Aquella Valencia de abril del 71 parecía la ciudad de los prodigios. El equipo de Mestalla ganaba su cuarta liga tras 24 años de sequía mientras las torres de 20 pisos florecían en el frustrado Paseo al Mar y nadie se imaginaba que los duros a peseta que prometía Sofico, que garantizaba un interés del 12% a quien invirtiera en la compra de apartamentos de alquiler en la Costa del Sol que luego resultaron ser falsos, se iban a engullir los ahorros de cientos de valencianos.

En aquellos días de vino y rosas para la floreciente economía local, donde nadie había oído hablar jamás de la crisis del petróleo y la inflación que estaban a la vuelta de la esquina, Aula 7, una de esas salas de "arte y ensayo" tan de los setenta, estrenaba con década y media de retraso merced a la censura la película "Y Dios ... creó a la mujer". "Cuando la vea, sabrá porque la llaman", a Brigitte Bardot, "el símbolo del sexo", se leía en el cartel.

El periodista Francisco Pérez Puche, autor del libro "La Valencia de los 70", revive el "empuje" de aquella sociedad "en la que ya se hablaba de la IV planta de la siderúrgica de Sagunt, y a la que pronto llegaría la Ford". Esta bonanza del Cap i casal no se le escapó a Ramón Areces, que desde el timón de El Corte Inglés estaba revolucionando el mercado de la distribución española, cuando puso rumbo a Valencia. Su objetivo: abrir en la calle Pintor Sorolla el séptimo gran almacén de la cadena que, con sus más de 75.000 m2, iba a ser "el mayor centro comercial de España".

"Fue una conmoción"

Este desembarco fue, según Pérez Puche, "una conmoción para el comercio local, donde muchos pensaban que no había clientela en Valencia para una tienda tan grande". Salvador Ferrandis, presidente de la Asociación de Comerciantes del Centro Histórico, quien ya lleva 50 de sus casi 75 años tras el mostrador, recuerda el temor que vivieron: "En Valencia teníamos un gigante que estaba amenazando con sus grandes dimensiones". Un receló que ya se plasmó en una de las escenas de la Falla de la avenida del Oeste de aquel año que Pérez Puche ha recuperado para la exposición del 40 aniversario del centro de Pintor Sorolla. En ella, un ninot con bombín y unas grandes tijeras se dispone a hacer un "'Tall Anglés', partint el comerç en ves".

No es de extrañar que el recelo calara en la inacabada avenida cuyo nombre oficial es Barón de Cárcer, pues esta artería y sus alrededores eran entonces el corazón comercial de la ciudad. Allí, en la esquina con la plaza de San Agustín, estaba Galerías Todo, del empresario Carlos Máñez, que tanto Pérez Puche como Ferrandis señalan como el "primer intento autóctono de gran almacén". No muy lejos lucían los escaparates de Lanas Aragón, en Guillem de Castro, o Casa Gay, que ofrecía todo para el hogar.

Esta zona, junto a la calle San Vicente, la entonces Plaza del Caudillo y la calle de la Paz, eran el eje comercial de la ciudad. Ferrandis apunta que "en la Avenida del Puerto y la Malva-rosa decían 'anem a València a comprar' cuando acudían al centro, que se articulaba todavía alrededor de la Estación del Norte, "donde aún llegaba mayoritariamente la gente de los pueblos que venía a comprar".

Y es que no fue hasta entonces cuando el automovil comenzaba a dejar de ser un sueño para muchos gracias a la venta a plazos. "La entrada era del 35% en metálico, y el resto a pagar en 18 o 24 letras", narra Pérez Puche. Los modelos estrella de aquel abril eran el Simca 1.000, que costaba 103.500 pesetas, o el Seat 124-D, que valía 113.900 pesetas "franco fábrica", en una época en la que el salario medio de un obrero industrial era de 7.500 pesetas al mes y los albañiles ganaban 36,5 pesetas a la hora.

Cuando el alcalde de Valencia, el doctor López Rosat cortaba la cinta del gran almacén de Pintor Sorolla el 23 de abril de 1971 al grito de "ha nacido una estrella de gran magnitud en el firmamento del comercio y la sociedad valenciana", la calle Colón distaba de ser una de las arterías comerciales más caras de España. "Era más bien una ronda -dice Pérez Puche-, con doble sentido del tráfico y llena de tiendas de recambios de automóvil". Ferrandis apunta que éstas "cerraban ya los viernes por la tarde y solo unas pocas abrían sábado por la mañana, con lo que la zona estaba desierta los fines de semana".

Pero, todo iba a cambiar, con El Corte Inglés, que, según Ferrandis, "fue una locomotora para la calle Colón: más tráfico, más gente, especialmente los sábados, que se convirtió en el día más importante de las ventas, y las tiendas de recambios fueron cerrando para dejar paso a otros establecimientos más especializados". Lo mismo sucedió en la calle Don Juan de Austria, que entonces ni siquiera era peatonal.

Pero el polo de Pintor Sorolla no sólo "mudó el eje comercial de la ciudad", continúa el presidente de los comerciantes, sino que también modificó las formas de comprar "sobre todo con el 'si no queda satisfecho, le devolvemos el dinero' y con su tarjeta de compra, que fue básica, pues te permitía comprar con la tranquilidad de posponer el pago o abonar la compra a plazos".

Cupón regalo y la "llibreteta"

En aquella Valencia aún arrasaba el Cupón Regalo Comercial, cuya sede estaba en los bajos de la Finca de Hierro. Muchos niños de entonces, que ahora rondan los 50 años, recuerdan los cientos de cupones con el león que han pegado en cartillas para que sus madres las canjearan de balde por media docena de vas0s, una sartén, cucharas o cualquier cacharro para el hogar. Gracias a este incentivo a la compra -a más gasto más cupones-que ofrecían ultramarinos y comercios, muchas casas renovaban su modesto ajuar.

El fin del Plan de Estabilización dio paso al llamado "milagro económico español", una gran expansión económica de la mano de la inversión extranjera y del "boom" del turismo de sol y playa que llegaba al calor de los bajos precios y el "typical spanish". Los comerciantes dejaron de apuntar en la "llibreteta" las cantidades que les daban a cuenta sus clientes para pasar a la venta a plazos, sobre todo las tiendas de electrodomésticos, unas compras que se abonaban a base de letras que se giraban por el banco.

A 40 años vista, el centro de Pintor Sorolla, según este veterano comerciante, "no ha sido un enemigo para los comercios del centro, sino un compañero de viaje, pues es un atractivo más para venir a Valencia". La siguiente revolución llegó en marzo de 1976, relata Pérez Puche, "cuando abrió el Continente de Alfafar, la primera gran superficie comercial del área metropolitana". Pero esa es otra historia.

"Aquello supuso entrar en el estatus

de gran ciudad"

"El mayor y más moderno centro comercial de España". Con estas credenciales anunciaba en abril de 1971 El Corte Inglés la apertura de su gran almacén de Pintor Sorolla. El periodista valenciano Francisco Pérez Puche, comisario de la exposición "Cómo hemos cambiado", que conmemora el 40 aniversario de este centro, explica que la llegada de El Corte Inglés supuso que Valencia "entrara en el estatus de gran ciudad", al igual que Madrid, Barcelona, Sevilla y Bilbao, que ya contaban con grandes almacenes de esta cadena.

Para construir este centro se desmontó la iglesia gótica del convento de Santa Catalina de Siena, pieza por pieza, "a lo Abu Simbel", dice Pérez Puche en alusión al templo egipcio de Ramses II que tres años antes había sido trasladado para salvarlo de la presa de Asuán. La iglesia se alzó de nuevo en el barrio de Orriols.

Este complejo comercial de 75.854 m2 precisó de la excavación de un agujero del que se sacaron 89.491 m3 de tierra con el fin de albergar el aparcamiento de cuatro sótanos con capacidad para 800 vehículos. Las 11 plantas del edifico, cinco de ellas bajo tierra, disponían de 48 tramos de escaleras mecánicas que podían trasladar hasta 32.000 personas a la hora y seis ascensores, con capacidad para 600 personas hora y una velocidad de 2 metros por segundo. Antonio López-Pena, el director de El Corte Inglés Pintor Sorolla -que agrupa a este centro, más los otros dos de la calle Colón-, lleva en esta tienda desde el proceso de selección de personal, donde recuerda que se contrataron a "1.200 personas, el 75% de ellas mujeres, tras la realización de 4.000 entrevistas".

Areces ya quiso abrir en Valencia en 1963

Valencia estuvo cerca de ser la tercera ciudad en la que el imperio comercial levantado por Ramón Areces pudo izar su bandera en forma de triángulo verde con la apertura de la tercera tienda de la cadena, tras las de Madrid (Preciados) y Barcelona (Plaça Catalunya). El propio Areces reveló el 11 de diciembre de 1970, en una conferencia en el "Cap i casal" que publicó el diario "Levante" al día siguiente, que en 1963 intentó abrir un Corte Inglés en Valencia "cuando pretendió adquirir la estructura del gran edificio de la calle Játiva-San Vicente", en referencia al bloque de 10 plantas de dicha esquina construido por el arquitecto Luis Albert en 1935, uno de los mejores ejemplos de la arquitectura racionalista valenciana de la década de los 30 que está inspirado en los rascacielos de Nueva York. Este plan no hubiera variado el eje comercial de la ciudad, que se habría adelantado así a las tiendas de Goya (1966) y Castellana (1969), en Madrid, y a las de Sevilla (1968) y Bilbao (1969). Entre las razones del aplazamiento del desembarco en Valencia pudo estar el impacto de la riada del 57, que seis años después aún pesaba sobre la economía local.