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Comunicación

El futuro de los periódicos

Imaginar cómo nos informaremos dentro de cincuenta años es un reto de ciencia ficción, sin embargo, hoy y ahora, durante los próximos años, es viable un modelo de prensa escrita sobre papel, combinada con lo digital

El futuro de los periódicos

La situación del escritor que tenía pánico al papel en blanco empeoró con la irrupción de la imprenta y las grandes tiradas. Desde aquel momento fundacional que nos legó Gutenberg nuevas cuestiones asaltaron al autor en la soledad de su proceso creativo: ¿quién me lee?, ¿cómo es él?, ¿cómo reacciona ante cada inflexión del texto?. Y sobretodo, la gran cuestión: ¿cuántos me leen?. Sí, la aparición de una audiencia modificó el proceso creativo, puso al autor en la tesitura de imaginar el perfil de sus lectores y adaptarse a él para gustarles, influirles, seducirlos.

Cinco siglos después todo ha cambiado, de repente: periodistas y escritores ya no quieren fantasear sobre el perfil de sus lectores, quieren conocer sus rostros y, sobretodo, en su vanidad, la de todo aquel que escribe, conquistar la recompensa inmediata por sus textos en twitter y facebook. Antes había centenares de miles de lectores potenciales y anónimos, de perfiles imaginados; hoy se vende el alma al diablo por un puñado de retuits y de likes. Es la adicción a la inminencia del retorno y a verle la cara al lector. Está cercano el tiempo en que se perderá el gusto de la novedad y se buscará la reconquista de los anónimos lectores perdidos. El periodista ha caído en la tentación de porfiar por ser el más ingenioso en la corta distancia, en el breve de facebook o en el límite de 140 letras del tuit. Y ha perdido muchas cosas por el camino.

Mientras todos prestan atención al pedigrí de tal o cual creador de opinión en función de su número de seguidores, se pierde de vista la fuerza enorme del papel, la potencialidad de su audiencia (de la que forman parte los targets más influyentes de la sociedad). Pensemos en la ingente cantidad de lectores que un periódico impreso necesita para ser viable. Si sigue saliendo al quiosco es porque los tiene, decenas, centenares de miles. Por eso sigue siendo crucial lo que en ellos se publica. Por eso sigue siendo rentable para quienes se publicitan.

Enfrente, percibidos como una amenaza, se alinean los periódicos digitales. Y sin embargo, ¿alguien puede afirmar que sean por el momento algo más que una inversión «por si acaso»?. ¿Alguien puede negar que la distancia de lectores entre prensa digital y en papel es aun abismal?. O, como mínimo, ¿quién duda que la cabecera de papel otorga el prestigio y la credibilidad que hace a estos medios también líderes en internet, a años luz de los que solo se publican en la red?.

La crisis ha condicionado el debate sobre el futuro de los diarios impresos hasta desenfocar la cuestión. Los empresarios y accionistas de la comunicación asisten perplejos al debate, sin saber por dónde tirar. Tampoco ven la luz unos periodistas atenazados por el temor a que una progresiva caída de las ventas les condene a un trabajo (aún más) precario para los medios digitales, que nadie sabe cómo hacer sostenibles.

Lo cierto es que, embrutecidos por el alud digital en que vivimos inmersos, a menudo perdemos de vista cuál había sido, de forma secular, una de las funciones esenciales de la prensa tradicional: el filtrado de información. Los periódicos, desde sus orígenes, practicaron la agenda-setting: con la cobertura que dedicaban a según qué temas estaban indicando a los lectores qué era importante y qué no. Hoy asistimos a un fenómeno curioso: esa entelequia llamada internet confecciona la agenda-setting para los periodistas que seleccionan los temas a publicar. Algunos ven positiva esta presunta «democratización» de la información, pero en realidad solo es una vulgarización del oficio periodístico: las virtudes profesionales han dejado de tener valor a la hora de filtrar la información, en detrimento del trending topic y lo viral. Vivimos un tiempo en que todo sucede demasiado aprisa y apenas hay reposo para la reflexión serena. Nos informamos en internet porque es más rápido que leer el periódico impreso. Sin embargo perdemos una cantidad ingente de tiempo filtrando y jerarquizando la información en línea, funciones que hasta hace nada eran responsabilidad de los periodistas. Una pura paradoja. Una sociedad peor informada, además, nunca es una sociedad más democrática.

Antes de la irrupción digital, el periodismo impreso ofrecía dos valores que hay que rescatar: el filtro de interés y de calidad (frente al marasmo de la red, como ya hemos comentado) y la credibilidad (alimentada, en gran medida, por la fidelidad de los lectores heredados de la era predigital). Si los responsables empresariales de la prensa escrita saben interpretar estas cuestiones, entenderán que no tiene sentido competir con los medios digitales en su terreno (la inmediatez) y con sus armas (lenguaje de teletipo, piezas breves, feedback, miscelánea de curiosidades, sucesos y humor€).

La más plausible es la apuesta por la calidad, la selección y la credibilidad: contar historias, recuperar el interés humano, ofrecer piezas de investigación, aportar proximidad, tener en nómina buenos y prestigiosos (más allá de followers) periodistas y analistas y explotar además todo aquello que en el apartado visual ofrece el papel: calidad de maquetación y diseño, de imágenes e infografías e incluso de impresión.

Los diarios impresos del futuro también deberán editar versiones digitales dinámicas y atractivas, con contenidos gratuitos (información pura y dura, todo aquello que se pueda encontrar gratis en cualquier otro rincón de la red, ofrecido con más criterio y calidad) y de pago: se debe cobrar por lo exclusivo, lo que mantendrá el caché del papel. Como ya sucede en otras sociedades occidentales, se generalizarán las subscripciones de web más papel, con opción diaria o de fin de semana, complementando calidad e inmediatez, reflexión y actualidad, información y entretenimiento.

En el alegato por el papel existe otra ventaja que sumar, cuasi antropológica: el desmedido uso de lo audiovisual es antinatura e insostenible, por cuestiones de salud. Superada la primera fase del estallido digital, todo apunta a que la información y el entretenimiento cultural volverán a transitar sendas de papel. La letra impresa tendrá un efecto oasis entre móviles, ordenadores y tabletas. Mails, mensajes, redes, información, películas, series, vídeos, música, compras€ pero también periódicos, revistas y libros, aunque sea como concesión a nuestro acervo cultural y como relax para ojos y espalda. Se trata de la recuperación, en realidad, de un placer que forma parte de nuestro imaginario.

Imaginar como nos informaremos o entretendremos dentro de 50 años es un reto para la ciencia ficción. Pero hoy, ahora, durante los próximos años, es viable un modelo de prensa escrita sobre papel, combinada con lo digital. Nuestras cabeceras tradicionales tienen la ocasión de aprovechar su prestigio y valor de mercado e incrementarlo; no dilapidarlo. Es probable que haya que abordar numerosas reformas, aun pendientes: reducir páginas, quitar paja y aportar una óptica valenciana a todas las secciones. No hay futuro en imprimir páginas con información y opinión de agencia. Sí que lo hay en destinar dinero a hacer periódicos próximos y de calidad, invirtiendo en recursos humanos. Un señor desde Madrid, Barcelona o Nueva York no va a explicarnos mejor, de per se, el mundo que nos envuelve. Para los valencianos este sería un cambio sustancial, pero en realidad, para muchos otros ciudadanos del mundo es ya el modelo que se va consolidando de la prensa escrita del futuro.

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