El cólera mató en la ciudad de Valencia en el siglo XIX, que fue el siglo del cólera, a miles de personas. En 1834, murieron 5.427; en 1854 se sumaron 2.073; en 1865 fueron 4.027 y en 1885 ascendieron a 5.000. Hubo tres epidemias más menos virulentas, no con tanta mortandad. Veamos sucintamente lo que pasó en 1854.

El peso de la actuación para hacer frente a la epidemia del cólera morbo asiático que sufrió la ciudad de Valencia en 1854 recayó sobre el Ayuntamiento que impulsó y coordinó todos los efectivos humanos, medios materiales y económicos disponibles, tarea para la que ya se había preparado con anterioridad al constituir en 1849 una Junta de Salubridad Municipal especializada en cólera. Estaban avisados. Veinte años antes había tenido una primera oleada de cólera muy fuerte. En la comisión estaban, entre otros, Juan Bautista Peset y el historiador y cronista de la ciudad, Vicente Boix, y sociedades como la Academia Nacional de Medicina y Cirugía, el Instituto Médico Valenciano, Sanidad militar y el Hospital Militar Provisional de Coléricos.

El Ayuntamiento de Valencia, nada más tener noticia de que el cólera morbo estaba arribando a los puertos mediterráneos, pensó en que era muy posible que el virus alcanzara la ciudad y comenzó a organizarse a partir de los consejos de expertos sanitarios y a hacer acopio de elementos y previsión de instalaciones que previsiblemente serían necesarios en la lucha contra la epidemia.

Entre las medidas tomadas contra la invasión y propagación del cólera morbo asiático se estableció como primera profilaxis, “necesaria a indispensable… dar alimentos a los menesterosos”. Lo cual se hizo “con la eficacísima cooperación de la grande Asociación de nuestra señora de los Desamparados”, que se ofreció espontáneamente y durante la epidemia repartió 11.000 raciones cada día”. Este objetivo fue considerado según una memoria municipal redactada al final de la misma como una de las propuestas “más difíciles y de las más influyentes en el desarrollo de todas, pero en especial de esta mortífera epidemia”.

El segundo objetivo pretendido fue “evitar la imprudente comunicación de las personas y procedencia de las ciudades y puntos ya infestados de la pestilencia”, adoptándose medidas y controles tendentes a evitar la difusión del cólera, tanto dentro de la ciudad como en los puntos de llegada de gentes de fuera.

La tercera propuesta fue “preparar y acopiar cuanto era necesario y conveniente para que en el día terrible de la comparecencia del mal, ni el atacado quedase sin socorro ni ausilio, ni el público se apercibiese del peligro que tenía ya sobre sus cabezas”. Querían actuar con discreción para que no cundiera el pánico general. De esta manera mandaron que ningún cadáver fuera sacado de las casas antes de las once de la noche, ni después de haber amanecido. Ni que ninguno fuese sepultado, sino después de permanecer 24 horas en observación en el depósito para librar a los demás del horroroso espectáculo” de ver los muertos por cólera. En esta tarea colaboró “la empresa de carros fúnebres, que dio pruebas de una puntualidad recomendable y generosidad, pues no negociaba con las desgracias”. Una sección de penados hacía los enterramientos, por orden del gobernador civil.

Primeros casos en el Carmen

Los primeros casos de cólera en Valencia fueron detectados el 18 de agosto de 1854 cuando una familia de Alicante llegó a la capital. La primera víctima, una niña de dos años y medio de dicha familia. Luego morirían dos niños más, estos pertenecientes a familias de la calle Corredores, en el barrio del Carmen, que habitaban hacinadas en viviendas insalubres. A raíz de esta experiencia se dispuso el método de intervención consistente en “destruir el foco, disminuir el número de habitantes, mejorar las condiciones de las casas y extinguir la podredumbre y fetidez que el hacinamiento de las personas” causaba. En este caso, las personas sobrevivientes y enfermas fueron llevadas al huerto de san Pablo donde quedaron alojadas y se curaron, corriendo los gastos “a espensas del ayuntamiento, en diez días volvían a sus casas mientras se había ventilado, fumigado y blanqueado los domicilios”.

Ya desde aquí se extendió la epidemia por toda la ciudad, “por las escursiones irreflexivas de algunos ciudadanos que propagaron el mal la calamidad sanitaria se había hecho ya general en toda la población, velocísimo crecimiento del cólera morbo de la India”.

Curiosamente, en los lugares de gran concentración de personas como la Casa Misericordia, la Beneficencia, las cárceles, los conventos, los cuarteles… no hubo muchos afectados. En el acuartelamiento de la Brigada Montada de Artillería hubo un brote y se habilitó la Universidad Literaria como hospital para su tropa. Se habilitaron dos hospitales para coléricos en el colegio san Pablo de la calle En Bou y en el cuartel del Refugio.

De aquellos meses aciagos, segunda mitad del siglo XIX, el Ayuntamiento dejó constancia de su actividad y lo ocurrido, de los trabajos a pie de calle del alcalde y los alcaldes de barrio que acudían a todos los casos y casas afectadas, en una memoria escrita, uno de cuyos capítulos tituló “Historia filosófica médica del cólera morbo asiático durante su permanencia en esta ciudad en el año 1854”, en la que destacaba que hubo “abundancia de subsistencias, estinción pronta de los focos del mal, confianza del pueblo en el celo de las autoridades y observancia de las reglas de higiene por parte de los vecinos”.

También se reconocía y agradecía en dicho memorándum la labor de las Hijas de la Caridad de san Vicente de Paúl, el Real Colegio de Niños Huérfanos de san Vicente Ferrer, la Gran Asociación de Nuestra Señora de los Desamparados, los médicos y enfermeras, voluntarios,… que tanto trabajaron para atajar la epidemia, que ocasionaba la “inflamación especial, profunda y estensa del tubo intestinal” y contra la que había poco que hacer excepto en los casos de las personas que estaban de alguna manera inmunizadas en su naturaleza. En el cementerio municipal se levantó un monumento a los fallecidos por cólera.