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Complicidades

El intangible prestigio

El prestigio literario representa un asunto muy serio, sobre todo cuando no se puede precisar en qué se basa. Cuanto más inconcreto sea, cuanto más nebuloso se presente ante la opinión del espectador, cuanto más espectral nos parezca, más prestigioso es el prestigio. A la hora de que el público acate la supuesta fama de un escritor, lo mejor que le puede ocurrir es que nadie lo haya leído, ni esté dispuesto a hacerlo en el futuro. El absoluto desconocimiento es el perfecto aliado de las mejores reputaciones.

No hay nada más hermoso, en las bases de un premio literario, que el hecho de leer en el punto número diez del tríptico editado por la Diputación: «El jurado estará compuesto por miembros de reconocido prestigio en el ámbito de la literatura». Así debe ser: de reconocido prestigio. Sin más información, sin explicaciones prolijas. Porque el prestigio, una vez adquirido, constituye una energía que no se destruye, a menos que se cometa la torpeza de querer justificarlo. Los escritores prestigiosos constituyen bienes de utilidad pública que no es necesario conocer, sino sólo citar algunas veces cuando la ocasión lo requiera. En las tertulias radiofónicas, en las cenas de amigos, en las admoniciones morales que dirigimos a nuestros hijos para enderezar su conducta, conviene saber manejar el nombre de tres o cuatro escritores de prestigio como argumento de autoridad. El prestigioso novelista colombiano Winston Wilfred Cardona escribió en cierta ocasión que si patatín que si patatán. Como se infiere de las tesis de la prestigiosa filósofa polaca Agnieszka Rimbombomenoskienski, bla, bla, bla. Por lo común, no hay nada que suscite mayor consenso entre los lectores españoles que la cita de un autor del que no se tiene la más mínima idea.

Contra el prestigioso escritor de culto casi nadie se atreve, porque representa un desprestigio intelectual poner en tela de juicio las verdades rigurosas de la tribu. En cualquier tradición que se precie, deben existir apellidos prestigiosos por convenio, más allá de toda prueba. Mejor si los artistas insobornables se muestran iracundos en sus declaraciones, atrabiliarios en sus análisis, malditos en su leyenda sentimental. Al consumidor le encantan los prototipos confusamente románticos, con su poco de vida turbulenta, con su pizca de oscuridad sanitaria. Unas gotas de perfume antipatriótico suelen resultar afrodisíacas para los historiadores del pensamiento crítico. Un cierto grado de ininteligibilidad ayuda en la adquisición de un aura interesante. Aunque la claridad es la cortesía de los filósofos, representa un obstáculo mayúsculo a la hora de obtener el halo de genio. Oscurécete lo suficiente -sin que la niebla se te vaya de las manos-, y échate a esperar que el prestigio te recubra con la capa del hechicero, ese artilugio que por obra de un encantamiento te vuelve más conocido cuanto menos conocimiento se tenga de ti. Parece una paradoja, pero en realidad se trata del funcionamiento del temperamento humano.

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