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Una víctima de 'las dos Valencias'

El Demóstenes de la Corbella

Pepe Sabater, el gran orador de la Valencia contemporánea, fue calificado como «el Palleter moderno» y acumula una biografía apasionante

El Demóstenes de la Corbella

Josep Sabater Pardo es el ídolo de la oratoria valenciana contemporánea. Al igual que Demóstenes en Grecia, Sabater supo perfeccionar al máximo el tono del discurso idealista, pasional, abundante, documentado y rápido. Valencia es tierra de grandes dominadores de la palabra, desde San Vicent Ferrer hasta Federic García Sanchis, pero el último de todos ellos es el legendario Pepe Sabater, nacido en una alquería de la Senda de la Corbella en plena Horta de Russafa, entre la Carrera de Sant Lluís y la carrera de Malilla, quizás nombrada así por la forma de hoz que tenía aquel camino.

Era el 26 de marzo, Jueves Santo de 1946, cuando nace un niño con buenos pulmones que en poco tiempo deslumbraría a los vecinos hortelanos con prodigiosas declamaciones de poesía religiosa o sobre «La Riuà». Es matriculado en el cercano colegio de los Salesianos, recién construido sobre campos de patata, donde la referencia espiritual es María Auxiliadora. Aunque su madre, Pepica Pardo Navarro, ya le ha inculcado la devoción por la Virgen de los Desamparados y San Vicente Ferrer. Pepica, a quien apodaban «la Maredeueta» por su belleza, era hija de Francesc y Carmen, matrimonio de la Punta. El padre, «Tomaset el Futboliste», era hijo de Pepe y Mercedes, mucho más liberal y parrandero, le transmitió el amor por la fiesta y las tradiciones, especialmente las fallas. No en vano Tomás había nacido en pleno Mercat Central, donde su madre era vendedora, frente a la Lonja cuando se estaba construyendo el actual edificio, en una parada de melones.

Los Sabater vivían en una alquería comprada por sus bisabuelos al Conde de Faura. Cultivaban de todo, especialmente tomates valencianos, cerca de las vías del tren y la ronda de Peris y Valero. A lo lejos contemplaban cada marzo la «plantà» de la falla Cuba y Puerto Rico, entre las lejanas fincas. Muy pronto los niños de la huerta constituyeron su falla infantil en la Carrera de Sant Lluís, frente al número 66 y junto a la «vieta» de Nazaret. Más tarde se plantó en la confluencia de la avenida del Doctor Waskman.

Aquella avenida dedicada al Nobel ucraniano-estadounidense, fue el principio del fin de aquella parte de la huerta ruzafeña. Primero se ubicó allí la primitiva estación de autobuses y luego vinieron las expropiaciones masivas para urbanizar. Pepe empezó a trabajar en «Talleres Vicent» del Camí Fondo del Grau compaginando con estudios oficiales de comercio. La mili le tocó en Mahón. Al regresar se especializó en la venta de joyería, convirtiéndose al poco en mayorista. Pero su verdadera vida era la oratoria. Poeta caudaloso, empezó a intervenir en presentaciones falleras y después en todo tipo de actos. Los pilares de su mensaje fueron, en aquellos tiempos de la batalla de Valencia, defensa del Reino, Senyera y Lengua Valenciana, con una proyección valencianista indomable.

Avalado por las masas como el Palleter moderno, intervino el gran acto de la Plaza de Toros en 1977. En su discurso desconcertó a los sectores conservadores que querían convertir el valencianismo tricolor en un coto privado derechista y denunció la marginación de Valencia por todas las ideologías. Desde un izquierdismo profundo, natural en una Valencia republicana y «roja», cargó contra el régimen de Franco, acusando al Caudillo de no haber dado nada bueno a los valencianos, excepto «flors de marge» para comer. Esta alusión a los cardos silvestres le valió que los sectores tradicionalistas le cortaran la energía del micro, lo que provocó un incidente interno nunca aireado. Desde entonces la derecha valenciana marginó a Sabater por «roig», mientras que la izquierda lo calificaba de «blaver» que entonces se quería hacer sinónimo de «fascista». En resumen, este singular personaje fue víctima de las «dos Valencias» y su drama divisorio histórico.

Sin embargo, Sabater continuó su cruzada desprendida por la Valencianidad más genuina hasta en el «Día de la Paraula Valenciana». En todos los pueblos lo reclamaban para exaltar sus fiestas, sus reinas o su idiosincrasia; marcando hitos en sus discursos de la Casa de Valencia en París o la de Barcelona, donde se enfrentó cara a cara a un Jordi Pujol en el cenit de su poder.

Sabater fue un hombre de amores íntegros. En su juventud vivió una intensa historia romántica con una jovencita de la Punta llamada Carmen, que acabó en un enfrentamiento familiar digno de «Romeo y Julieta». Después, ya como Presidente de la Falla de la Carrera de San Luís, tuvo una portentosa relación con una figura mítica de la escena mundial: Celia Gámez. La sacó del Teatro Apolo de Valencia, para nombrarla «Reina de la Huerta» y después mantuvieron varios encuentros y una larga amistad, visitándola en su propio domicilio de Madrid de la calle Carretas. Allí le presentó la artista a diversos intelectuales españoles entre los que recuerda con especial cariño a Rafael de León, aristócrata de más de ochenta años que se le insinuó con la excusa de los «Ojos verdes» de su famosa canción.

Pero el gran compromiso sentimental de Pepe Sabater fue su esposa Raquel Casanova, natural de Benetússer, con quien tuvo dos hijas. Paloma, casada con Óscar Balbastre, le ha dado dos nietas: Paloma y Gadea. Raquel y su esposo Alfred Costa le han regalado dos nietos: Martín, que sigue los pasos de su bisabuelo Tomás como futbolista, y Alfred, que ha heredado la portentosa oratoria y capacidad de puesta en escena del abuelo.

Desde siempre ha vivido en la avenida doctor Waksman que le vio nacer, exaltando un sueño de fraternidad y libertad amparado en esa lengua honrada y cortante como una «corbella», símbolo del trabajo honesto y de la rebelión más justificada. Quien crea que un discurso pasional no puede afectarle, debe escuchar una perorata de Pepe Sabater para comprobar como en pocos minutos una simple voz que sale del alma le puede poner a cualquiera la carne de gallina.

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