Aunque tienen dos mil años de edad se conservan en algunos casos muy bien (quizá Melchor parecía este año más atacado por los achaques). Pero lo sorprendente es que están muy al tanto de lo que demanda la sociedad. Tanto es así, que podrían haber participado en una Cumbre del Clima o en cualquier simposio social para reclamar derechos para los más pequeños sin importarles el paso de los años. Gaspar, por ejemplo, apeló a que los niños deben ser los portadores no sólo de la alegría y el amor, tan característico de esta ciudad, sino de «valores como la solidatidad, la igualdad y la tolerancia». Y más: «debéis cuidar el medio ambiente porque vuestra casa y todo lo que nos rodean consigan hacer una València más grande, más ecológica y sotenible».

Melchor tambien, porque a quien puso en vereda fue a los padres: «Les pedimos que dejen un mundo mejor a los niños el día de mañana». Y a Donald Trump no le haría mucha gracia: «le pedimos a los políticos que lo hagan posible».

Baltasar, aunque es el rey verde por definición (ese es su color corporativo), fue más pragmático y arrancó los aplausos de los progenitores cuando le recordó a los peques (en castellano, pues siempre se le ha resistido el valenciano) que «ayuden a los padres en las tareas de casa. Y que os vayais pronto a dormir».

Y después un castillo de fuegos artificiales y «mappings» en la fachada del ayuntamiento que remató, aquí con un rugido de glamor general, la Cabalgata de Reyes 2020. Un desfile que podría celebrarse en un sambódromo y no habría calvas en la grada. No es malo reconciliarse con la magia de vez en cuanto y no escuchar las voces cenizas que lo ponen en duda. Las calles del recorrido estaban abarrotadas. O quizá abarrotadas sea poco.

El ayuntamiento hizo ayer una estimación por filas y kilómetros de recorrido, más la multitud que fue a recibirles en el puerto, para lanzar la cifra de 115.000 personas en la ciudad moviéndose al son de los Reyes. A lo que habría que añadir las innumerables cabalgatas y recepciones que, en un alarde de ubicuidad, desarrollaron en numerosos barrios de la ciudad. Un milagro navideño.

Climax por los balones

No hay que engañarse: la cabalgata tiene partes muy marcadas., pero no se hace pesada. Los ballets iniciales se digieren bien porque es el inicio. Luego, y es de agradecer, las carrozas comerciales pasan con celeridad. Es el clímax para los niños, porque suelen ser generosos en el lanzamiento de glucosa, por mucho tuneado ecologista que lleven los participantes, que lo llevan. Luego, con Levante UD y el Valencia CF y ya es el acabóse a la caza de los baloncitos.

«Ja estàn ací». Al final, el sonsonete acabará por hacerse familiar. Para los que acuden a la plaza a ver el desfile (o hasta para los que preferen seguir patinando en el hielo), la animación desde el balcón está muy bien. Es justo reconocerlo. Los Pop's Corn no pararon ni un minuto y mantuvieron divertido al personal.

La cabalgata de València ha creado un particular reparto de personajes. Un malcarado minero que prepara el carbón; una dulce hada de los caramelos (que habría que acompañar del elfo de la higiene bucal), la mensajera que recoge las cartas, el ángel que sobrevuela a metros de altura... y, sí: Herodes (este año destacaba poco en su cuádriga) y la sagrada familia, con San José aplicándose en sostener al bebé, ahora que tiene más semanas de permiso de paternidad. Después llegaron los Reyes y una cola interminable para verles de cerca unos segundos.

Conflicto con las sillas

A corregir: la fórmula para que la venta de sillas (se saca en concesión a una empresa) no acabe con conflictos de orden público. Ayer, hasta la Policía Local tuvo que intervenir por la disputa sobre si unos asientos estaban o no ocupados.