Juan Antonio Blay, Madrid.

corresponsal

La estación de metro de Chueca, en la línea 5 de la red del metropolitano madrileño, tiene solo una boca de acceso situada justo en el centro de la plaza dedicada al célebre compositor de zarzuelas Federico Chueca. Fue abierta al servicio el 2 de marzo de 1970 cuando la zona -el barrio de Justicia, en el distrito Centro- ya iniciaba el declive social de lo que antaño había sido uno de los corazones castizos de la Villa y Corte. Poco tiempo después la plaza se convirtió en el referente de uno de los fenómenos de la transformación social que experimentó la ciudad en los setenta: el tráfico de drogas y un hábitat para los yonkis.

"Recuerdo que era una zona poco recomendable, incluso para alguien temerario como yo; hubo un tiempo en que no me atrevía a salir del metro en Chueca", explica Javier, un abogado que vivió la movida madrileña de los ochenta con intensidad. No es un comentario aislado. Otros testimonios describen con crudeza la realidad que se vivió durante años en esa plaza y en las calles aledañas.

Esa realidad avivó la degradación de la estructura social del barrio y el deterioro de sus escasos equipamientos dando paso a un escenario similar en otras ciudades: casas antiguas, escasa población de avanzada edad y poca actividad comercial. En definitiva, un lugar poco recomendable ni siquiera para pasear una mañana de domingo, solo o con niños. Y a tan solo unos pocos metros de la mismísima Gran Vía.

"La verdad es que nadie hizo nada durante años, nada de nada. Esto ha salido adelante de forma espontánea gracias al empeño individual de una serie de personas; y el cambio ha sido espectacular". La sentencia la pronuncia Loreto, una periodista que se puso a vivir en el barrio de Chueca hace 15 años. "Fue una apuesta arriesgada", confiesa ahora.

El empeño individual al que se refiere, según una convicción hoy generalizada, se debió a la actividad desplegada por integrantes del colectivo homosexual madrileño. En la zona, marcada por un ambiente marginal, había dos locales "de toda la vida" de ambiente gay -Black and White y Leather-. "Sin poder decirse cuándo ni cómo el caso es que la zona empezó, literalmente, a poblarse con ellos", apunta Jordi, un antiguo vecino del barrio involucrado en el movimiento vecinal de la época. No hay una fecha fija, pero todo empezó hace unos trece años, en la segunda mitad de los noventa. La presencia creciente de gays en el barrio generó desde el principio una curiosa complicidad con sus habitantes, a la postre fructífera y positiva, que ha culminado con la regeneración completa de la zona y la expulsión total de los yonkis. "Fue un proceso social, sin una actuación policial específica ni una intervención municipal programada", agrega Loreto.

El factor más determinante para la transformación del barrio fue, sin duda, el bajo precio de las viviendas y los alquileres en aquellos años cuando en gran parte de la ciudad ya empezaba el boom inmobiliario. A ello hay que añadir el concepto solidario que se generó entre el colectivo homosexual hacia la zona.

"Quien no se puso a vivir por aquí se decidió a abrir todo tipo de locales, desde restaurantes hasta tiendas de ropa y la bola se fue haciendo grande", reflexiona Jordi. Un nivel adquisitivo medio-alto, la ausencia de cargas familiares, la creatividad y el dinamismo social y comercial de los "nuevos" inquilinos del barrio hizo el resto. La transformación del barrio en unos pocos años ha sido radical. Hasta el punto de que Chueca se ha convertido ya en un referente internacional en el estudio de qué hacer para revitalizar los centros degradados de las grandes ciudades.

"Desde luego no ha sido gracias a acciones emprendidas por el ayuntamiento", apunta Jordi, que recuerda el caso omiso que la administración municipal ha hecho a las reivindicaciones vecinales. No obstante, en los últimos tres años el equipo de Ruiz-Gallardón ha movido algunas fichas. La peatonalización de la calle Pelayo, uno de los ejes de Chueca, y la remodelación del aparcamiento de la plaza Vázquez de Mella son las dos actuaciones más significativas.

Para el próximo año se anuncia la peatonalización de la calle Fuencarral desde Gran Vía hasta el cruce con Hernán Cortés, justo donde se encuentra el Mercado de Fuencarral, uno de los iconos del barrio. Este centro, que curiosamente anuncia su cierre en enero para trasladarse a Valencia donde abrirá un complejo en la avenida Tirso de Molina con su propia marca, ha sido un revulsivo para definir a Chueca como zona de modernidad y de un nuevo concepto comercial.

Porque hoy en día Chueca es sinónimo de modernidad y de vanguardia. Por ejemplo, el pasado año, con motivo de la celebración en el barrio del día europeo del orgullo gay, se convirtió en el primer barrio europeo con cobertura wifi abierta a cualquier usuario en sus 75 hectáreas en las que viven unas 20.000 personas. Una iniciativa de la revista gay ZERO y la empresa de comunicaciones FONO que han implantado unos 300 puntos de conexión.

El fenómeno no ha pasado desapercibido para los poderes públicos. Gallardón, que se prestó el pasado año en vísperas electorales a salir en la portada de ZERO como antes habían hecho Llamazares y Zapatero, prevé introducir sus modernos autobuses Gulliver -eléctricos, cinco metros, y 25 pasajeros- por sus estrechas calles. Y estudia nuevas peatonalizaciones. En las recientes elecciones generales el barrio votó diferente: ganó la izquierda por mayoría al PP, justo lo contrario que el resto de la ciudad.

Pero todo no son ventajas. Javier, Loreto y Jordi admiten que el ambiente cosmopolita ha modificado el estilo de vida de "barrio". "Para comprar un botón o una cremallera hay que ir al Corte Inglés de Sol, en el barrio ya no queda el clásico comercio minorista", reconoce Loreto. El nivel de precios, tanto de viviendas como de locales, también se ha disparado hasta los 6.000 euros por metro cuadrado.

El fenómeno no se ha parado en Chueca. En las calles colindantes a la izquierda de Fuencarral, tras el edificio de Telefónica, se ha extendido el fenómeno conocido como "gentrificación": inversores privados han apostado últimamente por compras masivas en el triángulo Gran Vía, Corredera de San Pablo y Valverde/Ballesta -una zona también degradada con locales de alterne y prostitución callejera- para crear un nuevo ámbito urbano, el Triball siguiendo el modelo del Tibeca de Nueva York.

De momento, aprovechando la bonanza otoñal que vive Madrid, las terrazas de los bares de moda llenan la plaza de Chueca y literalmente rodean la boca de metro; los restaurantes, como el de la familia Bardem, y locales de atrevidos diseños están llenos cualquier día de la semana y las tiendas de moda, algunas de marcas exclusivas, librerías y zapaterías de diseño atrevido cierran después del horario convencional. El barrio de Chueca es, hoy por hoy, una visita obligada para propios y extraños.