La pobre ballena blanca de Moby Dick no tenía ni idea de lo que le esperaba con la ojeriza que había desarrollado sobre su corpachón, el capitán Ahab. El hombre estaba obsesionado con darle caza después de que la última vez le metiera un buen meneo, así que se lo tomó como algo personal. Seguramente aquella estaría a lo suyo criando a sus ballenatos, con sus labores alimenticias o pegando aletazos sobre el agua, y llega este señor y se dedica a hacerle la vida imposible allá donde va.

¿Quien le manda meterse con un cetáceo de más de 50 toneladas con sus manías de libertad y su carácter único? El caso es que el cachalote albino debe soportar los arponados del tozudo marino que también le echa en cara haber perdido la pierna por no dejarse matar buenamente.

Tenemos el vicio de buscar fuera los culpables a nuestros males hasta hacernos hervir la sangre. Pero esta vez me gustaría que os hirviera de alegría, porque tenemos la fortuna estos meses, de avistar cetáceos en nuestras costas. Se han visto en Denia, Javea, Cullera o Tavernes de la Valldigna. Es fácil desde la orilla con paciencia y unos prismáticos divisarlos y también con una tabla de pádel; un deporte asequible y que no contamina. En días de mar en calma se puede practicar a cualquier edad. Me lo relataban dos amigos aficionados con el entusiasmo de la primera vez: «¡Una manada de delfines mulares salvajes a pocos metros de distancia! El corazón se te acelera, mantén la calma, porque impresiona». Un deseo para antes de partir al otro barrio.

Mis queridos animales. 97.7

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