El suplemento El Mercantil Valenciano cumple 30 años por lo que para celebrarlo vamos a hacer el ejercicio de ver cómo estábamos de tecnología entonces. Corría el año 1989, aquel en el que se estrenaron en el cine películas como La Sirenita, Regreso al futuro II o Indiana Jones y la última cruzada. En mi caso, además, fue un año de cambio. Dejé un colegio en el que había estado 6 años, mi récord, para entrar en El Pilar de València (dejo la historia de mi primer día para otra ocasión). En cuanto a tecnología, en mi casa ultimaba sus días nuestro viejo Commodore 64, con una disquetera de 5 ¼ que era casi más grande que el propio ordenador. Recuerdo jugar al Summer Games en el salón de casa (un destroza joysticks). En algunas ocasiones para que se cargara el juego en el casete tenía que ir destornillador en mano para encontrar el punto en que el cabezal leía la cinta. Después, había que esperar a que se cargara el siguiente nivel viendo rayas en la pantalla ? ¡Horror! no había funcionado. Era especialmente difícil conseguirlo con la copia del One on One que teníamos. Así que, había que aprovechar el contador del casete para rebobinar y volver a intentarlo. Desde luego, trabajábamos la paciencia en comparación a hoy en día que esperamos todo a golpe de click y tres segundos ya es mucho.

Esas navidades fuimos a casa de mi primo en Granada y descubrí su Commodore Amiga y el juego Norte y Sur? quedaba claro que nuestro ordenador había quedado obsoleto después de unos 5 años haciendo las delicias en casa. Mi padre, con sus revistas de Basic, lo echaría de menos (más bien las editoriales de las que compraba las revistas). Creo que fue en 1990 cuando ya llegó a casa nuestro primer PC, un 386 con MS-DOS de la tienda que Osmoca tenía en Jai Alai. Ahora ni la tienda ni la calle conservan el nombre. Para entonces ya había visto un 286 en la oficina de mi padre con una pantalla monocromo verde y había oído por primera vez la palabra disco duro.

Desde luego, en aquella época yo andaba todavía con cintas de música y walkman. Ni rastro aún de reproductores MP3 ni iPods ni por supuesto iPhones que no llegaría hasta 2007. Es más, no teníamos internet ni módem. El ordenador lo utilizábamos solo para cargar programas de escritorio con las cintas o disquetes que el Commodore con sus 64K cargaba en su memoria RAM y ejecutaba. Ni éste ni el Amiga de mi primo ni el Amstrad de mi vecino en verano (con quien jugaba al Last Ninja) tenían disco duro.

A la hora de llamar, seguíamos con los teléfonos fijos. Creo que no teníamos aún ni el inalámbrico. Esto nos hacía, eso sí, trabajar la memoria mucho más que en el colegio. No veas la cantidad de teléfonos de amigos que éramos capaces de memorizar si nos poníamos. Un gran avance de los móviles fue no tener que esperar una hora cada vez que quedábamos en la puerta del colegio a que llegara el último? ya no te hemos vuelto a esperar Enric. Pero mi primer móvil no llegaría hasta casi diez años después por lo que en 1989 nos tocaba esperar para ir juntos a los recreativos, cosa que no le gustaba a mi madre pero que estaban a tiro de piedra en la calle Bachiller o junto al colegio. Recuerdo con cariño el Golden Axe y Double Dragon.

El tema es que mientras yo salía con los amigos y tonteaba con la tecnología, al tiempo que empleaba muchas horas en todos esos juegos, había unos emprendedores en San Francisco que ya estaban empezando a cambiar el mundo. El primer Mackintosh de Apple se había comercializado en 1985 y Windows lanzaría la primera versión que yo conocí, 3.0, en el año 1990. Ni que decir tiene lo que pasó después. Ahora son dos de las mayores empresas del mundo. Los emprendedores tecnológicos de hoy definen la sociedad del mañana.