Sanidad

Pronósticos sombríos sobre el peaje sigiloso del COVID-19

La OMS y la exjefa de COVID de la Casa Blanca alertan del daño latente que produce el coronavirus

Estudios recientes lo vinculan con desregulación inmune, secuelas neurológicas y párkinson

Análisis de muestras en un laboratorio.

Análisis de muestras en un laboratorio. / EFE

Rafa López

En pleno pico de infecciones respiratorias, en el que la gripe A le ha restado protagonismo al COVID, varias voces expertas se han alzado para alertar sobre el daño sigiloso que produce el coronavirus SARS-CoV-2, y que se manifiesta mucho después de los síntomas “gripales” de la fase aguda. Han sido la jefa técnica de COVID de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la exjefa de respuesta COVID de la Casa Blanca quienes, hace pocos días, han advertido que cada vez se conocen más secuelas de este patógeno, incluso en casos leves y moderados. Sus inquietantes pronósticos se suman a los del ministro de Salud de Alemania y a los estudios que se publican en revistas científicas y apenas trascienden a la opinión pública. Sin ir más lejos, la semana pasada se publicaron investigaciones que vinculan el virus del COVID con desregulación inmune, secuelas neurológicas y párkinson.

Maria Van Kerkhove, a cargo de la respuesta al COVID en la OMS, expresó el 12 de enero su preocupación por las complicaciones a largo plazo del virus. “El COVID sigue siendo una amenaza para la salud mundial –afirmó–. Dentro de cinco, diez años, ¿qué veremos en términos de deterioro cardíaco, de daño pulmonar o de deterioro neurológico? No lo sabemos”, advirtió.

Prácticamente en la misma fecha, la doctora Deborah Birx, exjefa de respuesta COVID de la Casa Blanca, advertía que este coronavirus “nunca fue la gripe y nunca va a ser la gripe”: “Solo tenemos experiencia con este virus 4 años y aprendemos todos los meses algo diferente que puede hacer este virus –explicó en el programa del periodista estadounidense Chris Cuomo en la cadena News Nation–. De lo que es capaz neurológicamente a largo plazo, a nuestras mitocondrias (y de ahí los problemas musculares que vemos), los microcoágulos... Fingir que sabemos todo lo que puede hacer este virus y desdeñar las infecciones repetidas es un error enorme”, dijo.

Birx, que fue coordinadora global de SIDA de Estados Unidos con Obama y Trump, dijo que “la comparación con el VIH [el virus que causa el sida] es importante porque el VIH también era asintomático. No podías detectar el virus por sus síntomas, porque la gente se pasaba 7, 8 o 9 años antes de que aparecieran. Pero el VIH destruía silenciosamente nuestro sistema inmunitario. Hay mucha destrucción que el COVID leve o moderado puede hacer y que no se ve, tal y como el HIV destruía nuestro sistema inmune”, afirmó. La médica estadounidense aludió al daño que el virus del COVID causa sobre las mitocondrias (partes de las células que producen la mayor parte de su energía) y el impacto viral en la niebla mental, así como cambios en nuestras neuronas.

Deborah Birx criticó también la forma inicial de abordar el COVID por parte de los Centros de Control de Enfermedades (CDC) estadounidenses: “No puedes utilizar un seguimiento sintomático de los virus como en el siglo XIX cuando tenemos tecnología del siglo XXI”, censuró.

Demencias

En un momento en el que –como ha dicho Maria Van Kerkhove– ya nadie quiere hablar de COVID y considera la pandemia algo del pasado, resuenan aún más declaraciones como las del ministro de Salud de Alemania, Karl Lauterbach, que en diciembre aludió a los picos históricos de casos de párkinson y otras demencias después de la pandemia de gripe de 1918. El epidemiólogo y ministro socialdemócrata dijo que contraer COVID-19 “afecta la forma en que funciona el sistema inmunitario en el cerebro, así como los vasos sanguíneos del cerebro, lo que puede aumentar el riesgo a largo plazo de estas importantes enfermedades neurodegenerativas”.

Lauterbach añadió que “el COVID no es un resfriado; con un resfriado generalmente no se ven efectos a largo plazo. No se observan cambios en los vasos sanguíneos. Por lo general, no se desarrolla una enfermedad autoinmune ni se ve inflamación neurológica, estas cosas que todos vemos con el COVID persistente... Puede afectar al tejido cerebral y al sistema vascular”.

Deborah Birx, junto a Trump en la Casa Blanca en una imagen de archivo.

Deborah Birx, junto a Trump en la Casa Blanca en una imagen de archivo. / EFE

En una sesión ante el Senado de EEUU, la semana pasada, el epidemiólogo estadounidense Ziyad Al-Aly, autor de varios estudios a gran escala sobre los efectos a largo plazo del COVID y de sus reinfecciones, recordó que durante la última década se ha vuelto cada vez más claro que las enfermedades posvirales son una parte importante de las enfermedades crónicas y del envejecimiento. “La mejor manera de prevenir el COVID persistente es prevenir el COVID en primer lugar”, defendió, y subrayó que, cuantas menos veces nos contagiemos, mejor. “Probablemente debido a la persistencia viral y otros mecanismos, las personas aún pueden desarrollar problemas relacionados con la infección muchos meses o incluso dos años después de la infección inicial”, advirtió.

Todas estas afirmaciones por parte de figuras de relevancia internacional en salud pública están apoyadas en estudios revisados por pares. Uno de los últimos, publicado el pasado viernes en “Scientific Reports”, halló anomalías cerebrales microestructurales, fatiga y disfunción cognitiva después de COVID leve. Otro, publicado el pasado jueves en “Cell Stem Cell”, concluyó que el coronavirus puede provocar el envejecimiento de las células que generan dopamina, neurotransmisor cuyo déficit se asocia al párkinson. “Teniendo en cuenta nuestros hallazgos, postulamos que en los próximos años será necesario vigilar de cerca a los pacientes con COVID-19 para detectar un mayor riesgo de desarrollar síntomas relacionados con la enfermedad de párkinson”, advierten los autores.

Otro estudio, publicado la semana pasada en “Science”, confirmó la desregulación inmunitaria causada por el COVID. Según sus resultados, los pacientes con COVID persistente presentaban una mayor cantidad de proteínas relacionadas con la activación del complemento, un sistema relacionado con la respuesta inflamatoria e inmunitaria.

El SARS-CoV-2 no es ni mucho menos el único virus que produce síndrome postviral o consecuencias a largo plazo que pueden desencadenar enfermedades graves. Se sabe desde hace décadas de la gripe, los virus de la hepatitis B y C, el virus de Epstein-Barr (vinculado a la esclerosis múltiple) y el virus del papiloma humano, que causa alrededor del 5% de los cánceres en todo el mundo. Hay también investigaciones que vinculan el alzhéimer con infecciones virales.

Nada de todo esto le es ajeno a Sonia Villapol, neurocientífica en el Houston Methodist Research Institute (EEUU) y miembro de Cov-irt, grupo de investigación internacional del COVID. La investigadora gallega lleva más de tres años advirtiendo que los daños neurológicos a largo plazo provocados por el COVID serán los más preocupantes, algo por lo que fue criticada incluso por sus colegas científicos. En una entrevista publicada por Faro de Vigo, del Grupo Prensa Ibérica, en noviembre de 2020 ya adelantaba que "la COVID-19 puede aumentar el riesgo de desarrollar enfermedades neurodegenerativas". El tiempo y la evidencia científica le están dando la razón. “Hablaba de la asociación de la infección con SARS-CoV-2 con un aumento del riesgo de padecer de alzhéimer –explica a FARO–. No lo dije por alarmar ni porque me parecía, eran conclusiones obvias y un tema de discusión de las reuniones de Cov-irt desde el grupo que neurología que llevaba. Ahora ya hay varios artículos que van más allá de casos clínicos y que establecen esa asociación. Cada semana salen varios artículos sobre esto”, destaca.

Experta en COVID persistente, la investigadora lucense conoce bien los efectos “sistémicos” del coronavirus, más allá del sistema respiratorio. “Sabemos el impacto de la COVID en el sistema cardiovascular, causando inflamación en las placas aterosceróticas de las arterias, lo que aumenta el riesgo de ataques cardíacos”, apunta, citando un estudio publicado en octubre pasado en “Nature Cardiovascular Research”, y alude a otro en “The Lancet” que analizó el aumento de porcentajes de enfermedades cardíacas en Inglaterra, lo que tiene implicaciones sobre la mortalidad. “Lo raro es no pensar que el exceso de mortalidad [observada en Inglaterra] pueda ser causado por el aumento de problemas cardiovasculares, y no es que sea una opinión mía, es que lo dice el paper”, argumenta. La investigación, efectivamente, señala que “es probable que las causas de este exceso de muertes sean múltiples y podrían incluir los efectos directos del COVID-19”.

Villapol afirma también que “sin duda alguna” hay un “impacto del COVID en el sistema inmune, tanto a corto como a largo plazo, lo que modula la inflamación y el daño tisular”. "Y un sin fin de síntomas de COVID persistente de los que hablamos hace tres años, ahora más estudios los confirman, como la alopecia". Sobre el COVID persistente, añade que “hay muchas incógnitas, faltan mejores tratamientos y biomarcadores, y tiene y tendrá un impacto enorme por la cantidad de gente que los padece”.

Considerando toda esta evidencia, a la científica gallega le causa desazón que a pacientes con síntomas respiratorios se les haga en España una placa de rayos X pero no el test de COVID o gripe. “Parece que no aprendimos nada”, lamenta.

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