Color local

LOS EFECTOS DEL MUNDIAL

OPINIÓN / J. Monrabal

Tranquilidad y moderado optimismo en las filas del PSOE local, un mes después de la proclamación oficial de Juan Carlos Moragues como candidato del PP. Parece ya claro que no venía el nuevo cabeza de lista popular, como tantos creíamos, con un plan A, un plan B, un plan C y un original sistema de juego bajo el brazo sino con la estrategia de los pases horizontales y hacia atrás de Luis Enrique, pero sin balón, o con un balón solo teórico, porque el balón reglamentario, el real, sigue en posesión del PSOE de Prieto, al que cada vez son más quienes le preguntan dónde compra la lotería. A día de hoy la impresión que ofrece el PP local es la de no estar jugando el partido, la de seguir entrenando lejos del estadio con el reloj parado, ensayando jugadas de pizarra y desmayados tiros a puerta mientras en la Copa Electoral va perdiendo por goleada, por incomparecencia.

Moragues ni siquiera se ha subido al autobús desde el que Helenio Herrera decía ganar a veces los partidos, y si el actual escenario de campaña se pasara por las casas de apuestas nadie arriesgaría un euro por la mayoría absoluta a la que aspira el candidato popular. Como esos equipos que no dependen de sí mismos y luchan por la permanencia el PP local observa con esperanza el clima lorquiano del vestuario de Compromís (donde «las navajas de Albacete relucen como los peces») y más que en los recursos de la plantilla, parece confiar en un milagrito primaveral, en la difusión de la entropía, en el río revuelto de la convulsa política nacional.

Venía Moragues de la Premier League de la política, con ocho años de retraso, a espabilar a un equipo sonámbulo, a ventilarlo, a limpiar de costras su pasado sucio y a devolverle la sed de victoria, pero resulta que no ha sabido, no ha querido o no ha podido desmarcarse esta semana de la foto de Torró y sus compadres en la Audiencia Provincial, que parecen salidos de un escándalo del Calcio, dejándole de nuevo la iniciativa a un PSOE cada día más apuntalado como una formación transversal, mainstream, la única capaz de medir bien los tiempos e interpretar correctamente lo que ocurre en el terreno de juego: si arranca la Iglesia por la banda derecha dispuesta a meterse hasta la cocina, sale Prieto a resolver la papeleta; si Torró reaparece en el medio campo (Torró lleva ocho años reapareciendo) con sus juicios y sus cosas, salta al césped Mascarell a coserlo a patadas en honor del juego limpio; si Moragues amaga con hacer un regate con «la gestión» o «los impuestos», surge Salvador Gregori, en plan Goicoetxea, poniendo cara de «tranquilos, que no pasa». Y, en efecto, no pasa porque en el PP no pasa nada desde que Soler le cedió a Moragues el brazalete de capitán.

Pero, más allá de esas acciones ocasionales, los socialistas no se emplean a fondo porque casi siempre, ya digo, están solos en el campo, conscientes de que deben reservarse para los encuentros decisivos y de que no hay que bajar la guardia, por fácil o perdido que parezca el adversario, y ahí están los rotos que Japón, y luego Marruecos, le hicieron a España como aviso para entrenadores pedantes, o el sobrado Brasil de Neymar, hundido por la pequeña Croacia del gran Modric, etcétera.

No obstante, en vista de las últimas noticias deportivas, se diría que al PSOE le han tocado en el sorteo de la Copa Electoral rivales cómodos, en franca decadencia: por un lado, un PP sin fuelle y aún sobrecargado de pasado, cuyo fichaje estrella o no va a los partidos o no llega nunca al área contraria y, por otro, Compromís, que solo parece desear el descenso de categoría, una vez aprobado en asamblea.

Como se ve, el fútbol lo absorbe todo, hasta la política de andar por casa. Deben de ser los insalvables efectos del Mundial.