Ni jugar al balón, ni ir en bicicleta, ni pasear a los perros, ni patinar. En el parque de Marxalenes de Valencia lo que prima es la calma y la tranquilidad, a pesar de que las instalaciones —de 80.000 metros cuadrados— se encuentran junto al colegio Juan Comenius, que cuenta con alumnos desde educación Infantil hasta Bachillerato y ciclos formativos. Sin embargo, los niños y jóvenes de la zona se conocen al dedillo las normas de este parque temático dedicado a la naturaleza. Y para los que las desconocen, existen carteles explicativos con las acciones que están prohibidas en las cuatro entradas del jardín, y un «guarda del parque» que se encarga de hacer respetar las normas, a pesar de carecer de potestad sancionadora.

Por ello, los usuarios del parque de Marxalenes son, mayoritariamente, personas mayores que acuden a la zona ajardinada a pasear o a sentarse en un banco «a tomar el fresco». Y ellos, además, están encantados con las restricciones de un jardín enorme, hecho a su medida.

«Los niños jugando al balón molestan porque en cualquier momento te pueden arrear un pelotazo, aunque sea sin querer. Y lo mismo pasa con las bicicletas y los perros. Aquí está todo limpísimo. Da gusto venir y pasear por las instalaciones». De esta opinión son Francisco, Juan Epifáneo y Antonio, de 65, 74 y 70 años, respectivamente, vecinos de Marxalenes y usuarios del parque casi a diario. Y no son los únicos que manifiestan abiertamente que el parque está hecho por y para ellos. «Precisamente se está bien en este parque porque no hay niños jugando a la pelota. Hay columpios y zonas de juegos para ellos, pero están restringidas. Hay parques de Valencia donde no se puede estar», afirman Antonio y Rosa, un matrimonio de 74 años que toma el sol en uno de los bancos del paseo.

Llega la hora de salir de clase, y los niños y adolescentes toman el parque. Ellos sí tiene una opinión bien diferente del jardín. «Este parque es un asco. No se puede hacer nada. Si sacas el balón, te regañan. Si vienes con la bici, no puedes entrar. No puedo ni traer a mi perro a pasear», aseguran Daniel y Jorge, alumnos de 1º de ESO del colegio Juan Comenius.

Los alumnos de ciclos formativos también son grandes usuarios del parque, aunque ellos lo que hacen es aprovechar las mesas y sillas instaladas en la zona para almorzar o comer.

«Al menos, podrían dejar que fuéramos en bici, aunque solo fuera para atravesar el parque. Nos parece un absurdo. ¿Para qué sirve un parque enorme como éste?», preguntan los jóvenes, de entre 18 y 25 años. Los que sí trabajan «y mucho» en el parque de Marxalenes son los guardas del jardín. «Hay veces que son peores los padres que los hijos. A un niño le dices que no juegue al balón, y no juega. Sin embargo, hay padres a los que les explicas que no se puede montar en bicicleta y no hay manera de hacerlos entrar en razón. Pero es nuestro trabajo».

Paseos dedicados a los árboles

El parque de Marxalenes tiene una extensión de 80.000 metros cuadrados, y cuenta con 4,8 hectáreas de jardines. Está organizado en paseos dedicados a distintas especies arbóreas: palmera, algarrobo, olivo, almer, roble, fresno, olmo, carrasca, chopo, pino y sauce. En el parque, el agua brota de la tierra. Se trata del ullal, que alimenta la laguna. La edificación también forma parte del paisaje y de su historia. Es más, cuando se diseñó el parque se aprovecharon las edificaciones existentes. Por ello, en el jardín está la alquería de Barrinto —de origen medieval—, la del Foraster, la de Luna, la de Boro Baus o la de Félix. También hay una fábrica de aceite —en mal estado tras sufrir un incendio— y la primera Estación de Ferrocarril metropolitano de finales del siglo XIX. Varias de estas construcciones acogen ahora algunas de las dependencias del parque: el Centro de Recepción, el Aula de la Naturaleza, la Biblioteca infantil o la Escuela de Jardinería, entre otras. m. ros valencia