Alan Krueger, exjefe del consejo de asesores económicos de Barack Obama tiene una teoría: La economía de Estados Unidos puede explicarse en paralelo a la economía del rock and roll. Krueger conoce bien el asunto. Desde su despacho en la Universidad de Princeton, donde ejerce la docencia, ha estudiado la organización y el impacto del negocio de la música rock y pop. Ha denominado a su pasión, compartida con su colega Marie Conolly, «Rockonomics, la economía del rock and roll». «Esto es algo que realmente preocupa a Alan», dijo Obama cuando su asesor abandonó Washington para regresar a su antiguo puesto de trabajo.

La tesis principal de Krueger es que al igual que ha ocurrido con la economía y la sociedad en general, a lo largo de los últimos años la riqueza que genera la industria musical ha ido concentrándose en un puñado de artistas (el 1 %), mientras el restante 99 % o está perdiendo comba (la decadencia de la clase media) o directamente lucha a diario por sobrevivir en un mercado cada vez más complicado. Como en el resto de sectores, y al margen de las discográficas internacionales, podría decirse que hay verdaderas multinacionales del rock, empresas, pymes y micropymes. Madonna lidera es lista. El año pasado ganó 32 millones de euros netos gracias a su gira de conciertos, con la que facturó 305 millones de dólares brutos (alrededor de 228 millones de euros brutos), mientras que su nuevo álbum, comparativamente apenas le reportó 1,5 millones de dólares. En total, la reina del pop obtuvo un beneficio limpio gracias a su actividad musical de 34,6 millones de dólares, unos 26 millones de euros al cambio, según la revista especializada Billboard. Forbes eleva esa cifra de ganancias a 93 millones sumando sus otros negocios de ropa, perfumes o inversiones.

Las cifras de Madonna (la multinacional), paradójicamente, revelan la crisis que vive el sector de la música en España. La venta total de discos y DVD musicales tanto en formato físico como digital se desplomó en el conjunto del país un 12,4 % en los seis primeros meses del año 2013 y apenas alcanzó los 55,9 millones de euros, muy lejos de los beneficios de la intérprete de «material girl». Desde el año 2001, la venta de discos se ha derrumbado más de un 77 %.

La irrupción de las nuevas tecnologías tiene mucho que ver con esa larga recesión de la industrial musical. Sin embargo tampoco es que las nuevas plataformas de distribución (como son Spotify, Deezer, iTunes o Xbox Music) hayan compensado la crisis del formato físico. Sus ventas se elevaron en el primer semestre del año a 10,4 millones de euros, un aumento de 18,5 puntos, pero insuficiente como para compensar a los cd o los vinilos. Al contrario que en Estados Unidos, donde la industria digital ha crecido como la espuma, en España los consumidores aún no se han lanzado a comprar música en Internet. «Mientras tanto, el Gobierno hace dejación de funciones y sigue sin reaccionar frente al hecho de que España lidere todas las clasificaciones de piratería en el mundo occidental», denunció el pasado mes de julio el presidente de la Asociación de Productores de Música de España (Promusicae), Antonio Guisasola.

Esto no quiere decir todos los artistas españoles estén en la ruina. Ni mucho menos. Como señala Krueger para el caso de Estados Unidos, un selecto grupo puede presumir de mantener cifras muy notables. Adolfo Cabrales, «Fito», forma parte de ese reducido grupo que se ha hecho rico gracias a sus composiciones. Su sociedad Cascoporro SL, cerró el ejercicio de 2012 con 1,5 millones de beneficio neto, aunque en su caso las ganancias acumuladas de otros años invertidas en productos financieros fueron su principal fuente de ingresos, por encima del millón de euros. La cifra de negocio de Cascoporro al año pasado fue 974.000 euros.

Con el mercado de venta de discos hundido, la carretera y el escenario se han convertido en la tabla de salvación de los músicos españoles. Al igual que Madonna concentra en sus giras el grueso de sus beneficios, la música en directo es la principal fuente de ingresos de los artistas. Los tiempos en que los autores componían y se sentaban en el sillón a contar billetes tras una corta gira veraniega han terminado para la gran mayoría. Ahora toca hacer carretera y manta, toda vez que hasta los contratos discográficos escamotean a los grupos y bandas parte de los derechos editoriales que reciben de la SGAE.

Pero ganarse la vida pateando locales y plazas de pueblo se ha convertido también en una tarea complicada. A la competencia de los grupos amateur se ha sumado el callejón sin salida de los recortes. Los ayuntamientos, antaño verdaderos promotores de la música en directo, han reducido drásticamente su gasto en festejos. Los cachés están por los suelos, casi tanto como el número de actuaciones que una banda es capaz de generar al año.

Y para rematar la faena, el Gobierno elevó hace un año el IVA cultural del 8 % al 21 %. En apenas tres meses desde la aprobación del incremento fiscal (entre septiembre y diciembre), los ingresos de taquilla de espectáculos cayeron un 28,2 %, según un estudio elaborado por la Asociación de Promotores Musicales (APM) y Arte, que agrupa a representantes y directores.

Para los promotores de grandes giras y festivales internacionales el aumento del IVA es un problema porque se ven obligados a pagar menos a los artistas y muchos han dejado de seleccionar a España para sus giras. Pero quienes más sufren la nueva fiscalidad son las bandas medianas y pequeñas, cuyos ingresos por tocar en directo, ya de por sí menguados, se ven recortados drásticamente porque las salas pagan menos, mientras los usuarios se ve forzados a abonar más por comprar sus entradas.

Sin políticas de respaldo a la música por parte de las instituciones los más perjudicados son las clases medias y bajas del rock, que ven castigada la igualdad de oportunidades. Y como dice Alan Krueger, con este escenario, los nuevos Bob Dylan, Tom Petty o Bruce Springsteen no podrán nunca comprarse la guitarra para componer sus canciones. El resto del mundo nos las perderemos.