El Valencia se toma muy en serio la Copa, en la que ya está en cuartos de final de final después de deshacerse de un orgulloso Atlético Baleares, en un duelo con muchos matices, tenso, con colmillo y disputado en cada palmo, en el que el conjunto de José Bordalás no se permitió el lujo de pestañear. Valió su peso en oro el gol de pillo de Marcos André en el primer minuto de juego, en un partido que deja muchas lecturas buenas. La primera que la puerta a Europa y a una final por un título está a solo tres partidos de distancia. La segunda, la provechosa disposición táctica del 3-5-2, que permitió ver a un Valencia más liberado en ataque, sobre todo en la contribución de los laterales, y con mayor contundencia defensiva en un equipo lastrado durante todo el curso por los goles en contra.

El pecado mortal en la Copa de los equipos de primera en campos de inferior categoría es el de una salida al campo especulativa, confiando en que la inercia de su mayor calidad acabe decantando el partido. La actitud contemplativa es el agujero en el que quedan atrapados los favoritos. No fue el caso del Valencia, activo desde el primer instante. Dolido por su irregular momento y hambriento por la motivación que despierta la competición, distancia más corta hacia un título. A los 40 segundos ya se había adelantado en el marcador con una jugada de astucia. Marcos André marcó un gol de pillo, de inteligencia barrial. Ganó la carrera a Ferrone al atacar el salto de una pelota mansa, propulsada de cabeza por Racic. Encaró a Ginard y lo batió por bajo. Un tanto que exhibe las mejores condiciones del brasileño, agresivo en la presión a la defensa, y que le deberían servir para armarse de confianza en un momento crucial, en el que se le instrumentaliza como arma arrojadiza contra la conveniencia de delegar en Bordalás los fichajes de invierno.

En el magnífico tono del Valencia contribuyó la liberación de un sistema táctico, el 3-5-2, en el que siempre se sintió cómodo y donde lucieron los mejores argumentos, a veces tapados, de algunos jugadores. Se notó sobre todo en las bandas. Sin tantas ataduras defensivas, Gayà y sobre todo Yunus Musah llegaron a posiciones de centro e incluso de remate. En sus incursiones estuvo la posibilidad de sentenciar los octavos antes de llegar al descanso. Los tres centrales (Mosquera, Diakhaby, Alderete) cerraron bien las acometidas del Atlético Baleares en las segundas jugadas y con tres efectivos en la medular, Koba Lein pudo soltarse en tres cuartos y exhibir la personalidad que se espera de su juego. Un esquema que invita al debate para su proyección en Liga.

El 0-2 con Hugo Duro, Musah y Gayà no llegó y el partido tenía otra lectura latente, la de un encuentro que también podía ser largo, con un Atlético Baleares agresivo en las disputas, travieso con las incursiones de Armando y muy arropado por su hinchada, en una magnífica y soleada matinal festiva en el Estadi Balear. La tensión se afiló en la segunda parte, con dos tarjetas amarillas consecutivas, en menos de un minuto, en la sala de máquinas del Valencia, a Guillamón y Racic, que quedaron expuestos en un partido duro. Bordalás equilibró las tornas con la entrada de Foulquier y Guedes, que calmó la insurrección local, justo cuando el técnico Xavi Calm retocó el dibujo al retirar a un central y tratar de ganar presencia ofensiva. Aún así, habría margen para sustos, como en el centro lateral de Hugo en el 75, al que no llegó por poco Vinicius Tanque, que le había ganado el espacio a Alderete.

El Estadi Balear aumentó varios grados de temperatura en los minutos finales, con balonazos colgados al área (en los que echó en falta a su ariete Manel, héroe copero) y una mayor presión de la hinchada. El Valencia resolvió el arreón con la misma limpieza orquestal con la que se tomó todo el partido.