E n medio de un ambiente reivindicativo, con solo la mitad de los 5.000 asientos disponibles en uso y continuas protestas contra la propiedad, el Valencia supo leer la jugada y se limitó a jugar al fútbol. Fue lo mejor que podía hacer en señal de agradecimiento a todos sus aficionados, tanto a los que acudieron a Mestalla para celebrar sus goles como a los que volvieron a verlo por la televisión. La crispación no iba contra ellos. Y es que ahora que se acaba la temporada es paradójicamente cuando mejor está el equipo. Le ha favorecido la lógica de Voro desde el banquillo y el adiós a las cadenas que no le impedían alejarse del descenso. A efectos clasificatorios los tres puntos le tienen lo mismo, aunque si acaso la victoria desactiva el sorpasso del Levante. Para quien el marcador sí que tuvo consecuencias y graves fue para el rival. Al margen de su peripatética puesta en escena, el Eibar había hecho méritos de sobra esta temporada para haber descendido matemáticamente mucho antes de la penúltima jornada. Se demostró de paso que el riesgo de perder la categoría fue para el Valencia más un estado emocional que una realidad. Pocas veces ha estado tan barata la permanencia. Si algo ha quedado claro en estas últimas jornadas, a pesar de todos los pesares, es que había equipo para bastante más.

Parece mentira que el Valencia haya estado sin dormir tantas jornadas. Y lo parece también que Guedes, el caso más paradigmático de todos, se tirara tantos meses desaparecido. Se llegó incluso hasta el punto de que había dejado de haber debate cuando no jugaba. A estas alturas, sin nada en juego, no hay duda de que no hay otro igual en una plantilla en la que Voro ha sabido una vez más dar con la tecla. Habla bien de él y deja en mal lugar a los que le han ido cediendo el testigo. La cuestión es que nadie corre ni gana duelos como Guedes, protagonista del vendaval con el que un Valencia despreocupado aplanó a un mortecino Eibar. Tras despojarse de los lastres que le impedían despegar, y espoleado también por el horizonte de la Eurocopa, el portugués solventó la papeleta en media hora. Tiempo suficiente para marcando el primer gol, dar la asistencia del segundo y participar en la jugada del tercero. Nada más volver de vestuarios, por si al partido le quedaba un resquicio, hizo el cuarto.

Fue un auténtico destrozo el causado al equipo de Mendilibar, que con 3-0 trató de resistirse a su fortuna con dos cambios. No quería seguramente el técnico que los últimos minutos en Primera fuesen tan indignos y al menos consiguió hacerle un requiebro al destino cuando los tiros apuntaban a una goleada de escándalo. Se quedó a dos goles y de milagro no a uno. Lo impidió primero el poste y después el pie de Cillessen.

Tres minutos tardó en inaugurar el marcador Guedes en una acción en la que es verdad que por cada acierto del Valencia, ya fuese la recuperación de Thierry o el último pase de Soler, hubo un error a cada cual más grosero en la defensa armera. No acompañó el rival, que se vencía solo, y eso deslució o quitó méritos a un buen rato de fútbol. Y eso que el regreso del público, en un acto de responsabilidad, se interpretó más desde la protesta que desde el disfrute de las contras y balones al espacio.

En el plano futbolístico, que es el que a los jugadores y el entrenador les ocupaba, sobró con juntar a los mejores y darle un punto de raciocinio a la alineación. Es la receta con la que Voro ha liberado a los jugadores. Kang In y Guedes cabalgaron a sus anchas por el césped y Soler lució en su faceta de llegador con otro doblete. Fue la consecuencia de dos jugadas corales, sobre todo la del tercero. Kang In, quien sabe si en su despedida, maniobró con el balón pegado al pie, Guedes abrió a la banda y la incorporación de Gayà fue perfecta para dejar el regalo listo para abrir. Con la vista perdida y los oídos en los cánticos, el Eibar trató de resucitar de manera inesperada.

Los cambios de Mendilibar funcionaron a plazo corto porque Sergi Enrich dio empaque y a Bryan Gil, que había estado entre algodones, no hubo manera de pararlo en sus primeras arrancadas cosido a la línea. Llegó el mensaje de los cambios ante tan dantesco espectáculo. El propio Bryan acortó distancias y acabó siendo atropellado por Soler en la falta que casi precipita el 3-2. Lo evitó Cillessen con una parada a bocajarro sobre la línea después de un primer tiro de Enrich al palo. En esa acción se reclamó mano de Hugo Guillamón, que hizo con el brazo un gesto raro de esos que son sinónimo de disgusto. El último estertor de los eibarreses. Ya no pasó nada más. En cuanto se reanudó el partido, otra vez al espacio, Maxi Gómez habilitó a Guedes para que marcara el cuarto. Aunque con suspense, estaba en posición legal. A partir de ahí, los disparos fueron al palco.