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Crónicas de la incultura

Los símbolos del cangrejo

De entre todos los signos del zodíaco siempre me ha fascinado Cáncer, un signo que mira hacia atrás. En realidad los horóscopos que pretenden vaticinar el futuro de las personas nacidas entre el 21 de junio y el 22 de julio se equivocan, no pueden dejar de equivocarse porque lo que deberían hacer es recordar el pasado de estas personas dominadas por el agua y por la luna, gente tierna, sensible e introvertida a la que le va el arte, la música y la literatura, es decir, la cultura. En realidad Cáncer es el verdadero signo zodiacal porque los seres humanos nos constituimos gracias a nuestros recuerdos, yo soy lo que las redes neuronales que se activan cada día cuando me despierto me dicen que he sido.

Lo malo es cuando de las personas pasamos a los pueblos. Los seres humanos somos nuestro pasado, pero los pueblos o miran hacia el futuro o más les vale dejar que una colectividad más amplia decida por ellos. Hay pueblos en los que esta prospectividad forma parte de su naturaleza: por ejemplo, los EEUU se sienten adolescentes y siempre están haciendo planes y derribando lo viejo, la ropa vieja -de un mes-, el coche viejo -de un par de años-, las casas viejas -de cuatro lustros-, las ciudades viejas -de un siglo-, etc. Otros pueblos como China pagaron amargamente el error de mirar demasiado hacia el pasado y, tras ser esclavizados por las potencias occidentales, tuvieron que pasar por el trauma de una disparatada revolución cultural (¿) para encontrar otra vez su camino hacia el futuro. En ello están.

En este contexto, mirar hacia atrás es caminar hacia atrás, como los cangrejos. Los musulmanes se han especializado en ello y así les va. Pero también los europeos pecaremos de lo mismo si no nos salva el único proyecto sensato que ha alumbrado el siglo anterior: la UE, un proyecto de futuro. Por eso no entiendo la polémica que se ha montado con la derogación de la ley de símbolos valencianos. ¿Para qué queremos oficializar el recuerdo de lo que fuimos? Lo importante es lo que podríamos llegar a ser. Y entiéndase que este narcisismo retrógrado -la palabra no es un insulto: significa paso (grado) + retro (hacia atrás)- no es exclusivo del partido que alumbró semejante patochada. A mí los símbolos que le gustaban al partido popular (todo aquello de la paella, la dolçaina, la pilota y los bous al carrer) me inspiran simpatía y poco más, pero tampoco veo por qué hay que ponerse tierno con el rey Jaume I, con la senyera o con la Muixeranga. En los tiempos que corren o la cultura de un pueblo cobra sentido dentro de la aldea global o no sirve para nada.

Una sociedad viva no es lo que fue, sino lo que será. Los valencianos hemos venido de muchos sitios, siempre fuimos un pueblo mestizo y naturalmente nuestros recuerdos solo pueden ser diversos. Sin embargo, creo que cada vez tenemos más claro lo que queremos ser, fundamentalmente porque no nos dejan. No nos dejan tener las mismas prestaciones sanitarias y educativas que el resto de los españoles porque desde hace muchos años unos y otros nos han negado el pan y la sal. No nos dejan desarrollar una economía productiva porque desde tiempo inmemorial nos han orillado en la periferia con unas comunicaciones que dan vergüenza. Ni siquiera nos dejan promover una cultura propia obligándonos a subrogarla a la de Barcelona o a la de Madrid. Ahí tenemos un problema y no pequeño. Porque, contra lo que se suele creer, la cultura es el reducto último de la identidad de cada pueblo, por lo que las agresiones injustificadas que se le infligen -por ejemplo el 21% de IVA que debemos al ex ministro Wert- constituyen una forma encubierta de genocidio. Pero no se equivoquen. Un pueblo es un colectivo de personas que camina hacia el logro de determinados objetivos, nunca un conjunto de recuerdos de lo que motivó a sus antepasados. Reducir la cultura a un inventario museístico mediante la simbología del cangrejo es peor que matarla: equivale a embalsamarla después de haberla ajusticiado.

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