Antropología

El mito del hombre cazador y la mujer casera queda desmentido por un estudio mundial

La caza no ha sido una actividad exclusivamente masculina, sino que ha sido compartida por ambos sexos a lo largo de la historia humana

Ilustración de una mujer cazadora.

Ilustración de una mujer cazadora. / Archivo.

Eduardo Martínez de la Fe

Eduardo Martínez de la Fe

El mito de que los hombres cazan mientras las mujeres se quedan en casa es totalmente erróneo. Un análisis de sociedades forrajeras de todo el mundo ha descubierto que las mujeres cazan tanto como los hombres, lo que confirma que la idea de la división de género en la provisión de alimentos es un mito que perdura todavía en las sociedad actual.

Durante mucho tiempo se ha creído que la caza era una actividad exclusiva de los hombres, mientras que las mujeres se dedicaban a la recolección y al cuidado de los hijos.

Esta idea se basaba en supuestos sobre la superioridad física y mental de los varones, y en una visión sesgada de la evidencia arqueológica, etnográfica y biológica.

Sin embargo, un estudio publicado recientemente en la revista PLOS ON ha demostrado que esta división sexual del trabajo no es tan antigua ni tan universal como se pensaba.

Amplia revisión

Los investigadores revisaron cientos de informes escritos por estudiosos de la cultura, conocidos como etnógrafos, así como por observadores entre finales del siglo XIX y la actualidad, sobre sociedades cazadoras-recolectoras de todo el mundo.

Descubrieron que las mujeres cazaban en casi el 80% de las sociedades estudiadas, utilizando diversas técnicas, armas y presas. Estos datos rechazan rotundamente el mito del hombre cazador, que ha dominado el pensamiento antropológico durante décadas.

El estudio muestra que las mujeres han sido cazadoras hábiles y exitosas en una gran variedad de contextos ecológicos y culturales, desde las selvas tropicales hasta los desiertos, desde las montañas hasta las llanuras.

Algunos ejemplos son las mujeres Agta de Filipinas, que usaban arcos y flechas tan altos como ellas mismas para cazar cerdos y ciervos salvajes; las mujeres Matses de la Amazonía, que mataban roedores con machetes; o las mujeres Aka de África central, que atrapaban antílopes y puercoespines con trampas.

Mapa mundial de las ubicaciones de 63 sociedades forrajeras diferentes analizadas.

Mapa mundial de las ubicaciones de 63 sociedades forrajeras diferentes analizadas. / Petr Dlouhy.

Mejorar el presente y el futuro

Los autores del estudio señalan que la caza femenina no solo tiene implicaciones para entender el pasado humano, sino también para mejorar el presente y el futuro.

Reconocer el papel de las mujeres como proveedoras de alimentos puede ayudar a empoderarlas y a proteger sus derechos en sociedades donde todavía sufren discriminación y violencia, señalan los autores de esta investigación.

Además, puede contribuir a conservar la biodiversidad y los ecosistemas, ya que las mujeres cazadoras suelen tener un mayor conocimiento y respeto por la naturaleza que los hombres.

En conclusión, el estudio revela que la caza no es una actividad exclusivamente masculina, sino que ha sido compartida por ambos sexos a lo largo de la historia humana.

Esta evidencia desafía los estereotipos de género que han limitado la comprensión de la evolución humana y la diversidad cultural.

Estereotipos vigentes

Esos estereotipos de género perduran todavía en la actualidad. A pesar de los avances logrados en las últimas décadas en materia de derechos y oportunidades para las mujeres, la división sexual del trabajo sigue siendo una realidad que limita su desarrollo personal, profesional y social.

Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las mujeres dedican casi el triple de tiempo que los hombres al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, lo que reduce su disponibilidad para acceder al mercado laboral o para mejorar sus condiciones de empleo.

Además, las mujeres siguen enfrentando brechas salariales, segregación ocupacional, discriminación, acoso y violencia en el ámbito laboral.

También en España

En España, la situación no es muy diferente. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), las mujeres representan el 46% de la población activa, pero solo el 41% de las personas ocupadas.

Además, las mujeres tienen una tasa de paro más alta que los hombres (16% frente a 13%), una mayor precariedad laboral (el 25% tiene un contrato temporal frente al 21% de los hombres) y una menor remuneración (cobran un 22% menos que los hombres por hora trabajada).

Asimismo, las mujeres asumen el 76% del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, lo que supone unas 4 horas diarias más que los hombres.

Estos datos evidencian que la división sexual del trabajo es una traba para la igualdad de género, que afecta negativamente tanto a las mujeres como a los hombres y al conjunto de la sociedad.

El mito que sustentaba esta visión sesgada ha caído y no está exento de consecuencias.

Recuperar valores ancestrales

Esta constatación aumenta la necesidad de impulsar políticas públicas y medidas sociales que promuevan una distribución más equitativa y corresponsable del trabajo productivo y reproductivo, que reconozcan el valor económico y social del trabajo doméstico y de cuidados, que fomenten la conciliación laboral y familiar, que eliminen las barreras y los estereotipos de género en el acceso y el desarrollo profesional, y que garanticen los derechos laborales y la protección social de todas las personas, tal como ocurría, salvando las lógicas distancias,  en la época humana de cazadores recolectores.

Referencia

The Myth of Man the Hunter: Women’s contribution to the hunt across ethnographic contexts. Abigail Anderson et al. PLOS ONE, June 28, 2023. DOI:https://doi.org/10.1371/journal.pone.0287101