Para ser miércoles y diez de la noche, la plaza del ayuntamiento acogió a mucha más gente de la que cabría esperar. Que era muy poca en comparación a cualquier acto de la semana de fallas, por supuesto, pero tampoco era una fiesta en familia. Y los que allí acudieron vieron, lo que los árboles les permitieron contemplar. No es la plaza el mejor sitio para admirar los castillos «de pals», pero no se podía hacer otra cosa siendo el colofón a la recepción oficial. La pirotecnia Nadal-Martí dejó en el paisaje otra forma de jugar con los fuegos de artificio. Mariposas de la seda, pagodas, el Taj Majal o la Cruz de Malta se combinaban con las ruedas que ya se admiraron en la exaltación de la fallera mayor infantil de Valencia. Algunas carcasas de acompañamiento, un ritmo mucho menos frenético que castillos o «mascletades», pero sorprendente. Cuando en los andamios instalados se dibujó el remate de la secuencia, la barraca y la luna de Valencia, las exclamaciones de admiración se multiplicaron. Carcasas de ruido completaron un castillo que supone nuevamente un avance a la hora de recuperar disparos pirotécnicos de otro tiempo que, más allá del interés para los embajadores, busca hacerse un hueco en el panorama pirotécnico de la ciudad.