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Juerga valenciana para el poeta

El periodista Abelardo Muñoz rememora una noche dionisíaca con el poeta Gil de Biedma en la bulliciosa Valencia de 1983, cuyo relato más extenso se publicó en 2012 en el volumen «Ocurrió en Valencia».

Juerga valenciana para el poeta

Probablemente, si a mi amigo el periodista Juan Lagardera le hubiesen dejado entrar en la gala de aquella Mostra de principios de los 80 jamás habríamos conocido a uno de los más exquisitos bardos hispanos, ni hubiésemos tenido la oportunidad de vivir una de esas noches, digamos que fantásticas, que solo suceden una vez en la vida, como subir al Machu Pichu o cenar con Julia Roberts. Pero a los funcionarios de la Mostra no les gustaron las críticas del joven reportero y se pusieron cabrones. De tal suerte y manera que Juan se metió a matar penas en la cercana disco UnSur, concebida en sus inicios por el gran entertainer y musicólogo Toni Pep. Acodado Juan en la barra cual Bogart taciturno, dio la ventura de que entrara en el garito con parecido talante el escritor Jaime Gil de Biedma. Poeta y plumilla, que ya se habían carteado y tenían empatía, coincidieron en sus críticas al certamen. «Menudos horteras, esto es un maldito rollo», le comentó Jaime Gil a Juan Lagardera. Pues no te digo que no, contestó el otro. No tenían el morro quieto ambos contertulios; los mojaban a conciencia con un buen ron jamaicano. Y en esas que entra en el local otro asombroso personaje, nada menos que el entonces todopoderoso responsable de cultura en la ejecutiva nacional del PSOE gobernante, Salvador Clotas. El dirigente socialista se sumó a la festa, es decir a la barra de UnSur, que era cañera. De hecho, hacía muy poco que por su escenario habían desfilado todos los pasados de la movida madrileña, desde una jovencísima Alaska con sus Pegamoides hasta Siniestro Total y Aviador Dro. Aquella noche tenía que ser especial. Era como una de esas pelis de los hermanos Coen en las que se reúnen personajes que nunca debían haber estado allí. Una luminosa coincidencia.

Cuatro crápulas en busca de emociones

Pero aquella noche del caliente otoño valenciano no iba a ser de tres sino de cuatro. Cuando los tres bebedores estaban en plena euforia hizo el que esto escribe triunfal entrada en el local, quedose fascinado por la escena y sin pensarlo dos veces, amigos, me incorporé a la festa. Iba ya contento porque me había metido entre pecho y espalda unos chupitos en los bares del Martí, para aguantar el tedio del festival y la cantidad de soplagaitas con carnet oficial de crítico cinematográfico que lo abarrotaban. Ya tenemos a los cuatro individuos protagonistas de nuestra historia noctámbula. Uno de los mejores poetas españoles vivos, un alto dirigente del PSOE gobernante y dos periodistas intimidados ante su inesperada suerte, aunque nada pardillos. Mucho más que eso, pues ante nuestros ojos teníamos dos personalidades opuestas, un poeta sensual y extraordinariamente exquisito; hedonista transgresor, al que habíamos leído hasta el fanatismo, y el político, un tecnócrata marxista, bastante oculto entre las bambalinas del poder detentado por el tándem González-Guerra; lo sensacional es que les unía la juerga y la noche de València que por entonces no era moco de pavo. «Bueno, muchachos, llevarnos de marcha, a conocer esa famosa noche de València», sugirió el poeta Biedma, con esos ojazos dulces y sedosos con que te miraba. En realidad, los cuatro lucían ojos brillantes. «La noche es nuestra, tíos», exclamó Clotas. Así que ni corto ni perezoso, el hombrón cachondo y campechano, muy ajeno a la soberbia intelectual, pese a su cargo, solicitó raudo un coche oficial al Ayuntamiento y a los pocos minutos los cuatro personajes se relamían a bordo de un mil quinientos negro con banderín y chófer. Los plumillas subieron un tanto aprensivos pues el carro tenía un inequívoco tufillo franquista; evocaba los mil quinientos negros que, apenas años antes, usaba la policía política del régimen anterior. Pero, ahora, en plena orgía democrática, a pocos años de la intentona golpista de Armada y los viejos falangistas, ese pasaje de viajeros incidentales no era de derechas. Los periodistas, que además de su penoso trabajo eran chicos cultos (ejercían en la sección de cultura), por eso les había mandado su jefe, J.J. Pérez Benlloch, a cubrir el evento, recordaron entonces esos versos ferozmente modernos de Biedma: En la vieja ciudad / llena de niños góticos, en donde diminutas / confiterías peregrinas / ejercen el oficio del placer furtivo / y se bebe cerveza en lugares sagrados / por el uso del tiempo, aunque quizá es más dulce / pasearse a lo largo del río.

Esos versos tenían algo de esa noche y de la ciudad de València.

Dos gays súperilustrados

No sé lo que vería Clotas en sus compadres de farra pero el caso es que se desmelenó dentro del coche oficial y con desparpajo de dirigente faísta confesó, a pregunta de Biedma, que no era ministro por ser el único miembro de la ejecutiva del partido que se declaraba abiertamente homosexual. «Y eso que en el Gobierno de Felipe hay más de uno», ironizó el socialista. Nadie supo si hablaba en broma o en serio. Todos nos descojonamos, incluido el chófer. Sabíamos que aquello no lo íbamos a escribir hasta que el tiempo prescribiera. Era estupendo compartir el relajo con aquellos tipos tan interesantes, sobre todo Jaime. Poseía un magnetismo tremendo y su conversación brillante, brincaba de un lado a otro. No de grandes temas sino de la vida cotidiana. Igual que el contenido descarnado y afilado como cuchilla de sus poemarios. No era el poeta famoso y laureado, era un tipo simpático dispuesto a hacer disfrutar a sus colegas incidentales.

Fue entonces cuando el milquinientos que parecía de la secreta, enfiló la calle Caballeros, que entonces, como ahora, tenía el ambiente de calle Mayor de un pueblo de agricultores ricos.

(…) Tras trasegar copas en el glamuroso Café Lisboa, que estaba hasta los topes, los cuatro compadres, unidos por la noche y por un sentimiento subversivo un poco abstracto, recorrieron el Carmen a bordo del carro del banderín hasta que a todos les pareció excesivo y licenciaron al vehículo y su chófer. Ya a pie, Biedma parecía canturrear, un poco de cachondeo, por la calle Baja, uno de sus impresionantes poemas, en concreto De vita beata, que no tiene desperdicio y dice así:

En un viejo país ineficiente,

Algo así como España entre dos guerras

Civiles, en un pueblo junto al mar,

Poseer una casa y poca hacienda

Y memoria ninguna. No leer,

No sufrir, no escribir, no pagar cuentas,

Y vivir como un noble arruinado

Entre las ruinas de mi inteligencia.

¡Joder, el tío! ¡Es bueno con ganas! Dijimos, y continuaron las risas. Pronto, en el deambular de garito en garito reparamos en el hecho de lo que quería el poeta era ligar.

«Vamos a un sitio un poco más fuerte», ordenó. Así que los llevamos al templo del desfase de entonces, los Tres Tristes Tigres...

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