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Entrevista | Montero Glez

"Si fuera una ´vedette´ de las letras viviría en las tertulias"

Se coloca el sombrero para la fotografía. Gesto de dandismo propio de su admirado Gay Talese, aunque no tanto como Hunter S. Thompson

Montero Glez (Madrid, 1965), en Valencia. paula moreno

Montero Glez, iconoclasta Mágico González de las letras hispanas, madrileño injertado en Cádiz, renegado de la movida y del fútbol (su otra pasión) galáctico… Eso y cien cosas más. Montero regresa con premio (Logroño de Novela) y homenaje quinqui con el que pasa factura a los años de la transición desde una mirada poco transitada por la literatura, la del lumpe de la España de Santiago Corella El Nani —el primer desaparecido de la democracia— y Perros callejeros. Autor poco prolífico en las librerías, «pero mucho en las papeleras», ha viajado a Valencia con Talco y bronce (Algaida).

No le gustan las entrevistas, pero ¡qué se le va a hacer! No haber ganado un premio…

A mí me parece que el trabajo del autor termina cuando pone fin a su obra, ¿sabe? El autor no se tiene que explicar, todo está escrito. Yo soy un hombre que escribe. Si fuera una vedette de la literatura, como hay muchas…

¿No les ponemos nombres?

No, seamos caballeros. Pero esa gente no escribe, se dedica todo el día a estar en tertulias. Yo prefiero estar en la literatura.

¿Y los premios?

Si me presento tengo que cumplir unas bases y aquí estoy, encantado de que me provoques. ¿Estoy de acuerdo con los premios? No, porque no estoy de acuerdo con los castigos en una sociedad injusta como esta. En una justa yo no sería escritor sino un hombre que escribe. No me determinaría mi oficio.

¿Y esa sociedad tiene cambio?

Vamos a luchar. Mi día, cada vez que me pongo a escribir, es intentar transformar esto. Y bueno, ya que hay castigos y premios, prefiero que se me premie.

En «Talco y bronce» vemos que los 80 no fueron tan luminosos…

Nunca fueron así. Hay un relato ficticio de la transición en España. Lo único que pasó fue un pacto entre poderes, entre los hijos del franquismo y unos mal llamados partidos de izquierda para pasar página, dejar los delitos atrás y continuar. Por eso se llamó transición. Pero ese relato es una fábula. Al salir los chavales a la calle el 15M me di cuenta de que no soy el único que exige el relato verdadero.

¿Y la movida no existió?

No fue otra cosa que una reacción ante una revolución de una serie de grupos de rock, como Leño y Asfalto, que tenían un mensaje y que fueron orillados para dar el altavoz a los inútiles hijos de Franco que empiezan a cantar al bote de Colón. Culturizan la mercancía. Se apoyó más a esos que a quienes cantaban «Es una mierda este Madrid, que ni las ratas pueden vivir».

Algo bueno habría…

Lo mejor son los artistas plásticos: El Hortelano, Ceesepe, Miquel Barceló y Alberto García-Alix, mi maestro. La música de la movida no vale nada. Son unos reaccionarios, hijos del franquismo, que no saben ni tocar, les apoyan y así se orilla lo bueno.

La palabra quinqui ha desaparecido del lenguaje. ¿Eso es bueno?

Viene de quincallero, personas fronterizas, payos que viven como gitanos. Esa sería la traducción. En EE UU se les llamó hipsters. Norman Mailer publicó en 1957 El negro blanco, donde cuenta que hay blancos que viven como los negros marginales y los llama así.

No fastidie. Como los barbudos jóvenes de hoy…

Ha degenerado. Hoy son pijos de barba larga, pero no tiene nada que ver. En España la traducción sería la de quinqui. El padre fue El Lute. Hace unos años, la exposición Género quinqui puso esa etiqueta a una serie de películas de finales de los 70 de De la Loma, Eloy de la Iglesia o una de Carlos Saura, Deprisa, deprisa (la mejor, para mí), que hablan de gente del lumpen desclasada.

En efecto, «Navajeros», «Perros callejeros», Las Grecas o María Jiménez transitan por su novela. ¿Reivindica esa cultura despreciada?

Sí, reivindico el cine de Eloy de la Iglesia, que dio significado político a esa condición social del lumpen proletariado, manejable y que hace el juego sucio al poder. En este caso, hablo basándome en hechos reales de una banda de atracadores organizada desde una brigada policial en Madrid, que es el otro lumpen, el «lumpen burguesía».

Y ahí está la historia del «Nani», Santiago Corella.

El primer desaparecido de la democracia. No fue por un motivo ideológico, sino porque estaba en esa banda, que se quedó con el botín, intentó ser más lista que los policías y a estos se les fue la mano en el interrogatorio. Una historia de 1983 y que no se supo hasta tres años después… Llenó páginas, pero nunca se había escrito en ficción ni se había revelado la verdad.

¿Y por qué usted ahora?

Cuando salen los chavales del 15M me doy cuenta de que faltaba un relato de aquellos años y empiezo a tantear.

«Los que presumen de felicidad se han dejado dar por culo muchas veces», dice uno de sus personajes…

¡Felicidad!, qué palabra tan prostituida. Es un instante, no existe una felicidad plena. Como mucho, un equilibrio con tu entorno. Eso, dicho de una manera más vulgar, es lo que expresan los personajes.

Montero, ¿tiene conciencia de raro?

Tengo conciencia de clase. De raro, no. Lo que pasa es que me dedico a algo que no se dedica la mayoría, porque los que hacemos esto no valemos para otra cosa.

¿No le duele no ser «mainstream»?

No me importan esas cosas. Tengo demasiado respeto al dolor para que me duela lo que me puedan decir.

Toda la vida urgando en el género negro y ahora esta explosión de novelas y festivales…

Es una cuestión mercantil y yo estoy alejado de esas cosas. Hago género negro porque para mí su principal tema es la relación del hombre con la propiedad. Y la propiedad es un robo, como decía Proudhon. Es algo innato al ser humano y, si es así, ¿por qué la mayoría no tenemos nada y una minoría, tanto? A partir de ahí construyo mis libros.

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