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Sobre los escritos y dichos de Andreu Alfaro

Sobre los escritos y dichos de Andreu Alfaro

Hace poco más de tres años que murió el escultor Andreu Alfaro, figura sin duda excepcional y uno de los personajes sin los que no se entendería buena parte de lo sucedido en el contexto de la cultura valenciana en los últimos cuarenta o cincuenta años. Esto es, entre otras cosas, lo que se pone de manifiesto en el libro que acaba de editar la Universitat de València, Andreu Alfaro. En torno a la escultura. Escritos y entrevistas, a cargo de José Martín y Evangelina Rodríguez.

Como bien se expone en la introducción, Alfaro perteneció a esa clase de artistas distinguidos por su capacidad para la reflexión y el argumento. Nada le fue más ajeno que la imagen del «creador» dedicado a producir obras de manera intuitiva, a lomos de su inefable genialidad. Él mismo se consideraba menos un «genio» que un «profesional» de la escultura. En este punto, el denodado autodidacta no sólo presumía de haber pasado de trabajar en la carnicería familiar, y luego en la publicidad, a hacerse un nombre como artista, sino que asimismo remarcaba la importancia del saber hacer y del saber qué es lo que se hace. En definitiva, la destreza orientada desde el pensamiento, el «oficio» bien entendido, el métier, que tanto valoraba en el arte ese otro gran reflexivo que fue Paul Valéry.

Esto, por supuesto, no significa que la brillantez de su obra se deba al mero cálculo. No es así como se hacen las cosas en el arte. En su caso, y aparte de sus extraordinarias dotes como dibujante (él sabía pensar muy bien a través del dibujo), de las que se servía para lograr sus hallazgos más espontáneos e inesperados, no podemos olvidar -como se evidencia en este libro- la casi conmovedora pasión con que afrontaba la entera tradición de la escultura, desde la estatuaria griega arcaica (los kouroi) hasta Oteiza, pasando por Brancusi, el constructivismo ruso y, muy en particular, el barroco de Bernini. Como no menos apasionada sería su fructífera relación con Goethe, a quien consideraba ejemplo eminente de artista libre, sabio humanista e individualidad irreductible.

Pero en el libro aparece también, en otros textos y declaraciones, ese otro lado fundamental desde el que ejerció como ciudadano comprometido con su pueblo: su dimensión como defensor de la libertad, primero contra el franquismo, y después adoptando unas posiciones que giraban siempre en torno a la necesidad de reafirmar la cultura como garantía contra la tiranía y la regresión. Por lo demás, su maestro Joan Fuster, por quien sintió auténtica devoción, le guió por la senda de un catalanismo «cultural» que, sin embargo, nunca llegó a «nacionalismo» soberanista y que solía defender con uñas y dientes como único modo de preservar la identidad valenciana. Locuaz, discutidor, gran conversador, sin pelos en la lengua, sería interesante poder preguntarle sobre las noticias que nos llegan desde la Plaça de les Glòries Catalanes (con la que algo tenemos que ver nosotros). Yo creo que estaría más de acuerdo con el humanismo de su gran amigo Raimon que con el independentismo de Lluís Llach. Pero, por desgracia, él ya no está aquí para aclarárnoslo.

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