Iaia i néta. Así se titulaba el grup indultat en la Exposición del Ninot de 1934, la primera edición del concurso que oficializó la práctica de salvar del fuego de Sant Josep una figura escultórica concebida para ser quemada. En aquella escultura de la falla del Mercat Central titulada Mals vicis actuals confluían „como una pócima ideológica diseñada para el éxito popular más allá de la estética„ casi todos los grandes valores sociales que el público ha premiado con el indulto fallero en los últimos 79 años. En Iaia i néta, una vieja llauradora vestida con ropajes humildes protege a su nieta, que sostiene una naranja en la mano, de la modernidad y el incipiente feminismo que se iniciaba en aquella II República. La tercera edad, los lazos familiares, la tradición valenciana en forma de naranja, la pobreza o humildad de clase y el abnegado trabajo de toda una vida que trasluce la cara de la anciana. Todos estos valores se repiten en la mayoría de los ninots indultats cuando uno recorre el Museu Faller entre turistas que se llevan una visión edulcorada de las fallas, una visión que prima la compasión y la ternura atiborradas de costumbrismo frente a la crítica y la sátira.

No hay nada mejor para constatarlo que seguir la ruta de los primeros ninots indultados por la historia a base de votación popular. El indulto del año 1935 corresponde al grupo Llauradors ballant, con una huertana con ropajes antiguos y tradicionales que rebosan pureza autóctona. Le siguió la figura de La mareta en 1936, donde Visanteta, sentada en una cadira de boga, amamanta a su hijo Pepico, «un fallero nuevo que ha de proporcionarle a su madre inmensas satisfacciones y será en el mañana un hombre vigoroso, honrado y trabajador para gloria de Valencia».

Tras los años de la Guerra Civil se detecta en 1940 otra línea clásica del perdón flamígero: El de los oficios, como el de esta Venedora d´alls de manos castigadas y pobres espardenyes. Su postura servil corre muy acorde con el lema españolista de su falla en aquel duro año: «València generosa ofereix els seus fruits a la mare pàtria». La clemencia trabajadora también le llegó en 1942 a El vell del violí, un pobre músico callejero que pide limosna junto a su perro «per a defendre sa vida, plena de torpes perills i poder donar als fills amplament una seguida». Es una estampa que conmueve al espectador. Ideal para salvarse de la quema.

Conservador en un doble sentido

Así hay que entender la filosofía del indulto: Que mueva a la compasión, a la clemencia, al perdón de los electores frente a los personajes más débiles o más puros con la tradición. Es, sin duda, una visión conservadora de la sociedad en el buen sentido y en el malo. Conservar para no perder; pero también conservar para no evolucionar.

En el caso de los oficios protegidos del fuego se agolpan los ejemplos: El alfarero Manolo el de l´Escurada con su blusón marrón y cara de resignación y bonhomía del año 47; el dolçainer Josep Sanfeliu vestido de tradición en el 49; el pequeño Aprenent d´artista faller, todo sucio de pintura, con las manos vacías y manchadas y sin cobrar por su trabajo, del año 1951; El coeter del 53 que apuntala la tradición de la fiesta; L´enllustrador El Nene, de 1955, que arrastra una caja de bártulos para limpiar zapatos y un trapo sucio que, juntos, pesan menos que su mirada plomiza y perdida.

Pero hay muchos más currantes indultados: El agranador que no ha tenido enchufe para conseguir una buena carrera laboral (1956); el Llaurador valencià del 59, vestido de saragüells y descamisado que exprime una naranja suya y contempla cómo el zumo pasa por un pequeño conducto a una maqueta de la Cibeles de Madrid; el pobre Sereno adormit del año 68, con un zapato agujereado por donde asoma el dedo gordo del pie derecho mientras un mosquito le chupa sangre de una oreja. El sabater del 89, el ferrer del 85, el terrisser del 84, el embogador del 2000, el pescador, el pastor? Todo vinculado al trabajo y a la tradición. Y, en muchos casos, ligado a la familia que transmite la sabiduría de un oficio de generación en generación.

Pero son los ancianos las figuras que más abundan en el Museu Faller, los personajes que en mayor medida han escapado del fuego. Muchas veces caen del lado de la ñoñería simpática, pero en otras hay una carga crítica en la recámara. Como el ninot de 1946, Dos de Les Germanetes dels Pobres, en la que dos viejos abandonados por la familia en dicho asilo de Valencia intentan encender un cirio para hacer bulto en un entierro que se presuponía desangelado y ganarse así unas perras para el hospicio que los albergaba. Los casos se multiplican: La vieja y satírica Cacauera estraperlista del 43; el grupo Iaios, llaurador i nét del 50, una fórmula tipificada que triunfará en la historia del ninot indultat; la Vella, xiqueta i gat, con la anciana enlutada mientras cose; la Tertúlia de vells del año 60, que presenta a tres ancianos desmejorados en un banco; la Vella soguera i xiquet del 78, con su apelación al sentimentalismo; el Iaio i néta de 1997, con el kit tradicional „cadira de boga, bota de vino, paella„o el Iaio Valentín de 2011.

«Enyorances del passat»

Otro gran vector o corriente ética que sobresale entre los ninots indultats es el de la tradición, vinculada a los antiguos oficios y los ancianos, pero también con entidad propia y valencianizante. Un espejo de lo que el pueblo ha sido y no debe dejar de ser. Tal vez el mejor embajador de esta corriente sea Enyorances del passat, del convulso año 75, donde un arrugado abuelo con blusón „cómo no, abuelo y blusón„ enseña en una auca a sus nietos cómo conservar las fiestas de toda la vida: «Sant Antoni i el porrat, porta a beneir al gat; En la pasqua no perdones catxerulo, els ous i les mones», etcétera. Sigue esa estela, en el año 90, el ninot Amb cucs de seda, donde un anciano mira con nostalgia y orgullo a su nieto de pantalón corto y tirantes „imposible vestimenta en esa década„ cómo cría gusanos de seda entre la botija, el cabàs d´espart, el llegó o la forca.

El padre que ayuda a su hijo pilotari a atarse el guantet en la figura La pilota valenciana del 99; los homenajes a Blasco Ibáñez o Sorolla (2006 y 2007) con su cosmovisión valenciana que tan bien encaja en la iconografía fallera „más la del pintor que la del novelista„; o la reivindicación del mundo agrícola tradicional en el ninot Per l´horta, donde iaio, padre y nieta se mueven entre el tomacar. En casi todos estas escenas indultadas subyace el valor de la familia, otro leitmotiv ideológico del indulto.

El último gran tema sacado de las brasas falleras en numerosas ocasiones es el de la pobreza, como el que representaba en 1972 Rodamón amb gos, el vagabundo arrojado en un banco, junto a su mascota, que lleva los zapatos destrozados y la chaqueta descosida por los codos y cuyo rostro se ha metamorfoseado en el de un perro. Daba pena quemarlo. Como a los ancianos, a la familia, a los currantes o a la tradición más costumbrista. Y eso, y no lo políticamente correcto en materia religiosa o política, es lo que ha primado en los indultos desde 1934.

Un «Temple hindú» ya fue indultado por votación en 1992

Los primeros indios y pakistaníes habían llegado con cuentagotas a la Comunitat Valenciana en 1992, pero en aquel mismo año ya hubo un ninot fallero referido a la religión hindú, que tanta polvareda ha levantado estas Fallas. Entonces, en cambio, pasó desapercibido.

El ninot, del artista Agustín Villanueva y plantado por Convento Jerusalén-Matemático Marzal con el título Temple hindú, reproducía una escena ambientada en la antigua India que aún se puede ver en el Museu Faller. Delante de un templo hindú en ruinas que luce la efigie de una deidad hindú y algunos elefantes sagrados en las paredes, aparecen tres personajes curiosos: un pobre y viejo ciego apoyado en un bastón, un lazarillo que pide limosna para él, y un encantador de serpientes que despierta a un reptil hecho de morcillas y longanizas. El cartel original, escrito con letras del alfabeto devanagario, proclamaba con humor: «Nijalem, nijalarem».

Con esta escena, el artista representaba el contraste entre una civilización con grandes monumentos y poso cultural que, al mismo tiempo, sufre una severa pobreza entre la población. En aquel momento nadie se indignó por el monumento. No había opción: Los inmigrantes empezaban a llegar tímidamente a España y casi todos ellos procedían del Magreb.

El Dios que sí que ardió

Este ninot salvado por aclamación popular pertenecía a la falla El temple de l´home, un monumento coronada por la gran cabeza de Dios, que desde las alturas contempla su creación a través de las distintas civilizaciones humanas.