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Opinión

Sísifo y la izquierda

Cuenta la mitología griega que Sísifo, fundador y Rey del actual Corinto, fue condenado a vivir en el inframundo por el Dios Hermes al intentar engañarlo. Fue castigado a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada. Pero, antes de alcanzar la cima de la colina, la piedra escapaba de sus manos rodando hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar de nuevo, una y otra vez. Visto todo lo que ha ocurrido en el último año transcurrido, parece como si a la izquierda y al conjunto de la gente progresista de este país se nos haya condenado al mismo castigo que a Sísifo, esto es, a repetir la misma estrategia sin conseguir nada a cambio. Porque lo cierto, es que después de cuatro años, más este último de regalo, luchando contra las medidas del Gobierno del PP, la sensación que tiene la inmensa mayoría de la gente trabajadora, es que tras la investidura de ayer de un nuevo Gobierno más conservador y derechista que el anterior, todo sigue igual.

De poco o nada han servido las huelgas generales y sectoriales, los encierros, las manifestaciones masivas, las concentraciones periódicas, los desahucios evitados o las inmensas muestras de solidaridad popular. Cuando en julio de 2012, el anterior y nuevamente presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, anunciaba sus medidas de sumisión a Bruselas, pagando los intereses que suponía el rescate bancario, echaba gasolina a las calles de este país, como acertadamente le espetó en el debate parlamentario el anterior coordinador de IU, Cayo Lara. Desde el primer día de forma organizada o espontánea, todos los sectores sociales afectados por las medidas, tomaron las calles, mostrando una gran capacidad de lucha y perseverancia ante un Gobierno que había decidido por Decreto que el conjunto de las capas populares viviese peor y sin futuro.

Fueron años de nuevas simbiosis entre las fuerzas políticas, sociales y sindicales con la mayoría de la población trabajadora, que además parecía haber superado aquella frase de que todos los políticos son iguales, poniendo el foco en el PP, que no sólo aprobaba y ejecutaba los recortes, sino que con un desparpajo absoluto asumía los interminables casos de corrupción que le asediaban. Así lo comprobábamos, por ejemplo, cuando acompañábamos a los trabajadores y trabajadoras del Ayuntamiento de València en su movilización semanal contra los tijeretazos salariales llamada «viernes negro».

Con dos millones de personas manifestándose en Madrid contra el Gobierno meses antes, las elecciones europeas de 2014 parecieron que eran el principio del fin del PP. Un buen resultado de la izquierda, especialmente de IU, apuntaba a la organización del cambio real. Pero se vaciaron las calles, la estrategia mutó en táctica improvisada para ganar los gobiernos locales y autonómicos, y se apartaron las propuestas programáticas, iniciándose una carrera para ver quién llegaba antes a la Moncloa, con reproches y desprecios en público. El asalto a los cielos ha acabado con el PSOE decapitado, la izquierda noqueada y Rajoy de nuevo en la Moncloa. Tocará, por tanto, hacer como Sísifo, eso sí, sin que la piedra vuelva a caer nunca más.

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