Dos horas largas de espera para ver a la Virgen

Los fieles acuden en masa al Besamanos para completar el ciclo mariano de 2024

Pasión por la Virgen en el mediodía del Besamanos

Germán Caballero

Moisés Domínguez

Moisés Domínguez

Si el Besamanos no fuera un acto dinámico, en el que el público fluye, y se reunieran a la vez la totalidad de asistentes, habría que reconocerle a este acto mariano su indudable poder de convocatoria. Objetivamente, tan participativo o más que el Traslado. Es, por ello, un acto social de primer orden. Un acto que, como todos los de este tipo, es siempre el mismo en la forma, aunque pueda cambiar en el fondo. Pasan los años y los motivos para la visita son diferentes: por uno mismo o por un ser querido.

Hay dos clásicos: las personas mayores para hacer una nueva visita y los bebés para ser "presentados" -aunque la presentación de niños es habitual en el programa de la Basílica, ésta es más emotiva-. Y después ya son las visitas para recordar al ser querido que no está, al que esté enfermo o, simplemente, por uno mismo. 

"What is this?"

El acto se tiene que adaptar a nuevos modos y modas que fluyen a su alrededor. Porque aunque el Besamanos es un ritual relativamente reciente, la sociedad evoluciona. Y un Besamanos de 2024 es el del "¿Esto qué es?" o del "What is this?". Porque las multitudes que hacían cola se juntaban en la plaza de la Virgen con los turistas, no hace tanto tiempo mucho menos numerosos. Y aunque sea un míercoles casi rutinario, los visitantes foráneos plano en mano son un goteo imparable. Y dentro del recorrido básico de la ciudad, la plaza es un lugar de visita obligada. Pero esta vez no hay ni artistas callejeros ni el Tribunal de les Aigües, ni cualquier otro tipo de tipo popular habitual. Entre los de casa se le acompaña de alguna interjección: "¡Ay, claro! Que es el Besamanos".

Lo que hay esta vez es una serie de vallas amarillas en zig zag con un público siempre dinámico. Que, por ejemplo, tuvo que aguantar dos horas y cuarto, aproximadamente, en el turno de mediodía. Entre dos y dos y media. Afortunadamente, para la causa, la meteorología echó una mano, siendo una matinal de "calor moderado". Otras veces -y esto seguirá pasando mientras no se desbloquee el eterno problema del toldo- la espera era una penitencia que el público, con muchas personas mayores, no debían sufrir. 

Besos masivos

En el interior, el ritual es el previsible. Y nadie está dos horas y cuarto por una impostura. El Besamanos vuelve a ser eso: besar la mano. Hubo un momento , con la pandemia, que se presentó como oportunidad para evitar esta fórmula -por otra parte, de más que dudosa higiene-, pero el Pase Reverencial ha perdido terreno. Es verdad que algunas personas lo mantienen, y que otros simplemente tocan la mano o el manto, pero la gran mayoría opta por la fórmula de toda la vida. Mientras pasan por el manto todo tipo de recuerdos y relicarios. Las hay que vienen con los encargos. Fácilmente detectables cuando alguien pasa por el manto o por la talla una baraja de estampas. Una vez santificadas por el tacto, irán a parar a los diferentes amigos y familiares. 

Y ahora, las cámaras

Y como los tiempos van cambiando, los Seguidores de la Virgen tienen que controlar también que el pase no se eternice. Y para eso se añade un elemento que no entiende de edades: el teléfono con cámara. Ahora no basta con rezar, santiguarse, tocar y restregar por el manto la estampa o el rosario. Todo esto ha de completarse con la inmortalización del momento. Y la cola debe avanzar. La organización dice que pasarían entre 35.000 y 40.000 personas.

Las puertas se han abierto antes de lo previsto: a las seis y media. Lo que permitió a las madrugadoras de todos los años terminar antes su particular y buscada penitencia. Las ya clásicas Marisa Rosa, Concha Rebollar y Rosa Ferris, junto con Juan Pons, a quienes este año se sumaron Sole Cano y Sara Louis como las primeras dispuestas a vivir su particular "madrugà" antes de pasar ante la imagen, aunque algunas de ellas anunciaban que volverían luego por la tarde. 

Un manto anónimo

Ahí estaba la imagen esperando. Luciendo en esta ocasión un manto que, como siempre, es de estreno. "Es de una de las componentes de la corte de honor". Es una donación que ha de pasar por el control de calidad de la camarera, María Dolores Alfonso. "Cuando es alguien de la corte, lo normal es que lo consideremos una donación anónima". Un lino en gris y oro, elaborado por Pedro Arrúe, que después pasará a formar parte de los fondos del Museo Mariano. De un tiempo a esta parte no se acepta cualquier manto porque se vería venir un exceso de donaciones. Tienen que pasar por un control de calidad y solo entonces es cuando se facilitan los patronajes. 

Y pasaban las horas y pasaban los fieles. En la plaza, con su parte de teatrillo. Porque junto con los puestos de las entidades marianas que intentan recaudar fondos euro a euro (Seguidores, Maides, Escolanía...), estaba el puesto de venta de monedas, los loteros y hasta el torero ambulante -de rojo y tergal-, repartidores de propaganda y más y más turistas. Con el goteo de personas que continuará hasta que lo haga el último. "Es un buen plan acudir después de cenar, porque la temperatura será buena" reconocía la camarera, que se iba haciendo cargo de que, quizá la Virgen esté esperando a sus fieles "hasta las dos de la madrugada".