El Barranc de l’Infern se ha ganado a pulso su leyenda negra. Los primeros en explorarlo, en mayo de 1968, fueron seis integrantes del Centre Excursionista d’Alcoi. La siguiente expedición venía detrás. Eran cinco espeleólogos del grupo de rescate del mismo centro excursionista. Acudieron a auxiliar a los montañeros. Ese barranco hasta entonces desconocido se los había tragado. Así, la primera incursión en este angosto desfiladero ya obligó a organizar el primer rescate. El peligro es un eco que retumba en las paredes de roca caliza del Barranc de l’Infern.

Aquellos seis pioneros llegaron a pensar que no salían del barranco. Se les hizo de noche y se desató una tormenta. Tras 12 horas llegaron a a la Cova Santa, que es donde se abre el cañón y termina la angustia. Uno de ellos, Roberto Segura, dejó por escrito un estremecedor relato. «Anduvimos, nadamos y, en ocasio­nes, aseguraría, rezamos.» Segura describe la ruta como «infernal». «La estrechez del lugar y su profun­didad nos tenían atrapados, sin po­sible salida». Dice que enseguida renunciaron a escalar «los verticales murallones que nos aprisio­naban». Además, empezó a llover y temieron «ser arrollados por un to­rrente cada vez más inminente». Estos montañeros acamparon nada más escapar del barranco y, al amanecer, reanudaron la ruta hasta el pueblo de Campell (la Vall de Laguar). Allí les alcanzó el grupo de rescate.

Esa experiencia iniciática de ha­ce 44 años no dista mucho de otra bien reciente. «Las cascadas y las pozas nos hacían disfrutar de lo lindo hasta que el fatal accidente de un barranquista que iba delante de nosotros nos minó y condicionó para el resto del día. Antes de llegar a las marmitas finales nos encontramos con otro grupo bloqueado en el último tramo del cañón. Por se­ñas, ya que el estruendo del agua no nos permitía oírlos, entendimos que no siguiéramos y que avisá­ramos a los equipos de rescate. Más tarde supimos que los pasama­nos y la cadena habían sido destro­zados por la crecida y fuerza del torrente».

Este testimonio se puede leer en la web de la Asociación de Senderistas y Aventureros Er Dátil. El pasado 16 de noviembre, siete de sus miembros quedaron atrapados en el Barranc de l’Infern. Otros 15 barranquistas también cayeron en la trampa del barranco. Uno de ellos, un vecino de Ondara de 46 años, murió ahogado en una de las pozas.

En este cañón, en un segundo la diversión se torna en tragedia. Ni siquie­ra los barranquistas y escaladores expertos pueden confiarse. Pe­ro su atractivo es indudable. El riesgo atrapa. Además, está considerado como uno de los barrancos más espectaculares y bellos del Me­diterráneo.

El tramo deportivo del Barranc de l’Infern tiene 945 metros y se baja un desnivel de casi 75 metros. Cuando está seco no entraña, según barranquistas expertos, gran dificultad. Eso sí, hay caídas que obligan a descolgarse con cuerdas. El rápel más complicado, en la Codolla Gran, es de algo más de 8 metros, pero el último, el del Pou de l’Escala, alcanza los 12 metros. Es imprescin­dible una cuerda como mínimo de 20 metros para completar todo el descenso.

Lo peor de esta garganta es que no hay vuelta atrás. En el tramo en el que se hace más profunda y enca­jonada, donde las paredes calizas forman un pasillo de apenas metro y medio, no hay escapatoria posible. La única salida es acabar.

Quienes lo conocen palmo a pal­mo advierten de que el barranco es otro cuando llueve, ya que el agua se encañona y puede arrastrar a los barranquistas. Río arriba (es el Girona) la cuenca de absorción es grande. Además, el caudal nada te­mible que los montañeros pueden encontrar en l’Asgolador (la entrada del barranco) es un torrente violento en los tramos más angostos. Si el río crece de forma súbita, es imposible resguardarse. Más de un montañero se ha dejado la vida intentando trepar por las pulidas y muy resbaladizas paredes calcáreas.

El barranco tiene instalados anclajes químicos y pasamanos que ayudan a vadear las marmitas residuales. Pero no hay que fiarse. Es obligado dejar una cuerda de emergencia para poder salir de las pozas trampa.

En la última marmita, la del Pou de l’Escala, existe un túnel que, cuando la garganta está seca, se pasa sin más. Pero, con caudal, se forma un sifón. Hay instalada una cadena para escalar y evitarlo. Pero en el último rescate la corriente ha­bía tirado la cadena al otro lado y los barranquistas no la podían alcanzar. El grupo que iba delante, de cinco montañeros, quedó bloquea­do y tras ellos todos los demás.

Esta garganta sólo es apta para ba­rranquistas experimentados. El tiempo que se tarda en bajarla depende mucho de la pericia del grupo. Varía entre las dos horas y las cinco si el barranco no lleva agua. Pero con caudal todo se complica y se pueden invertir entre cuatro y diez horas.

Pese a sus trampas y peligros, el Barranc de l’Infern atrae, atrapa. Ha­ce 44 años, el pionero Roberto Segura anticipaba la sensación que luego han experimentado otros mu­chos montañeros: «Atrás quedan los espíritus ululando en el fondo del barranco, testigos mudos de nuestras penalidades, de nuestro miedo, de nuestro ánimo. Les consta que el hombre ha vencido a este rebelde, tortuoso y maravilloso Barranc de l’Infern».

Un desfiladero vivo y cambiante con tramos en eterna penumbra

Todos los montañeros que se han adentrado en el Barranc de l’Infern aseguran que la experiencia es única. Los barranquistas expertos no dudan en destacar este cañón como uno de los más sorprendentes del Mediterráneo. Después de un episodio de lluvias es fácil encontrar en el fondo del barranco a una veintena de montañeros. Enfundados en sus trajes de neopreno y equipados con cuerdas, se enfrentan a un cañón que no perdona descuidos ni temeridades. En este último año, los bomberos y especialistas de la Guardia Civil ya han tenido que realizar dos complejos rescates. La factura, que en el último sube a 13.000 euros a pagar entre 21 barranquistas, debería disuadir a muchos montañeros después de que la sucesión de accidentes no lo haya hecho.

El Barranc de l’Infern atrae por su increíble belleza. Su tramo más estrecho, de apenas metro y medio, está encajonado entre paredes de blanquecina piedra caliza de más de cien metros. Aquí no entra nunca la luz del sol. Cuando se alza la vista hasta parece que las paredes se tocan y cierran el barranco.

Quienes han descendido decenas de veces por esta garganta dicen que está viva y cambia continuamente. Las lluvias torrenciales, frecuentes en la cuenca del río Girona, remueven la grava, alteran la profundidad de las pozas y cada vez pulen más las paredes. La gota fría de octubre de 2007 transfiguró el barranco. Las intensísimas lluvias de hace unas semanas no llegaron a tanto, pero sí arrancaron algunos anclajes y pasamanos.

Al tramo deportivo del barranco se llega por la senda de la Font del Reinós, que forma parte del recorrido senderista del Barranc de l’Infern. Esa ruta (PRV-147), de 14 kilómetros y con 6.500 escalones de piedra, sí es asequible para montañeros menos curtidos. Está considerada como «la catedral del senderismo» y permite descubrir el espectacular y quebrado paisaje de esta sierra de la Vall de Laguar y la Vall d’Ebo sin el subidón de adrenalina que provoca el riesgo.