Es difícil encontrar cierta continuidad en Malilla. De su antigua y espléndida huerta no queda prácticamente nada, más allá de algún pequeño terreno cultivado de espaldas al nuevo hospital de la Fe. Desterradas las viejas alquerías y sepultados sus campos de cultivo en pro del urbanismo expansionista, la ciudad ha traicionado la supuesta remodelación del barrio. Los solares dominan muchas de las manzanas de edificios, dispersos y sin un trazo uniforme. Entre tanta incoherencia, se atisba lo que debería ser el futuro desarrollo. En el corazón de Malilla encontramos un pequeño jardín, no demasiado poblado, pero sí suficientemente digno para mostrarle el camino que ha de seguir al barrio. Se encuentra en la inconclusa „cómo no„ plaza del escultor Víctor Hino.
Árboles de hoja caduca y otros de follaje perenne combinan con palmeras, zonas delimitadas con setos y, en el centro, un pequeño parque infantil. La zona ajardinada tiene una pequeña fuente circular adosada, aunque ni siquiera se integró en el discurso de este tramo verde. Mayores y jóvenes aprovechan sus bancos para perderse e intentando no echar la vista atrás, ya que el espectáculo a sus espaldas rompe la pequeña magia adquirida.
Así, lo que debería ser una gran plaza, la del escultor Víctor Hino, se queda en un simple proyecto dominado por un gran solar. Los dueños de los vehículos aprovechan los cientos de metros cuadrados de polvo y tierra para estacionar, aunque la temporada de lluvias convierte este aparcamiento en superficie en un auténtico barrizal.
El corazón de lo que debería ser la plaza está dominado por un muro de unos dos metros de altura, el guardián de un perímetro yermo. Al contrario que las paredes de Ciutat Vella, en Malilla ni siquiera tienen el beneficio del arte urbano, y los grafitis sin sentido dominan el horizonte del solar.