Con unas elecciones municipales a la vuelta de la esquina, las asociaciones han exigido en el Día Mundial del Comercio Justo una València solidaria, que se apueste por el comercio justo y el consumo responsable teniendo en cuenta la realidad de los países empobrecidos. Que se pregunte de dónde viene el producto que se está comprando, si se respetaron los derechos laborales de quienes lo elaboraron (que sea igualitario y no se contrate a menores para su elaboración), o cuál ha sido su impacto ambiental.

Hace apenas un mes, València consiguió el título de Ciudad para el Comercio Justo (título que comparte con otras 2.174 ciudades de todo el mundo) y hoy, las entidades promotoras de la venta equitativa están de enhorabuena. Más de una docena de asociaciones, como Cáritas, La Tenda de Tot el Món, Oxfam Intermón, Petjades, Red Enclau, Green Peace, Servicio Jesuita al Migrante o Banca Armada (que recuerda cómo algunas entidades financieras financian directamente la industria armamentística), se han reunido alrededor de la plaza del Ayuntamiento para denostar que otra forma de consumo es posible. Que no por tener la etiqueta de comercio justo significa que el producto tendrá un precio desorbitado. Algunos incluso se sorprenden ante el puesto de Petjades.

Esta asociación exponía distintos elementos de bisutería realizada por artesanos kenyanos. Ante tal descripción era fácil creer que el precio del precio sería elevado. Nada más lejos de la realidad. Simplemente, explicaba la voluntaria de la asociación, se han eliminado los intermediarios. Y es que en muchas ocasiones es este el proceso que encarece el precio final del producto en contra del salario que recibió el productor por el mismo.

Esta situación, han denunciado los representantes de la Coordinadora Valenciana de ONGD (organizadora del evento) durante la lectura del manifiesto esta mañana, tiene un «origen muy concreto: un sistema económico cuya regla principal es la obtención del máximo beneficio económico, supeditando a esto los Derechos Humanos y del plante para el enriquecimiento de unos pocos». Es por ello que reconocieron que las «injusticias tienen que ser denunciadas y combatidas, porque la protección de los Derechos Humanos está por encima del interés económicos de las empresas». Todo ello sin perder el ambiente lúdico que genera esta cita celebrada ya por cuarto año consecutivo.

De hecho, mientras las asociaciones se disponían en círculo en el umbral de la plaza, el centro de la misma lo ocupaba una gran carpa (fue de utilidad: la lluvia intermitente no ha dado tregua en todo el día) en la que los murales de Elías Taño se entremezclaba con una ruleta que hace replantearse a los que allí acuden lo que supone vivir en «el norte» o «el sur» del globo terráqueo, al tiempo que advertía cómo estos últimos sufren el «saqueo» de los primeros. El objetivo, denunciaron en el comunicado, no era otro que «recordar a todas estas personas que ven sistemáticamente violados sus derechos sociales, económicos y laborales. Personas a las cuales el sistema condena a vivir en la pobreza y en la desigualdad más profunda y que sufren de primera mano los efectos del cambio climático del cual no son responsables».