Estoy embarazada. El resto del mundo me mira cuando se cruzan conmigo y sonríen. Imaginarán que soy feliz. Lo soy, sí. ¿Lo soy? Tengo treinta y cinco años, mido metro y medio, peso casi sesenta y cinco kilos y estoy desplomada en un banco del parque del Retiro. Los huesos de mis tobillos han desaparecido, me gusta mirarlos e imaginar que son de otra persona. Mis tobillos no son míos. Ni mis piernas. Ni mis brazos. Ni siquiera yo soy yo, pienso al dar el último bocado a mi bocadillo de lomo. Y eso que hace unos meses decidí que sería vegana el resto de mi vida. Como lomo a escondidas, soy un cliché de novela rosa. Parece ser que mi futuro hijo no está muy de acuerdo con la idea de no comer carne, y nos vamos juntos casi a diario a comernos un bocadillo de lomo, es el primer secreto que compartimos.

El termómetro marca cuarenta grados. Me escondo en la sombra de un árbol a relamerme la grasa de mi bocadillo y a observar a la gente que pasea anónima. Todas las mujeres están delgadas, muy delgadas. Me fijo en los huesos de

sus tobillos. El timbre del teléfono me devuelve a la realidad y una señora habla a voz en grito desde el otro lado. Las veintiséis cajas que venían desde Marsella ya están en casa, en la habitación de la cuna. Me levanto con la ligereza de la pluma que fui un día y salgo corriendo hacia mi casa. En la habitación de la cuna no, eso sí que no, me digo como si la noticia fuera un presagio del fin del mundo. Llamo a marido, mi hormona gradúa mi voz y en lugar de hablar decido rugir, entiendo que tu padre quisiera dejarte todos sus recuerdos, pero ¿en la habitación de nuestro hijo? No, ahí no. Y cuelgo con la maldita culpabilidad martilleando mi cerebro. No entiendo como marido no se da cuenta de estas cosas, ahora está muy liado con su trabajo, su fama crece a la velocidad del sonido y yo quiero estar a su lado. Aunque estar ahí para alguien no es fácil, nunca se me ha dado bien seguir a nadie y me asusta alejarme de mí si lo hago. Yo también quiero trabajar, dejar de interpretar este papel de mujer embarazada y recuperar mi vida. Me quedo plantada delante de la puerta de casa antes de abrir y respiro profundamente. Voy directa a la habitación de la cuna. La gran invasión. Las cajas se amontonan por el suelo y huelo la suciedad. Me agacho, pierdo el equilibrio por culpa del peso de mi panza, y empiezo a mover las cajas. No puedo ver tanta mugre en la habitación de mi hijo. Son los recuerdos de un muerto, y el muerto es el padre de marido, y amo mucho a marido. Muchísimo. Tengo que poder con

estos recuerdos, porque también serán los de nuestro hijo. Me siento a mirarlas y a medida que me tranquilizo la mugre de las cajas empieza a desaparecer.

Un impulso me lleva a abrir una de ellas, no es cosa mía, quizás sea idea de mi bebé. Y como la

aventurera que descubre las joyas del tesoro, ante mí se iluminan los recuerdos de un hombre al

que estoy a punto de conocer. Descubro que, antes de llegar hasta esta habitación, estas cajas atravesaron fronteras, y una guerra, dos bombas, soledad y tristeza. La pena cae como una losa sobre mí, y me encuentro con los amigos muertos del padre de marido, con asesinatos y el genocidio acerca del que nunca había oído hablar. Y mi corazón se acelera al ver las fotografías de un niño al que le pusieron un violín para que la música de sus cuerdas lo salvara de la guerra en la que le había tocado nacer.

Y el muerto se convierte en un ser de luz de pronto, una persona que cuidó todos los recuerdos de una vida en estas cajas de cartón para no borrar su historia. Para no ser olvido. Girar, así se llamaba el padre de marido. Y Girar me ha mandado estas cajas. Girar me ha levantado del banco del Retiro y me ha traído hasta aquí para que nos conociéramos en la intimidad de la habitación de mi hijo.

Mi hijo me da una patada. Lo sé, le digo, lo sé. De pronto empiezo a llorar como llevaba meses sin hacerlo, y me pongo en pie y salto de alegría y lo veo todo tan claro que me asusto. Seguiré a marido. Caminaré sobre los pasos de Ara Malikian sin desdibujarme, lo miraré a través de la mirada de Girar y a través de mi admiración. ¿Cuándo vuelve Ara? Sólo quiero abrazarme a él ahora mismo. Tengo que contarle todo esto. Le diré que lo voy a hacer. Nunca he cogido una cámara, y en unos meses voy a dar a luz. No importa. Muchas lo han hecho antes que yo,

aprenderé de ellas. De las madres y de las cineastas. Esta historia me hará mejor persona. Esta historia merece ser contada. Me apetece un bocadillo de lomo. Cojo un cuaderno en blanco y empiezo a escribir. El bebé me da otra patada. Ha llegado el momento de volver a soñar.