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Este no es el camino

Las crisis económicas, en el capitalismo, acaban por superarse, pero pasan siempre una factura que será más o menos elevada en función de la magnitud del evento. La Gran Depresión del siglo XX terminó peor que el rosario de la aurora, como es conocido por casi todo el mundo. Baste recordar la Segunda Guerra Mundial y las animaladas que allí se cometieron para hacerse una idea. El siguiente gran cataclismo económico lo acabamos de padecer. Sí, la Gran Recesión que comenzó en el verano de 2007.

Aunque en los últimos tiempos se aprecian síntomas de desaceleración de la economía -vamos, que se crece, pero no con el brío de hace, como quien dice, cuatro días- lo cierto es que, al menos en términos macroeconómicos, los duros años de la crisis han quedado atrás, pero no sus secuelas. Por su visibilidad -y porque no hay manera de que sus actores estén un día callados (mucho menos que no digan barbaridades)- donde mejor se percibe el daño de fondo que ha generado la recesión es en la política, fiel reflejo del estado general de la sociedad.

Son muchos los síntomas de la enfermedad y todos apuntan a que no nos enfrentamos a un catarro. Más bien, al cáncer. La antaño mesurada sociedad catalana se ha tirado (la mitad de ella) al monte siguiendo las consignas de unos dirigentes públicos somniatruites y, como ha sucedido otras veces en nuestra triste historia, el ataque de rauxa está envenenando a todo el país. Al inicio de la crisis, los movimientos alternativos de la izquierda alzaron la voz, se organizaron y alumbraron un movimiento radical que parece que va perdiendo fuerza. Me refiero a Podemos. Ahora las tornas parecen venir de las derechas. La irrupción de Vox -nutrida seguramente en parte por viejos clientes de la formación de Pablo Iglesias que no encontraron el oasis de su desierto- parece haber provocado un giro social hacia posiciones más que conservadoras, tal como demuestran día tras día el PP y Ciudadanos.

Los catalanes dicen que España les roba y tantos españoles, jaleados por la ultraderecha rampante, se desgañitan contra los inmigrantes que vienen a robarles -eso creen- el pan y sus derechos y se han abrazado a la bandera con tanto ardor que empiezan a dar miedo. Hasta a Felipe VI, como a su bisabuelo Alfonso XIII, le crecen los enanos.

Da la sensación de que todo es griterío. Demagogia. Cinismo, sin duda. Líderes políticos que explotan las más bajas pasiones de una población que se ha empobrecido por la crisis y a la que no le han llegado los beneficios de la recuperación. Que se coge a un clavo ardiendo por si suena la flauta. Pero ese no es el camino.

¿Tan difícil es converger hacia posiciones moderadas? ¿De verdad que nadie tiene una receta templada? ¿La solución está en los extremos? Bueno, pues hecho el desahogo, tengo que admitir que carezco de recetas, ni siquiera milagrosas. Ya saben, ¡qué fácil es quejarse! Ahora, ¿y quiénes nos mandan? Si la prosperidad va por barrios, sobre todo por los barrios altos, el futuro, incluso inmediato, da pavor. Y la polarización crecerá.

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