En 2017, tras publicar «Alarms» y cuando se disponía a grabar su segundo disco también en inglés, Samuel Reina (València, 1980) recibió un consejo de su productor y amigo Tono Hurtado. «Tono me incentivó a hacer el disco en castellano. El cambio fue un proceso muy natural, pero me obligó a cambiar totalmente el disco que tenía compuesto de antemano, e incluso mi concepción de la música que quería hacer». Al final el cambio, protagonista del recién publicado «Simulacros de naufragio», no ha sido sólo una cuestión de idioma.

P ¿Pasar del inglés al castellano ha determinado la música de «Simulacros de naufragio»?

R Absolutamente, porque el castellano rítmica y fonéticamente te subyuga mucho. De hecho, cambié todas las melodías que tenía compuestas y empecé el disco de cero. La búsqueda de una lírica de cierta voz propia también me obligó cambiarlo todo.

P ¿Te provoca más pudor cantar en castellano y que se entiendan mejor tus letras?

R Hasta ahora tenía la falsa sensación de poner mis sentimientos en código. Pero ahora no, es como si me bajara los pantalones ante una audiencia. Lo que pasa es que me gusta trabajar terrenos muy simbólicos, no demasiado explícitos, pero ciertamente te ves más expuesto y tu corazón está más en juego.

P Este es un disco más luminoso que «Alarms» y, sobre todo, que Antartica, tu anterior proyecto.

R En «Alarms» toda la composición y la instrumentalización pasaba por mí, y en este he tenido la suerte de formar una banda con gente que sabe mi manera de trabajar y mis procesos creativos. Queríamos darle la contundencia de una banda, y por ahí hay temas con más empuje, con un sonido más definido. Hemos buscado una paleta de colores muy amplia, desde temas muy hacia adentro, como «Tiembla», que abre el disco, y otros con cierto carácter de himno, como «Simulacros».

P Hay canciones que me hacen recordar a clásicos de los 60, como Love o The Byrds.

R Es una ensalada de referentes. Siempre digo que mis discos son como una guía de restaurantes favoritos. Donde hay algo en lo que fijarme, lo cojo prestado. La originalidad se compone en este caso un cadáver exquisito de muchos referentes, que es lo que hacemos la mayoría de músicos. Estamos a merced de lo que nos emociona.

P ¿Cómo ha influido en este cambio de estilo contar con una banda detrás de ti?

R He estado muy obsesionado en trabajar un sonido característico que nos definiera, que no se perdiera la presencia de la guitarra acústica, que es mi instrumento primero, pero que estuviera todo muy empastado, con las guitarras de Toni Carrillo, las baterías de Cesc Domenech y el bajo de Tono.

P Tono ya te produjo en «Alarms». ¿Qué te aporta?

R Tenemos una especie de telequinesis. Nos miramos y cada uno sabe lo que piensa el otro, con lo que el proceso se agiliza de manera exponencial. Trabajamos con una sinceridad y un dejarse llevar que me costaría encontrar en otro productor. Hay una amistad fraguada, y tenemos una manera de trabajar muy íntima.

P Pese a tu vozarrón y el estilo tan particular a la hora de cantar, la voz está más contenida. ¿Por qué ?

R No he querido buscar la proeza vocal. Estaba un poco cansado de ser etiquetado como el «crooner de voz cavernosa» como llegué a leer por ahí. Quería buscar más una interpretación con cierta ligereza, centrándome en la parte dramática de los textos.

P Y a partir de ahora, ¿qué?

R Estoy en constante cambio. No sé si tendré un giro paulatino hacia cierto tipo de pop... Quizá experimentar más de lo que he hecho aquí. Este disco es la síntesis entre lo que fue «Alarms» y lo que quería hacer ahora. La filosofía es que si cometes un error, que sea grandioso.