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Hermandad de paladares perversos

Cinco sibaritas emprenden un viaje sensual a través de insospechados manjares de alta cocina

Junichiro Tanizaki nace en Tokio en 1886. Como todo escritor intenso, proviene de una familia arruinada. En 1910 publica Tatuaje, refinado relato de sevicias. A partir de entonces publica historias inspiradas en la tradición occidental o en el exotismo de países que nunca visitó. Tras el gran terremoto de 1923, deja Tokio y se instala en Osaka. En esta época retoma la tradición japonesa, con textos como Elogio de la sombra. Tanizaki muere en 1965.

El solapista de esta edición resume, con meritoria solvencia, el contenido del relato: cinco sibaritas guiados por el conde G. emprenden un viaje sensual a través de insospechados manjares de alta cocina, encarnación de lo sublime y lo trágico.

De esta hermandad de disolutos, virtuosos de las correspondencias excéntricas, se dice:

«€amaban tanto los placeres de la mesa como los de la alcoba. Era una banda de haraganes sin más ocupación que el juego, las mujeres y el gusto por la buena mesa. Cada vez que descubrían un nuevo sabor, sentían tal placer y orgullo, como el que hubieran experimentado junto a una bella mujer a su completa disposición» (€) «Desde su perspectiva, la cocina era un arte de consecuencias puramente artísticas, capaz, al menos para ellos, de eclipsar a la mismísima poesía, a la música, a la pintura».

El conde G -jerarca del grupo y el más joven, adinerado y ocioso de todos ellos- postula como su objetivo doctrinal: «una gastronomía sinfónica, una orquesta culinaria de alimentos»(€) «una cocina que haría estremecer la carne para permitir al espíritu tocar el cielo; una cocina capaz como la música de poseer a los hombres y hacerles bailar hasta la extenuación y la muerte».

A la búsqueda de viandas sublimes, el conde G. deambula por callejones de Tokio donde casualmente escucha una extraña melodía que tiene el efecto de despertar su apetito, como si fuera el aroma de un asombroso manjar en proceso de cocción. Hipnotizado por la sinestesia olfativo-musical, trata de acceder al club privado chino, del que proviene esa música.

Tras algunas dificultades es aceptado en esa sociedad secreta; y comienza un noviciado iniciático en los misterios eleusinos del paladar. La oculta cocina china incluye todo tipo de ingredientes, desde insectos al reino de lo humano.

Su tutor le instruye sobre otras desconcertantes características: «La comida no siempre tiene que ir servida en un plato. Se puede untar, arrojar, tomar a borbotones de una fuente€En muchas ocasiones no ha sido fácil distinguir cuál era el continente y cuál el contenido».

«Si nuestra comida llegara a popularizarse algún día, tendría consecuencias más graves que poner de moda los fumaderos de opio».

Luego su tutor le permite contemplar por un orificio el ritual que tiene lugar en el refectorio prohibido. Excele aquí el refinamiento de un narrador perverso: «el autor le debe al lector una descripción de lo que el conde G. vio a través del agujero de la pared del fumadero de opio. No obstante, de igual modo que el organizador de un evento se sentía en la obligación de ser estricto en la selección de los participantes, así me siento yo en relación a mis lectores».

Días más tarde, el conde G instruye a sus compañeros de club en las destrezas aprendidas.

Les inicia, por ejemplo, en el uso rígidamente codificado del eructo, como ejercicio para acceder a desconocidos estados perceptivos. O sobre insospechados componentes culinarios: salsa de alas de mariposa, cristal de tofu, sopa de tapiz de terciopelo€

Otro ritual: el conde G. los introduce en una estancia oscura; una joven hace masaje facial y luego introduce sus dedos en la boca de los comensales. Y «a pesar de que tenía el gusto y textura de un repollo chino, conservaba la forma de unos dedos humanos. De hecho, el dedo anular y el corazón aún tenían los anillos de antes y la palma de la mano seguía conectada a la muñeca. Era imposible discernir dónde terminaba el supuesto repollo y dónde empezaba la mano de la mujer. Era, por así decirlo, una especie de híbrido: dedos al repollo».

El conde G. concluye con este escolio aclarativo: «Quiero dejar claro que no he recurrido a la magia por excentricidad o para disimular mi incapacidad de crear un plato nuevo. Creo, con toda honestidad, que no hay forma de crear una exquisitez tal sin recurrir a la magia».

La secreta ceremonia concluye con el manjar más extremo: una joven frita a la manera coreana.

El narrador cierra su relato con una advertencia moral: «al final ya no se limitaban a degustar exquisiteces, sino que eran consumidos por ellas; yo, por mi parte, estoy convencido de que en un futuro no muy lejano eso solo puede derivar en dos consecuencias: absoluta locura o muerte».

Junichiro Tanizaki, insigne afrancesado de la literatura de Oriente, tuvo en su juventud como libro de cabecera, A contrapelo de Joris-Karl Huysmans -discurso del método del Simbolismo radical-.

Esta edición está ilustrada por Yoko Nakajima, con imágenes claras, escuetas, candorosas, propias de un cuento infantil; aplicadas a una oscura atmósfera de gentes de conductas extremas, producen una extraña y admirable coniuntio oppositorum (unión de contrarios).

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