­En el brumoso Balaídos se repitió una escena cada vez más habitual en los campos españoles, y que mide el efecto que está causando la sorprendente crisis del Valencia en estadios donde no tenía ningún tipo de rivalidad ni afrenta perdida en la memoria: los blanquinegros son un motivo creciente de chanza. Ayer, en un partido frío que no tenía ningún tipo de emoción, tras el festival celtiña de la ida, un sector de la afición viguesa sació el aburrimiento con el cántico «Peter Lim, te quiero», al son de carnaval brasileño.

No es un fenómeno nuevo, ya viene detectándose semanas atrás, en el Sánchez Pizjuán, en Anoeta, donde ya se escucharon los primeros gritos de «¡A Segunda!». También se ha convertido en una moda viral, ya sea en forma de viñetas con una sutil ironía existencial, a cargo de Forges, o en las ocurrencias de Paquirrín o de tuiteros que parodian a dictadores con millones de seguidores. Aquella anécdota aislada de la temporada pasada, cuando una línea aérea de bajo coste y famosa por su agresivo marketing se burló del despido de los Neville, va tomando cuerpo de tendencia.

Además de los resultados contrarios, toca soportar también este efecto colateral como parte de la caída. Del propio Valencia depende detener este proceso, recuperar un respeto también presente en detalles como lo fácil que es pitarle un penalti a este equipo, o en la poca influencia para jugar en los horarios más incómodos. Anoche quizá se dio el primer paso, pese a la derrota. En Vigo se demostró que la presión por el resultado es lo que ahoga al Valencia hasta impedirle competir por completo.

Sin esa asfixia psicológica, como es la utopía de levantar un 1-4 en contra, los blanquinegros se liberaron y demostraron, por mucho que el rival rebajase su intensidad, que tienen más calidad que la que demuestran los 13 míseros puntos de la clasificación.

El envite fue una nueva ocasión para contemplar la amplitud oceánica del fútbol de Carlos Soler, que cogió la batuta y marcó el ritmo que más interesaba. Ahora toco en corto, ahora conduzco en largo, devuelvo una pared... Voro optó por sustituirlo en el descanso.

Al nivel de Soler estuvo su buen amigo Toni Lato, lateral pelirrojo y eléctrico, veloz y con carácter. Bajo el frío de Balaídos, ese estadio con la mejor «play-list» de la Liga (con homenaje a David Bowie incluido), también pasó el cásting con nota Rafa Mir. La precoz aparición a la que le obligó Nuno Espirito Santo el curso pasado alteró su crecimiento natural. Anoche se vio a un extremo de potente zancada y disciplina táctica. Javi Jiménez también se rehabilitó tras el accidentado debut de la semana pasada en Mestalla.

Hasta jugadores sin sitio, como Fede o Vinicius, agradecieron la oportunidad. De ellos nació el gol del empate. La reacción de Fede de celebrarlo con un incomprensible balonazo a la grada generó otro cántico, donde más duele: «A Segunda».

Durante una hora de juego el Valencia pensó en que podía restituir el honor de acabar un partido con la portería a cero. Lo evitó uno de sus verdugos habituales. Da igual la camiseta. Rossi siempre les marca. En el descuento, el incontrolable Sisto dejó claro que a este equipo se le niega la más mínima alegría.