Su aspecto no es vistoso, sino más bien tosco, rugoso, irregular. Su aroma, intenso, retrotrae a los casinos de pueblo, a las partidas de truc y a los trinquets de pilota. Los puros caliqueños forman parte de la identidad colectiva de los vecinos de la Canal de Navarrés, comarca en la que se ha forjado buena parte de su fama y que se mantiene como principal productora.

Antonio Ferrer, empresario afincado en Bolbaite, conoce como nadie los entresijos de un mercado en el que circula más mercancía clandestina que legal. Desde hace 40 años, Ferrer está ligado al negocio de los puros y hoy dirige una de las tres fábricas de producción que sobreviven en España. Cuando la creó, hace una década, competía con otras seis industrias, la mayoría de las cuales ha bajado ya la persiana. El sector ha cambiado mucho en este tiempo. Las leyes son más restrictivas y el consumo ha caído. El gerente estima en un 40% el descenso de las ventas, una circunstancia ha forzado a Tabacos el Corsario, SL, a prescindir de la mitad de su plantilla. Pero el empresario está acostumbrado a luchar ante las adversidades. Tras "mucho pelear", la mercantil lanzará sus productos al extranjero por primera vez en breve. Andorra y Rusia son los destinos fijados para las primeras remesas. Exportar o morir: esa es la consigna. La producción de la firma al año se sitúa en torno a los 1,5 millones de puros, el 90% distribuida por la cuenca del mediterráneo: Barcelona, Valencia, Murcia y Baleares son los cuatro destinos. En el resto de España los caliqueños no tienen aún tanto tirón. El mercado negro es uno de los peores enemigos. La crisis está llevando cada vez a más desempleados a volver a plantar tabaco en campos abandonados. No extraña: se tratar de un cultivo de gestión económica que, como desde hace décadas, sigue constituyendo una fuentes de ingresos para muchas familias.Aunque a Ferrer no le gusta la palabra,el empresario admite que el 'contrabando' "está yendo a más" y hace mucho daño al negocio regularizado, vendiendo a mitad de precio un producto similar. Él, procedente de una familia tradicionalmente dedicada al puro, también comenzó en talleres clandestinos, hasta que la liberalización del sector le impulsó a crear su propia empresa. "Hace diez años me llamaron para entrar a trabajar a una fábrica de puros como empleado. Vi como funcionaba aquello y me dije: esto lo monto yo en dos días". Y así fue. La firma es en la actualidad la principal distribuidora de caliqueños, tras superar incontables barreras. La primera: la licencia de apertura. Tardó dos años en conseguirla, una vez completada la maraña de documentos y trámites. Una vez constituido, el negocio creció como la espuma y, desafiando a la crisis, la empresa amplió sus instalaciones para trasladarse de una nave pequeña de 150 metros cuadrados a otra de 1.320 m2, hace sólo dos años. A continuación, han llegado muchos más "obstáculos", como son las constantes subidas de impuestos, las trabas administrativas que van a más, las inspecciones o el aumento de las retenciones impositivas. Contra viento y marea, la firma capea el temporal como puede. El empresario Antonio Ferrer tiene claro que la única salida para mantenerse con vida en un mercado cuyo futuro pinta tan oscuro es la exportación. Los envíos a Andorra y Rusia se miran con optimismo: son la gran esperanza para crecer en tiempos de vacas flacas.

Los que se dedican a la fabricación de puros, se sienten abandonados. La fábrica del Corsario no puede colocar ningún rótulo publicitario en su entrada, la ley lo prohíbe, y las instalaciones bien podrían pasar por una nave sin sactividad. También tiene prohibido funcionar como un punto de venta directa al público, lo que, como lamenta su gerente, permitiría ofrecer los puros a un precio más bajo.

Un trabajo artesanal

En pocos meses, la Guardia Civil ha interceptado varios cargamentos y miles de puros de contrabando en poblaciones como Anna o Canals. Son son sólo la cabeza visible de una actividad que en los municipios de la Canal se vive como una costumbre que reside en un buen número de hogares. Tanto en fábrica como en casa, el proceso de elaboración es artesanal, casi calcado. "Sólo se usa una herramienta: las tijeras", precisa Ferrer. De ahí también que el precio del caliqueño sea ligeramente más elevado que los puros mecanizados, de los 15 céntimos por unidad de éstos últimos a los 50 del manual. Pasados dos siglos desde su introducción en la huerta valenciana, los canaleños siguen despertando pasiones. La trompeta, el pato de elefante, el puro del labrador humilde, de aspecto descuidado pero con un sabor que lo diferencia del resto, sigue cotizando al alza.