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xIMO ROVIRA Y LA MEMORIA AUDIOVISUAL

El presentador de Gandia, Ximo Rovira. | LEVANTE-EMV

E l Consejo Rector de la Corporació Valenciana de Mitjans de Comunicació de RTVV decidió hace quince días que Ximo Rovira no iba presentar un concurso en À Punt, uno de esos productos televisivos ligeros en los que se pregunta a los concursantes cosas como «¿De quin color és un plàtan que encara no està madur?» El Consejo sostiene que no ha habido veto y que «no se ha dudado de la gran profesionalidad de Ximo Rovira pero sí queremos evitar la memoria audiovisual valenciana que está vinculada a la telebasura y a la memoria de Canal 9».

xIMO ROVIRA Y LA MEMORIA AUDIOVISUAL

Además de inventarse el concepto de «memoria audiovisual» el Consejo Rector maneja una idea de la «telebasura» igualmente falsa, o por lo menos de una simplicidad engañosa. Sin duda resulta muy cómodo hacer de «Tómbola» un ejemplo de perversidad insuperable y canónico, pero ya advirtió Gustavo Bueno, que dedicó un libro a la cuestión, que no era tan sencillo trazar líneas divisorias entre lo que llamaba «las texturas limpias de la televisión y las texturas sucias o telebasura». Y recordaba además el filósofo que ningún Consejo Audiovisual, podrá sancionar «la calidad televisiva de los contenidos» sin caer en «clasificaciones predicativas que tienen el peligro de sugerir dicotomías artificiosas que separan excesivamente clases, como si formasen parte de mundos distintos».

No deberían olvidarse tan razonables advertencias a la hora de valorar las resoluciones de los Consejos Audiovisuales en relación con la telebasura, ni olvidar exigirles a estos, para que sirvan de algo, que expongan con un mínimo rigor sus fallos o arbitrajes.

En el caso de la decisión que afecta a Ximo Rovira no puede decirse que el Consejo Rector haya actuado no ya con rigor sino de manera inteligible, pues da por sentado un concepto de «telebasura» que no hace falta definir y en el que mezcla selectivamente programas y presentadores del pasado, juicios contradictorios sobre su «profesionalidad» y una fantasía como «la memoria audiovisual» cuya tutela se arrogan los representantes del Consejo con una suficiencia de oráculos.

Quienes como espectadores vivimos el fenómeno «Tómbola» sabemos que fue un programa deleznable, pero también sabemos que, puestos a buscar en «la memoria de Canal 9», no encontraremos nada que no se encuentre en mayor o menor grado en la órbita de «Tómbola». Voy a generalizar, pero el tono dominante de la textura sucia me parece fiel a la realidad: la gestión de la cadena fue una gestión-Tómbola, como sus programas –con excepción de las retransmisiones deportivas y las misas dominicales- Tómbola fueron desde la surrealista paella de Monleón y el «Calle vosté, parle vosté» hasta los inventos aún más delirantes que les sucedieron y que nadie asociaría no ya a la «calidad» televisiva sino al equilibrio mental. Aquel putiferio fue un colosal fracaso de la política que, tras casi dos décadas en manos de la derecha, acabó echando el cierre, añadiendo a la quiebra y a los despidos masivos ocho años de apagón televisivo.

Más allá de las responsabilidades de ese fracaso, que están bastante claras, Canal 9 fue para muchos periodistas y comunicadores (para los que merecían ser llamados así) una realidad caótica con la que debían convivir a diario y en la que intentaron subsistir profesionalmente como pudieron. Rovira acabó presentando el circo de «Tómbola» durante siete años, un producto de gran audiencia que revisitado en Youtube da un poco de asco. ¿Y qué? Tampoco nos vuelven más nostálgicos otros ejemplares de la época, como «Esta noche cruzamos el Mississippi» o «Crónicas Marcianas». Con otro matiz de mugre, ¿son de más «calidad» programas como el de « Rosa» o el ya clásico «Gran Hermano» en los que colaboraron conocidos presentadores después contratados por À Punt? Hoy esos programas y otros por el estilo exhibidos con los más diversos disfraces –el de la política, el de la actualidad, el del entretenimiento, el del periodismo al rojo vivo, el de lo paranormal- se encuentran a patadas en todas las cadenas, empezando por La 1 de RTVE, que celebra risueñamente el vigésimo aniversario de «Corazón», espacio diario que reduce a «Tómbola» a una fugaz aventura contracultural.

Juzgar a los presentadores por los programas de los que formaron parte en el pasado, y más cuando no se cuestiona su «gran profesionalidad», es ignorar de qué va el negocio del espectáculo televisivo y, en el caso de Ximo Rovira, una pésima decisión de que perjudica tanto los intereses del ente autonómico, con bajos niveles de audiencia, como los derechos de los espectadores, únicos depositarios de una «memoria televisiva» que, de existir, no necesita de exégetas.

El último programa de «Tómbola» se emitió hace 18 años, y desde entonces Rovira ha seguido rumbos profesionales alejados de aquella etapa remota que solo representa una parte menor de su amplia trayectoria y que nadie habría recordado especialmente de no ser por la entrada en escena del Consejo Rector, que cree que con un álbum de fotos color sepia y el espíritu del Índice es posible descifrar un mundo –el de la comunicación- en el que ya no existen las texturas limpias.

Aparte de imbuirnos de moralina barata, aplicar la ley del doble rasero, mostrar un alarmante desconocimiento del medio, caer en los sesgos simplistas señalados por Gustavo Bueno y devolvernos a los tiempos de Maricastaña, ¿de qué les ha servido a los telespectadores de À Punt ese cónclave de beatos de la «memoria audiovisual»? Si supiesen algo de televisión le habrían ofrecido a Rovira un programa de verdad.

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