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La cacerolada

Joan Monleón

Parece el otro día, pero ya estamos llegando al año con el maldito e invisible Covid 19 machacándonos lentamente. Lo que parecía un cuento chino, nunca mejor dicho, se ha trasformado en una cruel y complicada realidad. Ese estado de intranquilidad, desasosiego y congoja está haciendo mella en los miles de millones de seres humanos de todo el planeta.

Los mensajes sobre esta enfermedad epidémica que nos lanzan a diario los científicos, médicos, enfermeros, negacionistas, curanderos y cantamañanas varios son de lo más preocupantes. Algunos auténticos disparates. Si añadimos a los políticos de todo tipo y condición, que con sus ocurrencias se pasan el día liándola parda, el fracaso está más que asegurado.

En la primera ola recuerdo con nostalgia avergonzada cómo se tiraban los trastos a la cabeza mientras los sanitarios se jugaban la vida atendiendo a los pacientes en situaciones muy precarias. La falta de información y de materiales eficaces para hacer frente a esa desconocida pandemia llevó a los hospitales a un auténtico caos. Vergüenza ajena daba ver a much@s de nuestr@s facultativ@s y de su entorno hospitalario, vestid@s con bolsas de basura abrochadas con cintas de celofán. La escasez de mascarillas y de lo más necesario, los famosos respiradores convertían la situación en una auténtica bomba de relojería. Para distraer al nervioso ciudadano, los políticos ¡siempre los políticos!, se sacaron de la manga el «resistiré» de mis amigos Manolo y Ramón, los aplausos de las 8 y los pasacalles de coches a lo Paquito el Chocolatero, que algunos aprovecharon para montar su karaoke particular en sus balcones.

Entre las sirenas, los aplausos y los del cante «ladrado», la tabarra era insoportable, pero el presidente Sánchez con su: «¡saldremos más fuertes!», una vez más, conseguía marear la perdiz. No sé si más fuertes... pero más acojonados seguro que sí.

En la segunda ola, cuando parecía que estábamos acercándonos a la orilla, llega el verano y volvemos de nuevo a las andadas.

Y a la tercera, que parecía la vencida por aquello del nuevo año, las vacunas Pfizer y Moderna, otra vez por los aires, llegando a las cotas más altas de contagios y casi también de muertes. Y el Gobierno y las Autonomías con sus decisiones, todas políticas, agravando más la situación. Y por si faltaba algo, nos llega la Filomena con el carrito de los helados hasta los topes y pone a toda España tiritando. Mientras, el bicho a la suya, recorriendo su macabro camino.

El Covid19 ha causado grandes estragos en las empresas, en especial a la hostelera, a la cual proceso un gran cariño. Los gobernantes no piensan lo mismo. Les viene el «traje muy grande». Escrito por Don Miguel, ya lo dijo Don Quijote: -«para los mesoner@s y albergador@s con sus purgas y sangrías, todo son paños calientes menos las Caballerías».

A los del «traje grande», se les olvida que un seis y pico por cien del PIB español es generado por sus «apestados» hosteleros. Solo por eso deberían tener un poco más de respeto e interés. No es justo echar la mayor culpa a los bares, restaurante y hoteles donde, salvo algún «tontolaba», cumplen a rajatabla las normas sanitarias. Al no salir de casa, ignoro si también lo hacen los clientes.

El bar y restaurante, por eso de estar con el quita y pon a la hora de la caña y el chuletón, puede ser complicado. Pero no más que el Metro «sardinero», el cine «sandunguero» o el teatro «arrabalero». Me huele a chamusquina que no haya cerrado ninguno de los grandes supermercados y centros comerciales por culpa de este virus criminal. Con el mogollón de gente que allí acude a diario.

Hace unos días en Gandia una organización empresarial, flojita como todas, ante la negativa del Ayuntamiento a recibirles, convocaron una «cacerolada», organizada en defensa de la hostelería local (agravio comparativo). Por ser Gandia tan valenciana, la harían con paellas «made in Monleón (DEP)-la Rusa, con el slogan a lo James Bond: «Ahora o nunca». Dos días antes de la fecha, la asociación anula a bombo y platillo la concentración. Pensé: ¿Será por falta de paellas o cacerolas, con tantas ferreterías que hay en Gandia? ¡Pues no! La señora Alcaldesa y sus concejales de la «quinta del biberón», ante los acontecimientos ruidosos que podrían despertar al «bicho», se plegaron a escucharles. Después de tomar café y pastas, comenzó «la mesa del dialogo» para besugos (conversación sin coherencia lógica). El final… ¡no pudo ser más feliz! 120 millones de euros a repartir, como en la lotería, entre Cultura, Turismo y Hostelería. De ese fondo, el 50% lo aportaría la Generalitat, el 30% las Diputaciones y el 20% restante, los Ayuntamientos. Con lo fácil que hubiera sido decir: -«Saldrá de los bolsillos de todos los valencianos». Entre el complicado papeleo y el habitual mangoneo, el «largo me lo fiais» hará acto de presencia. Y si no, al tiempo.

Como segundo «plato fuerte», se anulará temporalmente la tasa de ocupación de la vía pública. Por higiene les pido por favor que no ubiquen las mesas cerca de las arquetas del alcantarillado. Echa para atrás.

A la salida, los flojitos representantes de los hosteleros solo hablaban de lo bien que les habían tratado en el Ayuntamiento, de lo buenas que estaban las pastas y muy agradecidos por haber sido recibidos en persona. Tres obviedades de libro. Se fueron como siempre, con las manos vacías y sin confirmarles cómo y cuándo pero… ¡más contentos que unas pascuas! El café y las pastas hacen milagros.

Posdata: No me gustaría acabar este relato sin agradecer al matrimonio Carolina Vives y Ximo Coll, alcaldes, o ex, dels Poblets y el Verger, por haberse jugado la vida por todos nosotros, haciendo de conejillos de indias al inyectarse la «peligrosa» vacuna. ¡Ole tú!

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