Según el Consejo Superior de Deportes, en 2010 casi la mitad de los españoles entre 15 y 65 años practicaba deporte. Es un número considerable. Si le añadimos aquellos que realizan actividad física de forma habitual, como salir a caminar, el número no es considerable sino enorme. Todos ellos estamos expuestos a lo que se denomina la «tecnificación de la práctica deportiva», que es otra forma de referirse a lo complejo que se ha vuelto hacer ejercicio físico. Hoy en día empezar con el deporte supone afrontar dos retos que están a la altura de las pruebas de Hércules.

El primero de ellos es elegir qué se quiere hacer. Como se ha puesto de moda estar sano, y especialmente a través del ejercicio físico, empresas, marcas y gurús de todo tipo han acudido como moscas a la miel. Y han traído consigo un repertorio creciente de sistemas de entrenamiento, programas, aplicaciones y comunidades. Cada uno desde un enfoque distinto y mejor que el anterior. Desde luego, algunas de estas opciones son válidas. Tienen fundamento, están bien estructuradas y son accesibles para el que empieza. El problema es que muchas otras pasan por alto la condición física del practicante, prometen resultados rápidos y se apoyan en entrenamientos de altísima intensidad, lo que las sitúa entre lo poco saludable y lo directamente peligroso. Cuando veo a amigos seguir ciegamente los dictados de un visionario del deporte, o de una «app» cualquiera, me vienen a la mente esas personas que acaban con el coche dentro de un pantano por obedecer fielmente al GPS.

El segundo reto es equiparse para practicar el deporte elegido, y no es algo trivial. Si han tratado de comprar cualquier producto deportivo se habrán enfrentado con distintos materiales, colores y acabados. Con diversas gamas y niveles de rendimiento. Con accesorios para redondear la adquisición. Y así en casi todo, sean mochilas, zapatillas o manillares de bicicleta. Estudiosos de estos temas como Barry Schwartz insisten desde hace más de una década en que un exceso de oferta resulta contraproducente para el consumidor. Perdemos de referencia lo que verdaderamente necesitamos, se genera una gran confusión sobre lo que aporta cada solución disponible y, como consecuencia, o bien compramos equivocadamente presas de la ansiedad o bien optamos por no comprar nada.

Es una lástima que los beneficios demostrados de un ejercicio moderado y bien tutorizado se vean emborronados por las prisas y la voracidad de los interesados en vender cosas. Si tuviese que recomendar algo, sugeriría empezar suave y estar atento a cómo responde el cuerpo. Poc a poc, que diuen.