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Ingravidez transparente: Guillermo Ros

Ingravidez transparente: Guillermo Ros

Si estuviésemos dentro de un satélite rumbo a la Tierra nos encontraríamos cayendo a una velocidad tremenda, pero es muy probable que nuestros cuerpos experimentasen lo que se denomina ingravidez aparente, es decir, sensación de encontrarse suspendidos en el espacio. Sin una referencia física quieta cerca, nuestro viaje por el vacío provocaría algo casi indescriptible, la percepción de lo sólido ingrávido, como los cientos de kilos de rocas lunares que las misiones Apolo, desde 1969 hasta 1972, trajeron para ser estudiadas por la NASA.

Stoned es el título de la exposición de Guillermo Ros (Vinalesa, 1988) que puede verse en la galería Área 72, un triple espacio en el semisótano de la galería Punto que se fracciona para atender propuestas jóvenes, hasta el 28 de mayo, y que en el meridiano de la muestra promete sorpresas ya que su distribución es variable.

Esta exposición surge a partir de la investigación del artista sobre la interrelación entre materialidad, virtualidad y simulación, trabajando con rocas que él mismo obtiene de canteras en las que elige sus materiales. Como una especie de astronauta ficticio, Ros crea lo que podrían ser sus propias rocas lunares o una interpretación de las mismas. Las pule y experimenta con colores de un modo psicodélico, arriesgado, aplicando pigmentos empleados en el tuneo de vehículos.

En una de sus primeras series las exponía con luz negra, que realzaba el contraste entre la parte original de la piedra natural tallada y la pintada después; tal vez aquella serie pecase de efectista, sin embargo dio paso al actual trabajo expuesto que son dos series nuevas y un vídeo en el que la iluminación es diferente, clara, directa y reveladora de todo detalle. Sin duda, se trata de una rápida evolución de su obra que deriva hacia un valor estético menos difuso y de mayor peso conceptual.

Guillermo Ros no es un escultor al uso si no un artista visual. Stoned alude a lo pétreo pero también a lo que en inglés quiere decir «estar colocado», tratando de transportar al espectador a un estado irreal a través de sus esculturas e instalaciones. El hecho de utilizar espejos directamente y metacrilatos espejados como soporte de sus esculturas, así como incluir en una de las dos series tonos dorados, plateados, tornasolados, como de gemas preciosas, amplía la perspectiva y nos lleva a tener la sensación de estar ante un extraño jardín Zen que no es de este mundo.

Los mármoles veteados pulidos son difíciles de trabajar porque, paradójicamente, resultan frágiles en tanto que el filón de un mineral puede quebrarse. Tal vez sea ese el motivo por el cual Ros esté produciendo pequeño y mediano formato, frente a las piezas de mayor envergadura que manejaba al principio. Aquí el artista se apropia del espacio con piezas cuya máxima altura es de 82 centímetros y las interviene con dos únicos colores que, a contrapelo, como quien voltea las escamas de un pescado, deja ver un tono u otro al ojo que mira.

Junto a la escalera por la cual se accede a la sala subterránea hay expuesto un vídeo, realizado con la colaboración del diseñador gráfico que modela en 3D, Jaime Asins, en el que el artista disuelve una sobre otra las distintas geografías de las esculturas, topografiadas con tecnología digital y duplicadas con el reflejo natural que se produce al subirlas a un espejo, generando un juego irónico donde cada pieza pasa a ser líquida, se rompe, se fragmenta o desaparece flotando ingrávida.

Ante esta actualización de lo arcaico, la mirada cenital de quien visita su muestra es la del pájaro que sobrevuela una montaña o la del astronauta fascinado frente al paisaje lunar. Todo funciona en conjunto como gran instalación, pero las obras se adquieren independientes y ya se encuentran algunas de ellas en colecciones como la de DKV Seguros, la de Pilar Citoler y la Colección de la Familia Real de Emiratos Árabes. Teniendo en cuenta que lleva menos de un año representado por la galería, llama la atención que ha participado en ferias como ArtMarbella 2015, JustMAD 2016 en Madrid y ahora mismo expone también en la colectiva Geología de lo inefable en el Centre Cívic Can Felipa de Barcelona comisariada por Widephoto, donde Ros vuelve a bordear las fronteras entre materia e imagen.

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