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Alarma

La ruina y el abandono amenazan la barraca más antigua de El Palmar

El inmueble, con más de 200 años de historia, pertenece a unos empresarios que querían convertirlo en restaurante

La ruina y el abandono amenazan la barraca más antigua de El Palmar

La barraca más antigua de El Palmar, «La Barraca del Tío Aranda» o la «Barraca dels Arandes» -fechada de principios del siglo XIX- encendió las alarmas de los vecinos tras el paso de la tormenta Gloria porque su estado es cada vez más angustioso: en ruinas y abandonada.

Su bicentenaria estructura, la única que conserva su formato original, está a punto de caer. Esta joya de la arquitectura popular valenciana, situada a escasos metros de los arrozales, no supera el metro y medio de altura en su triangular esqueleto y sus paredes están hechas de esa fusión entre barro y cemento llamada adobe que se hace fuerte al paso del tiempo y que ha vencido a cantidad de lluvias y soles abrasadores. Asimismo, el techo, donde ahora se vislumbran varios boquetes, está formado por unas bigas de madera sobre la que se extiende una capa de cañas largas que llega hasta el suelo y sobre la que se fija un material vegetal que la cubre llamado borró. Ese peinado de la cubierta y esos acabados de los bordes que devolvían la mirada al pasado más auténtico y llenaba la memoria de los turistas de un testimonio gráfico de la Albufera están tan deteriorados que ya casi no se aprecian. Un seto lateral también languidece prácticamente sin vida desde que los últimas borrascas volcaron sobre él la cañiza que se desprendió del techo.

Dentro del inmueble, cuyo armazón está apuntalado según los vecinos, tenía el suelo de barro prensado, conservaba cuatro cuartos, un aguamanil con una bomba que dotaba de agua a la cocina de cerámica -no había grifo- y tenía una chimenea que ahora está apunto de derrumbarse porque la parte superior se hunde sobre sí misma como si la barraca quisiera engullir su propia historia ante la dejadez que sufre a pesar de ser un Bien de Relevancia Local dentro del Área de Etnología.

«Cada vez que veo el estado de la barraca me pongo a llorar porque mi vida forma parte de ella» relata emocionada, sin perder detalle de la historia, María Aranda Roig, de 77 años. El apellido Aranda traduce la huella de que su vida ha estado ligada a esta barraca, tanto es así que nació en ella porque su padre, Antonio Aranda García, fue el antiguo propietario y su abuelo materno, Vicent El Piu, fue el que compró los terrenos y los materiales para construirla cuando se casó.

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Deterioro de la barraca más antigua de El Palmar

«Nosotros la hemos cuidado mucho hasta tal punto de que la hemos encalado más de 40 veces, la hemos dejado como los chorros del oro y la queríamos conservar porque tiene 200 años y su historia no se puede perder». En ese sentido, Aranda también argumenta que «hemos sido una familia muy humilde pero dentro de la barraca hemos vivido como millonarios porque estábamos muy a gusto. En invierno conservaba muy bien el calor que desprendían los troncos de la chimenea y en verano abríamos todas puertas y nos refrescábamos con la brisa que entraba de los humedales».

En ese sentido, nadie ha descrito mejor la degradación de una barraca como Vicente Blasco Ibáñez en los primeros capítulos de La Barraca (1898): «Sobre la hermosa vega se alzaba la barraca o, más bien dicho, caía, con su montera de paja despanzurrada, enseñando por las aberturas que agujerearon el viento y la lluvia su carcomido costillaje de madera. Las paredes, arañadas por las aguas, mostraban sus adobes de barro crudo, sin más que unas ligerísimas manchas blancas que delataban el antiguo enjalbegado. (...) Aquella ruina apenaba el ánimo, oprimía el corazón. Parecía que del casuco abandonado fuesen a salir fantasmas en cuanto cerrase la noche; que de su interior iban a partir gritos de personas asesinadas; que toda aquella maleza era un sudario ocultando debajo de él centenares de cadáveres», contó el escritor valenciano haciendo una foto de un edificio que bien puede encajar en la barraca de los Aranda.

Ahora, la compra de «La Barraca del Tío Aranda» por parte de unos empresarios le ha hecho perder el norte de su porvenir y solo trata de sobrevivir. La hija del antigua propietaria, Mari Carmen Aleixandre, explica que ellos la vendieron en 2018 a «unas personas que querían hacer un restaurante pero se encontraron con el problema de que en ese terreno no se puede edificar otra cosa que no sea una barraca. Por lo tanto, creemos que el problema principal es que los nuevos compradores no pueden hacer una cocina dentro», concluyó.

Finalmente, los vecinos de este símbolo cuentan que no se atreven a aparcar sus vehículos alrededor de él por «miedo» a que se derrumbe en cualquier momento: «Es patrimonio nuestro y su estado es muy triste. Esta barraca está en todo el mundo porque todos los turistas que vienen se fotografían junto a ella a pesar de que nunca ha sido visitable».

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