirte, al fin y al cabo, en una réplica de tu madre.

Esa mutilación te traerá consecuencias físicas y psicológicas a largo plazo. Ya nunca volverás a ser la misma. Te han convertido en Nadie. Ya que alguien al que se le arrebata cualquier rasgo de su identidad física pierde, por ende, su identidad social. No únicamente no sentirás placer durante la práctica sexual, sino que tendrás complicaciones al dar a luz, hemorragias posteriores al parto, muertes fetales o muertes prematuras de recién nacidos. Al igual que los diez abortos que tuvo tu madre antes de que tú, Nadie, consiguieras venir al mundo como una superviviente para que luego te abortaran en vida.

Fue en ese momento cuando decidiste cambiar tu nombre, Maini, que significa esperanza en swahili, por Nadie. No se puede consentir que todavía exista una aberración como lo es la mutilación femenina. Descarnar a una mujer, convertirla en un cubo de hielo que no siente y no ama no es convertirla en un ser puro, es asesinarla en vida y eso es un crimen no únicamente contra nadie, sino contra la Humanidad.