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Entre acequias

Los secretos de la huerta del capuchino Fray Valentín

Fray Valentín Serra desvela en su nuevo libro «La huerta de San Francisco» las recetas médicas y culinarias de los monjes capuchinos

Los secretos de la huerta del capuchino Fray Valentín

La zanahoria es emoliente y resolutiva en cataplasmas calientes; la hierba de los canónigos se acomoda a todos los terrenos; el acerolo prefiere los suelos sueltos y le son muy perjudiciales los compactos, húmedos arcillosos; los berros tienen propiedades depurativas y fortificantes; la lenteja crece en suelos pobres y ligeros; el apio aunque es una planta rústica teme mucho al frío. Estos son solo algunos de los secretos y consejos que recoge «La huerta de San Francisco» el último libro escrito por el fraile capuchino, historiador y archivero Fray Valentín Serra de Manresa que mañana a las 19.30 horas se presenta en la librería Soriano de Valencia (calle Xátiva, 15).

Esta obra enlaza con «Pócimas de capuchino», un libro divulgativo sobre las propiedades de las plantas medicinales escrito por este monje capuchino en 2013.

«La huerta de San Francisco» instruye al lector sobre cómo aprovechar al máximo, guardar, confitar o encurtir los excedentes de frutas y verduras y sobre todo nos enseña como cultivar los árboles frutales, las flores y las hortalizas «al estilo capuchino».

Los libros de fray Valentín, un monje que con su larga barba blanca y su hábito austero se reconoce asimismo como un arcaico, están basados en antiguos textos que recopilan el saber acumulado durante siglos en los conventos capuchinos.

Este monje ha buceado durante más de 25 años entre documentos antiguos y legajos de distintos archivos eclesiásticos de España e Italia para extraer un completo recetario médico y de cocina.

Fray Valentí Serra tiene remedios para todo. Contra la fiebre, endrina. Para fortalecer las encías, resina de condrila y para los bronquios, salvia, que era la planta favorita de los romanos, un buen colirio, digestiva, antiséptica y cicatrizante.

Hay además plantas remotas, que se usaban ya en la Edad de Piedra, como la cola de caballo, el suco y la semilla de majuelo o espinal, un excelente tónico cardiaco y la planta «curatodo» es el cardo de santo que cura el dolor de cabeza y el de oido, los vértigos y favorece la memoria.

Los monjes horticultores crearon sus propios métodos para sacar el máximo rendimiento a las huertas y campos de cultivo que rodeaban sus conventos y de los que se abastecía la comunidad. Los monjes eran expertos en conservar el excedente de alimentos y verduras producidas, como alcachofas, coliflor, guisantes y tirabeques («catxassos») para asegurar las comidas en tiempo invernal. Por ejemplo, el secreto de los capuchinos para conservar durante varios meses los melones era enterrarlos en ceniza.

Estos monjes también tenían un método propio para aprovechar el agua de lluvia, reteniéndola con unas zanjas llamadas «mulladura» que permitían que el agua se filtrara progresivamente al subsuelo. En sus huertos se cultivaban especialmente acerolos, granados, nísperos, melocotoneros, guindos, azufainos, limoneros, naranjos, ciruelos y manzanos.

Los capuchinos introdujeron en el refectorio la espinaca, que tradicionalmente había tenido uso terapéutico contra el asma. Colinabos, chirivías, espárragos, lechugas y rábanos eran otros de los cultivos que abundaban en las huertas capuchinas.

Anticipándose a lo que hoy llamamos cultivo ecológico los hortelanos capuchinos trataban de evitar la proliferación de orugas plantando hileras de cáñamo en sus jardines y huertas conventuales y solían impedir la acción nociva de las babosas sembrando garbanzos en el huerto. Además con las hierbas aromáticas preparaban el agua de lavanda y de colonia y también perfumaban el «óleo de San Serafín», un ungüento que se ponía en el pecho de los enfermos afectados por un fuerte catarro.

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