Vicent y María Dolores se han acostumbrado a vivir en precario. Desde hace siete meses, viven en un campo de naranjos abandonado que pertenece a su familia. Pero su pobreza viene de atrás. Arranca hace ya casi cinco años, cuando el padre de la familia se queda sin empleo. Pasan los días, se suceden las entrevistas de trabajo; y los fracasos. "Cuando pasas de 45 años, todo son problemas", lamenta Vicent. Comienza la desesperanza. Y, al mismo tiempo, llegan los problemas.

La falta de un jornal hace que este carcagentino de 53 años, técnico industrial, no pueda dar de comer a su familia. La asistenta social acusa a Vicent de maltrato por no alimentar a sus hijos y quita a los padres la custodia de los menores, un chaval de 10 años y que sufre trastornos de espectro autista y una niña de 5 años, que son acogidos por sus familiares. También las hermanas de Vicent albergan en su casa a sus otros tres hijos mayores de edad (la mayor, de 22, discapacitada, y otros dos más jóvenes). La madre de Mª Dolores paga durante un año las letras de la hipoteca de su casa de Alzira, comprada justo antes de que Vicent perdiera su empleo. Pasado ese tiempo, las cuotas se quedan sin pagar y, al poco, llega el aviso de desahucio. "No hemos acudido a nadie en busca de ayuda", reconoce Vicent. "En ningún momento el banco nos ha dado facilidades para conservar la casa. Cuando la jueza dijo fuera, fuera", relata.

La separación, lo más duro

Estremece el sosiego con que la pareja cuenta su drama. Aunque, a veces, los ojos de María Dolores, de 39 años, se enrojecen. Es cuando habla de sus hijos: "Al pequeño lo vemos todos los días. Estudia en el Carmen Picó [un centro de educación especial de Alzira], y vamos a visitarlo por las tardes". La niña, sin embargo, vive en Piles, en casa de una hermana de Vicent, y la ven más de tarde en tarde.

"Fue muy duro al principio", comenta. Cuando abandonaron su casa en abril, pasaron un mes en el coche. "No nos gustaba estar aparcados en Alzira, así que nos vinimos aquí", añade. Pidieron permiso a la madre de Vicent y aparcaron su viejo coche, ahora inutilizado, en el campo de naranjos, que la familia ha abandonado.

Al tiempo, un vecino les regaló una vieja tienda de campaña que ellos arreglaron y en la que ahora duermen. Otro hombre de Carcaixent les vio y les entregó una nevera portátil que Vicent gasta para guardar la insulina. "Soy diabético y me tengo que pinchar 4 veces al día", explica. Su hermana le da cada día botellas con agua congelada para que pueda mantener el medicamento. Esa agua la gastan, luego, para beber. Para lavar y ducharse emplean agua de las acequias y cocinan la comida que les facilita la familia y algún vecino en un improvisado hogar hecho con bloques de hormigón y que encienden con la leña seca del campo.

No temen ataques de alimañas o intrusos. "Nos preocupan las zorras que vienen a buscar a los gatitos, por eso los encerramos por la noche", dicen. Sus gatas y su perra marcharon con ellos tras el desahucio. Una de las mininas acaba de parir una nutrida camada. "Estábamos acostumbrados a ver la tele y aquí no tenemos nada. De vez en cuando oímos la radio del coche", dicen.

"A lo mejor, ya no estamos aquí"

Pero María Dolores sí tiene miedo de algo: del frío. Hasta ahora han tenido que soportar lluvias ("encerrados todos el día en el coche") y el calor estival. Pero el frío intenso del invierno bajo una lona raída... Vicent la consuela: "Para entonces igual ya no estamos aquí", augura.

Trabas administrativas para un piso social

Abandonaron su casa de Alzira en abril tras la orden de desahucio. Tres años antes, con Vicent ya en el paro y Dolores en casa con los hijos, pidieron al ayuntamiento un piso social. No hubo respuesta. Ahora, instalados en el campo de naranjos de Carcaixent, han pedido ayuda a los Servicios Sociales de allí pero han de estar empadronados dos años. La pareja se ha censado en un domicilio en ruinas de un familiar y confía en lograr una ayuda para el alquiler en invierno que solo cubrirá tres meses. La única esperanza es que reconozcan a Vicent una incapacidad por su diabetes, con la que accederían a una pensión y la posibilidad de un trabajo en un centro de discapacitados.