Ayer se cumplieron 45 años del gol de Forment. Si pudiera revivir un gol yo elegiría ese. A veces pienso en esa jornada como en una película de arte y ensayo. Todo giraría en torno al instante del testarazo de Forment pero a su alrededor fluiría la atmósfera y la estética de la época. Recrearía la mirada de los protagonistas, el instinto de vitalidad, la necesidad de llegar. Partiría de las ruinas ya extinguidas del bar Torino, cruzaría la ciudad, levantaría la vieja tradición ferroviaria y fluvial de los aledaños de Mestalla. Intentaría subirme a la terraza del colegio de «El Pilar» para adivinar el mar, la huerta en retroceso, los nuevos barrios en construcción. Habría un plano largo para Vicente Peris a pie de campo, nervioso, sonriente, con la certeza de estar a punto de culminar la hazaña: ser el primer equipo no madrileño en ganar la liga desde 1960.

A la hora exacta saldrían los muchachos de la cruz roja perfectamente ataviados y casi inmediatamente los grises. El torrente de la música del maestro Padilla marcaría la señal: el pasodoble Valencia. El viejo Mestalla entraría en ebullición. Decenas de tracas saludarían la salida del equipo en una previa sin parangón en ningún graderío del mundo a principios de los años 70. Ríanse del tifo organizado. Papelitos, tracas, carcasas, banderas y gorras. La tradición prohibida.

Domingo, 28 de marzo de 1971. La numerada central es un crisol de hombres rudos y mujeres endomingadas. Todo viene condicionado por la luz primaveral que ciñe la sobremesa y su tensión. Esa jornada resume la trayectoria del VCF. El gol más celebrado de su historia.

El gol de Forment es el gol clandestino que se cuela en la historia oficial por la insistencia de quienes le hemos otorgado galones de emblema máximo. Es la efeméride al margen de las efemérides. Cada 28 de marzo una paloma blanca recorre la ciudad. No es un gol cualquiera. Es el gol. De ese instante se ha contado casi todo pero no basta. Hemos visto incluso a Forment recreando el salto ante un invisible portero del Celta, en un Mestalla que ya era otro Mestalla, a expensas tan sólo de las cámaras que intentaban recrear el hilo del acontecimiento 20 años después. No basta. Hay fotos, hay espasmos, hay desmayos que todavía no han vuelto en sí, hay un sobrecogedor lanzamiento de almohadillas que sintetiza la rabia y la emoción, la espera y el caos. Pero no basta. Lo que falta es reconocer que aquello sucedió para la eternidad y no sólo para la memoria de los allí presentes aquella tarde de marzo. Falta la película, el relato, la insistencia del homenaje. Hay goles que exigen detener el tiempo y desmentir esa falacia de los codiciosos que afirman que el fútbol no tiene memoria. Sin memoria no hay fútbol.

El gol de Forment no tiene la literatura del gol de Palomita Poy con Rosario Central el 19 de diciembre de 1971 pero no tiene nada que envidiarle. En esencia, incluso, es un gol mucho más potente y significativo. Es además el nuestro. Es el gol de los idus de marzo, el gol luminoso que despeja en el aire la resaca de las fallas, la pólvora festiva, el empuje de una parroquia que llevaba 24 años sin ver ganar una liga.

La película del gol de Forment es la película que yo quisiera ver ahora que se acerca el centenario del club. En abril de 1991 Canal 9 hizo un programa fantástico sobre la efeméride de la liga conquistada en 1971. Fue un trabajo emotivo y conmovedor. Pero necesitamos más. Necesitamos llevar a Forment a Mestalla de nuevo. Se lo debemos a él y nos lo debemos a nosotros. La película recogería los testimonios y la mirada de quienes estuvieron aquella tarde en Mestalla. Necesitamos saberlo todo. Necesitamos que el gol de Forment deje de ser una recreación sistemática de la nostalgia para eregirse en blasón y lápida. Necesitamos la estatua del gol, la tarde dorada, el éxtasis colectivo del viejo Mestalla. Lo necesitan sobre todo quienes apenas saben nada de aquel gol.

60.000 enfervorizados saltan y braman ante el milagro del gol en el minuto 92. Hay que saber lo que está en juego para entenderlo. No es una Liga más. Es la Liga. Como la Copa de 1954 es la Copa que define el espejo de todas las Copas ganadas por el club. Esas cosas son finalmente las que alimentan el espíritu y garantizan la mística. 1954 y 1971. Todas las Copas y todas las Ligas posteriores son en realidad un homenaje secreto a esos dos momentos señeros.

En esa tarde de 1971, un hombre por encima de todos hace verdaderos esfuerzos en el túnel de vestuarios para no romper a llorar. Es su Liga, se la ha trabajado más que nadie, es el momento culminante de su vida. Se llama Vicente Peris Lozar. Tiene 47 años. Es el alma mater del proyecto. El equilibrista. Simboliza la mejor tradición del viejo Valencia FC, el de Montes y Cubells, el de Casanova y Colina. Sintetiza tantas cosas en su mirada honesta que la emoción le impide articular palabra, ajeno con toda seguridad al hecho trágico de que ni siquiera podrá celebrar el primer aniversario del gol que ahora le lleva al cenit de su trayectoria profesional.

45 años después seguimos celebrando el gol de Forment, pero sobre todo reclamamos el respeto y la memoria: el homenaje perpetuo a nuestros mejores hombres. Necesitamos la película de ese gol en el lugar que merece, pero sobre todo exigimos que el retrato de Vicente Peris vuelva al lugar del que nunca debió salir.