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Pecados capitales

Siete son los pecados capitales como todo el mundo sabe, y cada cual tiene entre ellos los que más detesta y también hay quien tiene sus preferidos. Pero entre todos ellos destacaría los que yo llamo los pecados caspitales (de caspa), y que son, a saber, la envidia y la avaricia, que me parecen lo peor.

Después vuelvo a esto, pero antes querría traer aquí una de mis primeras experiencias en este confuso mundo (del arte) y que es inolvidable, o hasta ahora lo ha sido. Una tarde en Galeria Punto, donde expuse de jovencito, me dijo Amparo Zaragozá que los del Equipo Crónica podían dedicarse a pintar porque sus mujeres trabajaban, para a continuación decirme su marido, Miguel Agrait, que quien quisiera ser artista tenía que renunciar a muchas cosas.

Tampoco serán tantas, pensé yo. Joder que no serán tantas, no voy a hacer aquí la lista, quien quiera saberlo que se tire al ruedo, y aún así creo que he tenido suerte: siempre he tenido para comer (y hasta para fumar), pero hay quien hasta ha pasado hambre. Más de una vez me lo ha contado Miquel Navarro y ahora que Miquel lleva una vida de éxito (supermerecido), exponiendo por medio mundo y puede comer cualquier cosa que le permita su régimen, no faltan los imbéciles que tratan de desprestigiarlo con motivos espúreos, ya que por los esenciales no pueden. Otro tanto pasa con Manolo Valdés y es que la envidia, y más en las cosas artísticas, corre paralela a la mediocridad. Oíd imbéciles, pueden gustaros o no estos artistas, hay gustos para todo, pero no los despellejéis por causas ajenas a su trabajo. Están toda la vida ahí, dando lo mejor de sí mismos, mientras vosotros buscabais el cobijo de la vida fácil sin riesgo ni aventura.

También creo que los artistas, tengan la pasta que tengan, saben valorar más las cosas, y por ende disfrutarlas. Expuso en Valencia, en el 1991, un artista austriaco llamado Dieter Huber. Me enseñó una placas fotográficas de una serie de pinturas, que no eran lo que exponía aquí. Eran unos dípticos, una de cuyas piezas estaba pintada al óleo con la técnica habitual, y la otra con acrílico y en tintas planas. Pues había una pieza en la que en la parte al óleo figuraba el Tío Gilito, tristísimo, sentado sobre un montón de monedas centelleantes, mientras en el acrílico los golfos apandadores festejaban y lanzaban por el aire billetes y más billetes. Pues yo creo que los artistas somos más golfos apandadores que otra cosa.

Una vez me encuentro a una pintora por ahí, que en una ocasión en que yo también me presenté, había sido agraciada con la Beca de la Casa de Velázquez, quien sabe con qué triquiñuelas; después opté a una plaza (lo hice en dos ocasiones) de profesor en Bellas Artes y también se la lleva ella. No se van a creer lo que me dijo: «Aaay, me he enterado de que vas a exponer en Tomás March, que envidiaaaa€» ¿Se podrá aguantar esto? Ellos quisieran lo poco que tú tienes, pero eso sí, con el culo bien calentito. Pues bicharracos así circulan por ahí.

Así que los artistas eligen eso y todo lo que conlleva. Nadie les dice lo que tienen que hacer y ay del que lo intente, pero no vengáis, estómagos agradecidos (o ni siquiera, yo que sé) a tocarles lo que nunca les deberéis tocar.

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