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Condesa de Ripalda | Una vida de novela (6)

... Y así se hizo

A pesar de sus más que cuestionables calidades, el palacio se convirtió en un emblema para la ciudad que, medio siglo después de su desaparición, todavía se recuerda

... Y así se hizo

Hay construcciones, que aunque su valor arquitectónico sea motivo de muchas opiniones, están envueltos en un halo de misterio que genera un creciente interés popular y acaba rodeado de múltiples historias que siguen alimentando su recuerdo.

Este es el caso del Palacio de Ripalda, un edificio pendiente de estudiar en profundidad, debido a la ausencia de documentación administrativa y técnica. Hay que recurrir a la prensa diaria de la época y a documentos personales de la condesa, a buen recaudo por algún prestigioso coleccionista, para tratar de conocer dónde, cuándo y por quién se realizó.

La zona donde se estableció era contigua a las posesiones del Palacio del Real y junto al final del camino conocido como Vuelta del Ruiseñor. Los documentos nos indican que se levantó en el lugar que ocupaba un antiguo molino, ya presente en tiempos de la conquista de la ciudad por Jaime I, movido por el agua del brazo derecho de la acequia de Algirós.

Tras el fallecimiento del conde, su mujer Josefa Paulín de la Peña se puso al frente de la hacienda familiar y aunque los terrenos pertenecían por herencia a su hija, la condesa decide darle uso particular a aquel histórico molino, que había estado arrendado al menos hasta el año 1877 y que en la hijuela -documento privado que contiene la adjudicación entre herederos- correspondiente a la hija de la condesa Dolores Agulló y Paulín certificada en 1882, se hace mención expresa a la herencia de los terrenos del molino ya derruido en esa fecha. No sabemos si los demolieron los Agulló o ya estaba destruido al heredarlos.

Estilo centroeuropeo

La Condesa Viuda, mujer muy viajada, había conocido Bélgica la patria de su primer esposo donde ahora vivía su hija Josefina y con más empecinamiento que medios, con más tesón que gusto estético, con más imagen que factura, levantó un palacete-castillo al estilo centroeuropeo en miniatura que si bien es verdad que llamaba la atención y que se convirtió en un icono de la ciudad, tenía tanta mezcla de estilos y tan extraña para una tierra mediterránea que se ganó el adjetivo de ecléctico. En él pretendía pasar sus estancias temporales en Valencia pues aun teniendo múltiples propiedades que ella regentaba no era dueña de ninguna de ellas. Los hijos que había tenido con su primer marido, el Conde de Romrée, ya habían heredado de su padre.

Los jardines que rodeaban al edificio empezaron a utilizarse como zona de recreo, como nos muestra la primera reseña conocida sobre la propiedad, correspondiente al 25 de mayo de 1882 en el periódico La Época, que hace referencia a una cena en los jardines coincidiendo con la llegada del diplomático Enrique Dupuy de Lome, un sobrino de la condesa.

Y en el mes de Agosto de ese mismo año aparecen los primeros datos sobre el inicio de la edificación, en donde se menciona explícitamente que se está transformando el antiguo molino en una aristócrata quinta o finca de descanso en vías de construcción, con motivo de la visita del músico Isaac Albéniz a la ciudad.

Dudas sobre el arquitecto

Sabemos que la Condesa era una fiel admiradora del arquitecto Joaquín Mª Arnau Miramon y que le hizo abandonar su puesto de trabajo como Arquitecto Municipal para tenerlo a su completo servicio y que realizara todas las obras en sus posesiones, tanto nuevas como de reforma. Por eso a nadie le extrañó cuando en 1894 José Ruiz de Lihory -Barón de Alcahalí- identificó a Joaquín María Arnau Miramón como autor del palacio, aunque hay autores como Daniel Benito que califica de dudosa su autoría. Por otra parte el arquitecto Alberto Peñín en 1978 atribuyó el proyecto a Vicente Monmeneu y la dirección a Arnau. Aunque en este caso debería de tratarse de su hijo Salvador Monmeneu Escrig que había tenido relación con la condesa en otras obras también.

El diseño del Palacio es un edificio con aspecto exterior de castillo con un volumen central cubierto con tejado de gran pendiente, y tres volúmenes de menor tamaño. El cuerpo más llamativo era la torre cilíndrica cubierta con tejado cónico.

Los muros eran de ladrillo con sillería labrada en los vanos, cornisas y barandillas de la planta principal. Nos consta y tenemos pruebas de ello que si la planta baja era de una calidad mediana, en la parte alta era pésima tanto exteriormente como interiormente.

Austero, barato e incómodo

Desmitificando leyendas urbanas, el palacio no era de piedra, con lo que difícilmente se lo pudo llevar nadie piedra a piedra. El palacio era de ladrillo puro y duro chapado en algunas zonas y decorado en otras. En cuanto al interior, se intentó hacer una zona noble pero tanto al subir las escaleras hacia la zona privada como al bajarlas hacia las cocinas, toda la nobleza desaparecía; era austero, barato e incómodo. Esto no quiere decir que no haya opiniones para todos los gustos, diversos autores han descrito formalmente sus características arquitectónicas, deteniéndose en su peculiar estilo.

Capilla de Ntra. Sra. Lourdes

Destacaríamos su capilla dedicada a Nuestra Señora de Lourdes de la que tenemos imágenes gracias a la boda de Antonia Dupuy de Lome y el Conde de Berbedel en el año 1910 aunque después se celebraron más bodas en ella, como la de María Romrée Palacios en 1926 o la de Martínez Agulló en 1928.

Hemos tenido ocasión de consultar las cuentas de la condesa correspondientes a los meses de julio a diciembre de 1885, que coincide con el periodo de la probable finalización de la construcción.

Las anotaciones contables nos han permitido sacar a la luz algunos datos inéditos, como son la participación en los trabajos del palacio de los tallistas Cristóbal Fontelles y Luis Gargallo, del cantero Ramón Zarzo y del cerrajero Manuel Calvo. Así mismo podemos verificar la procedencia de algunos materiales, como las tejas para la cubierta de la torre de la empresa Novella y Garcés, o las de la cubierta del castillo de Román Lacofet.

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