Rubio, Bayo y Lucera. Así se llaman los tres caballos percherones de Ramón Chirivella, un vecino de La Torre que lleva toda la vida en contacto con estos animales. Cuando era pequeño, porque su padre y abuelo los empleaban para labrar la tierra, y ahora que existen tractores y mulas mecánicas para trabajar la poca huerta que queda en el área metropolitana de Valencia, porque no se plantea su existencia sin tenerlos cerca. Asegura que son su «capricho» y los cuida como si de un hijo se tratara.

Sin embargo, no nacieron aquí, ni mucho menos. Al igual que el resto de ejemplares de percherón —y razas mezcladas que provienen del mismo—, lo hicieron en semi libertad, en zonas de alta montaña de la Cordillera Cantábrica, de los Pirineos navarro, aragonés y catalán o en las montañas de Castilla y León. Ese es su hábitat natural como el del resto de ejemplares que hoy en día se ven, principalmente, en competiciones de tiro y arrastre o engalanados como si fueran de boda para participar en las principales festividades de la ciudad: desde Sant Antoni Abad para que los bendiga el párroco hasta la festividad del Corpus Christi, para tirar de las Rocas con ahínco y esfuerzo. Los de Ramón son de Puigcerdà, en pleno Pirineo catalán. «El primer techo que vieron estos animales fue el de mi casa», afirma. Eso sí, hoy viven como verdaderos reyes. Ni labran, ni realizan competiciones, ni cargan peso alguno. Costaron alrededor de 1.200 euros y son el mejor reclamo para que sus nietas, Mireia e Irene (de 8 y 6 años, respectivamente), acudan con alegría a alquería Pixacorta, la casa de campo que tiene su abuelo en la pedanía de la Torre.

Algunos afortunados no han tenido que desplazarse hasta el norte de España para conseguir un caballo percherón. Basta con contactar con un criador de confianza, aunque en estos tiempos de crisis «ya no hay negocio». Bien lo sabe Vicent Ferriol —conocido como «Cocollo»—, un agricultor de Poble Nou que ha visto decrecer un negocio rentable que, hoy en día, no tiene salida. «Mi padre compraba los caballos en Navarra, los domaba aquí, los entrenaba para tiro y arrastre y los vendía. Si tenía algún campeón, la venta salía más que rentable. Llegó, incluso, a cobrar hasta 24.000 euros por un ejemplar. Hoy en día nadie compra caballos a un criador. No merece la pena», afirma Vicent que, eso sí, dispone del mismo espacio que su padre para criar a sus animales: «Toyota», «Pegaso», «Rellam» y uno nuevo que cambió por «Torete», y que aún no tiene nombre.

Sin embargo, y a diferencia de Ramón, Vicent sí los emplea en el campo. Ahora bien, lo hace, principalmente, como entrenamiento para competiciones de tiro y arrastre porque «es cierto que el caballo deja la tierra más fina al patear menos que la mula, pero lo que él hace en una mañana, la maquinaria lo realiza en dos horas. No hay comparación. Pero si los sacas al campo, los caballos trabajan la musculatura y puedes ganar competiciones», explica Vicent, agricultor incansable. Eso sí, para seguir la tradición de su padre, Vicent viaja hasta Navarra apara adquirir su animales. Los precios no varían. Un percherón o cualquier de las razas que se cruzaron en su día con otras especies —como el hispano bretón— cuestan, mínimo, 1.200 euros.

Mantener a las bestias ya es otra cosa. Si hay que adquirirlo todo, la cifra mínima es de 50 euros al mes. Si, como en el caso de Vicent, uno hace lo que puede —plantar la hierba o cambiar garrofas por garrofas trituradas, entre otros quehaceres— solo hay que invertir en la avena. Y el precio, por supuesto, se reduce a los mínimos. Otra cosa es la faena que, eso sí, requiere esfuerzo y constancia.

Ahora bien, una cosa es acudir a alguna de las múltiples ferias de venta de caballos que se realizan en el norte de España y adquirir un ejemplar, y otra bien diferente que éste (acostumbrado a vivir salvaje) esté por la labor de hacer la fuerza necesaria que su propietario le exige. Y es que no todos los caballos sirven para las competiciones de tiro y arrastre. ¿Y si no sirven? La respuesta es inmediata: «si no valen para la previsión inicial, los animales se sacrifican». No hay vuelta de hoja. Antaño el dueño tenía la opción de vender la carne. Ahora, se ve obligado a llevar al animal a un cebadero «y coger lo que te den por él, que suele ser una miseria». Sin embargo, los propietarios de estos animales aseguran que los caballos «vagos», son los menos.

Y es que los percherones se caracterizan por ser «dóciles y buenos trabajadores» ya que combinan la fuerza con la rapidez de movimientos. Tanto es así que, en apariencia, no aparentan la mole que son, gracias a su estructura proporcionada. Ahora bien, hay que destacar que del caballo percherón han salido multitud de razas y cruces donde, eso sí, predomina la fuerza del primer caballo, que se originó en la provincia de Le Perche (Francia). Llama la atención la exactitud de unos datos que aseguran que el primer caballo percherón desciende de un corcel llamado «Jean le Blanc», que se cruzó con una yegua de Le Perche. Todos los descendientes de percherón se remontan a este animal, que nació en 1823.

Es más, durante el siglo XVII los caballos originarios de esta población francesa contaban con una notoriedad extendida. La raza fue evolucionando, pero sin perder ni un ápice de peso, lo que constituyó una gran ayuda para que se adaptaran a tirar de los pesados carros de correos, dos siglos después. Es más, a finales del siglo XIX la demanda era tan fuerte que se exportaban a miles, principalmente a Estados Unidos. A comienzos del siglo XX se comenzaron a importar sementales de percherones de Francia a España, con el fin de mejorar las aptitudes como animal de tiro de los distintos caballos locales, normalmente más pequeños y ligeros, aunque duros y resistentes. De ahí nació el caballo hispano-bretón, como tantas otras razas nacionales descendientes del percherón. Sin embargo, llegó la industrialización y, con ella, el tractor a las granjas, casas de campos y huertas. Pero los que lo conocieron y amaron no lo dejaron perder, y empezaron a usarlo como animal de recreo.