La apertura de Hocho ha generado muchas expectativas y cierto morbo. No es para menos. Nacho Honrubia, hijo de una de las sagas hosteleras con más éxito de València, levantó de la nada el mejor restaurante asiático de la ciudad; es verdad que traía el fondo de comercio de Aragón 58 y La Principal y también que buscó la complicidad del grupo Kabuki (con quien tenía firmado un potente contrato de asesoramiento). Sí, pero lo hizo. Y convenció a una burguesía adicta a las gambas y el arroz de que una cocina japo puede justificar una cuenta abultada. Nacho levantó Komori de la nada pero llegado el final de su contrato de arrendamiento en el hotel Westing, la cadena hotelera decidió dejarlo a un lado para establecer una relación directa con Kabuki. Nacho estaba fuera de esa jugada pero, lejos de amedrentarse o refugiarse en el restaurante familiar, contraataca con Hocho.

Nacho Honrubia en Hocho, su nuevo local.

La ruptura ha dejado una cosa clara. Los clientes pertenecen a Nacho Honrubia. En estos primeros días de apertura, Hocho exhibe unos llenos absolutos. Clientela fiel que ha entablado una relación de confianza con el dueño. Los restaurantes tienen cara, y la cara de Komori siempre ha sido Nacho. Westing es una marca, Kabuki una garantía, pero Honrubia es, para los clientes, el amigo que les hace sentir en casa. El hecho diferencial que daba personalidad al restaurante, aquello que nos hizo olvidar que Komori era una sucursal de Kabuki. Además, Nacho arrastra tras de sí a todo el equipo de sala y a casi todo el equipo de cocina (excepto Andrés Pereda, que no es poco). Así que uno entra en Hocho y tiene la sensación de recordar el restaurante que Nacho dejó atrás.

Ceviche de lubina.

La decoración corrió a cargo de Julio Guixeres, pero está muy alejada de otras propuestas muy personales como las que el interiorista valenciano planteó en el pasado. Es, más bien, un diseño elegante y funcional que juega con cierta distinción con los tópicos de la decoración nipona. Eso sí, una amplia cava de champange y blancos queda expuesta al cliente para recordarles que en la bodega hay joyas para pasárselo muy bien, especialmente champanges de prestigio y tintos del lujo. También buenos riesling, aunque más jóvenes de lo que desearíamos.

Usuzukuri de toro con salsa de huevo frito.

En la mesa encontraremos una carta que todavía anda buscando su personalidad. Veremos esa colección de platos que siempre pedíamos en Komori con otros de nueva creación. No faltan, pues, el niguiri de huevo de codorniz o el usuzukuri de besugo. Pero Nacho quiere ir un paso más allá y propone una serie de platos nuevos en los que luce un punto más de atrevimiento como el usuzukuri de toro con salsa de huevo frito y erizo o la gyoza de ají de gallina con queso feta. Hocho anuncia una ‘valencianización’ de la cocina nipona. De momento ya nos deja píldoras como las vieras a l’ast (con jugo de asado de carne, piparras y piñones) o el niguiri de capellán. Platos que nos anuncian un futuro interesante aunque, de momento, los mejores valores de la casa están en los platos que lucen más pegada. Hablo, por ejemplo, del ceviche de lubina (con mango, plátano macho y puré de boniato), los langostino en tempura con mahonesa japonesa y chile dulce, o una tarta de te verde que en realidad es una evolución de la tradicional tarta de queso vasca.

Niguiri de capellán con salsa de bonito.