Cuando estrenó su famosa obra 4’ 33’’ (cuatro minutos y 33 segundos en los que un músico se sentaba ante un piano sin tocarlo), John Cage dijo que el público no había entendido nada porque «no existe eso que llaman silencio». «Lo que pensaron que era silencio -dijo-, porque no sabían como escuchar, está lleno de sonidos accidentales». Jorge Drexler (Montevideo, 1964) está de acuerdo con el compositor norteamericano, pero los próximos 12 y 13 de febrero en La Rambleta (y con las entradas agotadas) quiere demostrar algo más. «Efectivamente, el silencio no existe, siempre escuchamos algo, aunque sea el sonido de nuestro cuerpo. Pero es muy importante la reducción al mínimo de la información y el silencio compartido. En estos conciertos vamos generando ese silencio hasta que al final se llega a él. Se trabaja el silencio grupal, se va estableciendo una relación con la audiencia de escucha, atención y concentración, que es algo muy difícil de mantener».

P Alguno puede pensar que el silencio es contrario a la música...

R El silencio en realidad es la hoja en blanco sobre la que se escribe la música. El silencio es imprescindible para hacer música. Todo lo que hagas se va a escuchar en función del silencio que tengas de base. En esta gira hemos decidido llegar hasta el borde del silencio. Pero sobre todo habla del silencio de la información. Vivimos en un mundo en el que sufrimos un bombardeo constante de información. El concierto propone concentrarse en una sola cosa, en el elemento de la guitarra y la voz.

P ¿Y en un concierto así se exige más al público o al cantante?

R A los dos. Es muy exigente para el artista, que soy yo, y para el público, que son las personas que pagaron la entrada. Es exigente porque estamos muy acostumbrados a la dispersión, a estar con el teléfono en la mano chateando, enviando fragmentos del concierto, relatando en vivo lo que estamos viendo… Hay una cosa que hay que tener clara y que es muy importante: El relato y la vivencia simultáneas son imposibles. O eliges relatar o eliges vivir. No puedes relatar viviendo la experiencia. En el momento en el que coges el teléfono y le dices a un amigo ‘no sabes lo increíble que es estar viviendo esto’, ya no lo estás viviendo.

P Estás yendo en contra de todos los clichés del concierto rock: mínima expresión, mínimo sonido, mínima iluminación…

R Efectivamente, son luces blancas, no hay proyector, no hay pantalla de leds, hay juegos de sombras… Es todo muy teatral y muy antiguo a la vez.

P Y encima le exiges al público que esté atento.

R Sí, y fue muy difícil durante el primer año de la gira hacérselo entender a la audiencia. Pero ya está claro y la gente ya sabe a lo que va. El público, de todas maneras, no es tonto ni es infantil. Si uno sabe proponer cosas, el público puede llegar a lugares muy sofisticados. La idea es intentar no caer en los lugares comunes de los espectáculos, explorar nuevos ámbitos y maneras de estar 600 o 1.000 personas en un espacio en común.

P En la canción «Silencio» de 2017 relacionabas el silencio con parar la mente. ¿Hacemos ruido porque, en el fondo, tenemos miedo de escucharnos a nosotros mismos?

R Sí, sí. A mí me pasa. Me cuesta mucho más leer una novela del siglo XIX ahora que hace 20 años. Entonces podía sentarme en un sofá durante horas y no había nada que me interrumpiera. Ahora no tengo esa capacidad de concentración. Buscamos esa interrupción de la rueda de pensamientos porque no es cómodo parar la mente experimentar las cosas. Estamos todo el tiempo recibiendo información sin parar, y por eso en aquel disco me gustó reducir los elementos a uno, la guitarra y la voz, y en estos conciertos también. Vivimos en una época que te lleva a algo parecido al surf, a andar por la superficie de las cosas sin profundizar. Sabemos muy poquito de muchísimas cosas. En cambio yo propongo en esto seguir el esquema básico del buceo: saber mucho de una sola cosa.

P ¿Estamos perdiendo tanto silencio que acabará siendo una cosa lujosa que solo podrán pagarse los ricos que se compren una casa en lo alto de una montaña?

R El silencio no requiere estar aislado. Puedes vivir en el centro de la ciudad y encontrar el silencio. Somos libres de apagar el teléfono. Que no lo sepamos hacer es otra cosa. Hay que saber usar las telecomunicaciones, aunque es cierto que somos una especie muy golosa y la hiperconectividad nos ha seducido siempre y ahora lo estamos llevando al máximo. Pero te voy a dar un ejemplo: de la misma manera que pasa en Estados Unidos, donde el acceso a la alimentación sana, comer poco y bien, se ha vuelto una cuestión de élite, donde cada vez con menos dinero puedes comer mucho y mal, lo mismo pasa con el silencio. Se está volviendo una especie de bien muy escaso al que solo pueden acceder a personas que pueden comprar tiempo. Por eso es importante reclamarlo.

P ¿Tú, persona que trabaja con los sonidos, que vive en una ciudad y que tiene hijos revoloteando por la casa, echas de menos el silencio físico y ambiental en tu vida cotidiana?

R Sí, lo echo de menos porque no soy capaz de generarlo. Pero no soy un nostálgico, me gusta mucho en esta época en la que vivimos. Muchos males de los que nos quejamos en esta época son inferiores a los males de otros tiempos. Piensa no más en eso que dice Trump de «Make America great again». ¿Cuándo fue «great» América? ¿A la salida de la II Guerra Mundial cuando muchos negros no podían votar? Mira ahora, en cambio, la situación maravillosa de ampliación de espacios que ha conseguido la mujer en la sociedad y que se ha ganado a pulso. Hay cosas infinitas en las que aún hay que avanzar, pero también hay que mirar en perspectiva y no ser nostálgico.

P Al público le ha costado adaptarse a una propuesta tan exigente como «Silente». ¿Y a ti? ¿Te ha costado pasar de ir acompañado por una banda electrificada a enfrentarte tú solo con tu guitarra ante un público poco acostumbrado a una propuesta como «Silente»?

R Me ha costado mucho. Siempre me cuesta porque no soy muy bueno ensayando, la verdad. En los conciertos tengo mucha fe en la interacción con el público, y por eso terminan de armarse en la carretera. Me llevó diez o doce conciertos hasta que empecé a sentir que la gira estaba encaminada.

P ¿Y éste balanceo tuyo entre pasar de una gira de rock al uso y una gira de estar solo con la guitarra es necesario para mantener la cordura?

R Sí me es necesario, no sé si para mantener la cordura o la locura. Pero yo necesito la variación. Es algo de lo que ni siquiera estoy orgulloso, es solo una característica mía que ni siquiera sé cómo interpretar. Pero necesito pasar de un disco que es como una cueva en la que estoy centrado en los sonidos más coloridos, a un disco en el que está toda la composición basada en mi guitarra y mi voz. Y también pasar de un formato de banda a uno solista. Me gusta pendular, ir de un lado al otro. Igual que no tenemos un ojo sino dos, desplazarme y tener dos puntos de vista me da una perspectiva tridimensional de las cosas.

P Salgamos del silencio. Hace poco se ha publicado un disco de homenaje a Serrat en el que te ha tocado cantar «Mediterráneo», quizá la canción más popular del pop en español.

R Ha sido un placer, un privilegio y una experiencia terrorífica. Cantar sobre la misma base una de las mejores canciones de la música en castellano que cantó uno de los mejores cantantes en castellano, me provocó hasta momentos de pánico. Pero estoy muy feliz y orgulloso. Es una canción que me sé de memoria desde adolescente, incluso fui a grabarla sin la letra.

P He leído que no has vuelto a componer desde «Salvavidas de hielo», que se publicó en 2017. ¿Un bache creativo? ¿Te preocupa?

R No, siempre es así. Cuando estoy de gira no puedo escribir canciones. La escritura de canciones requiere mucho silencio, e ir de gira es una experiencia maravillosa pero ajena al silencio. Para mí componer es como una experiencia transpersonal que me obliga a estar muy concentrado, como entrar en un alucinógeno superpotente, con cuidado y responsabilidad.