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Siglo y medio de sabor propio

Una horchata todavía

«El Siglo» cerró no hace mucho a causa de la subida de los alquileres históricos. En invierno, siguiendo el rito estacional, las horchaterías se transformaban en chocolaterias

Expendeduria de horchata al aire libre en la plaza del Ayuntamiento.

Estamos acabando el verano, y pese a las primeras bajadas de temperatura, todavía podemos tomar una horchata. Cada año procuro dedicar un texto a la horchata. Es la bebida más exclusiva que producimos en Valencia y tenemos tan poco amor propio que sólo la consumimos en verano, asociándola con el calor y despreciando todos sus valores nutritivos.

Este año Pascual Marzal Rodríguez, profesor de Historia del Derecho de la Universitat de València, me da pie a reflexionar sobre nuestra autóctona leche vegetal. Me ha conseguido una bella botella modernista de la fábrica de licores de Manuel Garcia de Xàtiva que indica en su etiqueta «Jarabe de Horchata de Chufas».

Se refiere sin duda al concentrado de horchata que todavía hoy fabrican los sucesores de Salvador Costa desde 1897, José Antonio Costa de «Hisc» en Albal y «Costa» en Alcàsser. Es un producto que guarnece el líquido de chufa usando una alta cantidad de azúcar como conservante.

Casi todas las factorías dedicadas a alcohol y licores experimentaron con la deliciosa horchata para crear un producto propio. Manuel García tuvo el acierto de crear un diseño espectacular, que rebosa la elegancia de «art nouveau». Pero ¿Cuál fue la primera horchata que tuvo una marca?

En un principio la horchata se identificaba con la horchatería, con el local del artesano que la fabricaba. La primera enumeración de horchaterías de Valencia nos la da José Garula en su «Manual para forasteros» del año 1841: Mercado, San Fernando, la Nave, el Palau y la Cenia. De todas ellas sólo queda abierta la horchatería de Santa Catalina, que probablemente podría arrogarse el título de la más antigua de la ciudad.

El cronista Vicent Boix, también setabense, nos indica en su «Manual del viajero y guía de los forasteros en Valencia» que en la plaza de Santa Catalina y en la calle de San Fernando hay dos establecimientos de este tipo, con lo que vemos que su número se ha duplicado. Desgraciadamente la horchatería «El Siglo» no hace mucho que cerró a causa de la subida de los alquileres históricos. En invierno, siguiendo el rito estacional, las horchaterías se transformaban en chocolaterías.

Seguramente la siguiente horchatería en orden de antigüedad sea la de la plaza del Collado. El señor Pepe, artesano insigne que todavía diferencia perfectamente el helado de mantecado del helado de vainilla, pensó en algún tiempo ponerla en traspaso. Pero ahora su hijo, que antes quiso dedicarse a otros menesteres, parece que va tomando las riendas del negocio para satisfacción de su clientela.

La primera marca de horchata independiente de su horchatería fue «La Bolita de Oro» de José de Roman. Esta horchata se repartía por las «lecherías» „ otra institución hundida por el auge de los supermercados„ y colocaba un cartelito escrito con esmerada caligrafía que sería hoy en día la envidia de cualquier diseñador gráfico de los que sólo utilizan el ordenador en sus composiciones.

Aquello fue antes de la guerra. En los años sesenta las marcas emergentes eran «Rubio» y «Daniel». Este último, con su óptima estrategia comercial levantó el primer templo de la horchata en la nueva carretera que unía Valencia con Alboraya. Muy pronto otros labradores siguieron su ejemplo y empezaron a diferencias sus horchatas con sus propios nombres.

La última aventura comercial de la horchata ha sido la de «Mon Orxata». Después de la recuperación de los tradicionales carritos bajo la dirección de Laura y Yolanda, ha lanzado la horchata embotellada, que distribuye únicamente en hornos y obradores tradicionales. El diseño de la botella es radicalmente moderno y funcional, de plástico y no retornable.

Pero volvamos a la botella modernista de horchata. El profesor Marzal me refiere que la guardaba el doctor Serra en su chalet de Ribarroja del Turia. Este médico era el oficial de la plaza de Toros, y de aquí que se rotulara con su nombre el actual pasaje del Museo Taurino. Gracias a su interés por conservar esta botella podemos disfrutar de este primer envase de un producto que actualmente se vende hasta congelado y rememorar aquellas poéticas palabras del vanguardista Giménez Caballero que no han perdido vigencia: «chufa color de desierto y de jaguar, de acento almendrado y palestinesco, judaico, de próximo oriente; pero luego color de arroz, blanca y dulce como la leche de virgen ibérica, anunciadora de dulzura y evocaciones tropicales».

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